Un rayo de esperanza

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Alith se encontró de nuevo en las montañas, si bien esa vez no estaba solo. El grupo había cabalgado hacia el norte y luego había torcido al este. La artimaña del joven Anar les había permitido distraer a sus perseguidores en las estribaciones antes de retomar el rumbo hacia el norte. La mañana del sexto día de fuga, Lirian frenó su caballo a la altura del de Alith.

—¿Por qué nos dirigimos al norte? —preguntó la princesa—. El Paso del Águila está al sur. No hay ninguna ruta a Ellyrion por el norte.

—No vamos a Ellyrion —respondió Alith—. Vamos a Nagarythe.

—¿Nagarythe? —masculló Lirian, que tiró de las riendas y detuvo la montura. Alith se paró a su lado—. Nagarythe es el último lugar al que debemos ir. ¡Son los naggarothi quienes quieren arrebatarme a mi hijo!

Heileth llegó junto a ellos.

—¿Por qué nos paramos? —preguntó la joven.

—Nos lleva a Nagarythe —respondió Lirian en un tono estridente, como si estuviera acusando a Alith de intentar asesinarlas mientras dormían.

—El poder de Morathi no se extiende a todo Nagarythe —repuso Alith—. Estaremos a salvo en las tierras de mi familia. No hay un lugar más seguro. Las sectas pululan por todas partes, incluso en Ellyrion. ¿Confiáis en mí?

—No —espetó la princesa.

—¿Quién puede asegurarnos que no nos abandonaréis? —preguntó Heileth.

—Di a Yeasir mi palabra de protegeros —dijo Alith—. Mi deber es poneros a salvo.

—¿Qué valor tiene hoy en día la palabra de un naggarothi? —inquirió Lirian—. ¿Por qué no regresamos a Tor Anroc y preguntamos por ahí?

—No todos los naggarothi somos iguales —respondió Alith, enardecido—. Algunos todavía valoramos el honor y la libertad. Esos somos los auténticos naggarothi. Para referimos a los que han ocupado Tor Anroc tenemos un nombre: druchii.

Lirian todavía albergaba serias dudas, pero Heileth parecía creerle. Al fin y al cabo ella también era naggarothi y entendía mejor las divisiones que habían proliferado entre sus compatriotas.

—Lo que dice Alith es cierto —dijo reposadamente, volviéndose a Lirian—. No todos los naggarothi rezan a los Dioses Oscuros ni pretenden subyugar a los demás. Si no queréis confiar en Alith, entonces confiad en mí, ¿de acuerdo?

Lirian no respondió. Giró el caballo con la intención de deshacer el camino recorrido, pero Alith agarró las riendas de su montura para detenerla.

—Vamos a Nagarythe —dijo Alith mansamente.

Lirian clavó la mirada en los ojos del elfo y no halló en ellos la mínima posibilidad de negociación, así que agachó la cabeza y giró de nuevo para continuar hacia el norte.

* * *

Alith nunca había sentido un amor mayor por Elanardris que en el momento de alcanzar la cresta de las montañas en Cail Anris. Detuvo el caballo y paseó la mirada por las colinas y las montañas. Más de una vez se había preguntado si volvería a ver aquel paisaje y se entregó unos instantes a la belleza arrebatadora de las colinas blanqueadas y la hierba peinada por el viento. Las nubes otoñales flotaban bajas, pero aquí y allá el sol se colaba entre ellas para arrojar su fulgor desde las cumbres. El aire era frío y vigorizante, y Alith respiró hondo.

Sus acompañantes se habían detenido a su lado y contemplaban con asombro tanto el paisaje como el cambio en el humor de Alith.

—¿Vuestro hogar? —preguntó Saphistia.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora