La revelación del tenebroso plan

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En Tor Anroc la temperatura era mucho más agradable que en Elanardris. Soplaba un viento constante de poniente que arrastraba por el mar el aire cálido de Lustria y mantenía a raya el rigor invernal. No obstante, las nubes encapotaban el cielo y la plaza adyacente al gran palacio del Rey Fénix estaba desierta. Unos pocos transeúntes caminaban apresuradamente de un lado a otro, impacientes por no permanecer más que el tiempo indispensable alejados del calor de la multitud de chimeneas que salpicaban los cielos de la ciudad.

Alith tomó asiento en uno de los bancos de mármol cercanos a la muralla que circundaba la plaza y contempló la solemne portalada que conducía al interior del palacio. Por encima de ella se elevaban altas en el cielo dos torres cilíndricas blancas rematadas con unos tejados cónicos dorados, coronados a su vez por unos braseros en los que ardía un fuego azul mágico: la señal de que el Rey Fénix se hallaba en su residencia.

Tor Anroc era completamente diferente de Anlec. Había sido erigida y reformada en tiempos de paz, y era de calles enrevesadas y espacios abiertos, mientras que la capital de los naggarothi se aferraba a su pasado belicoso, con sus murallas impenetrables y sus cuarteles para las guarniciones. Levantada tanto alrededor como en las entrañas de una solitaria montaña que emergía de la planicie de Tiranoc, Tor Anroc se extendía, en parte, al aire libre y, en parte, por un laberinto de tortuosos túneles iluminados por antorchas. Allá donde Alith posaba su mirada veía unos colores y una luminosidad totalmente opuestos a los crudos tonos grises y negros de la roca desnuda de Anlec.

Sin embargo, no le gustaba nada. La ciudad era una fachada bonita y poco más, como la puerta monumental del palacio. Estaba dominada por las mansiones de los príncipes y nobles, y las espaciosas embajadas que albergaban a los señores y las damas de los demás reinos de Ulthuan. La mayor parte de la población de Tiranoc residía en otras ciudades alrededor de la capital; muchos acudían cada día en carreta o a caballo y la abandonaban para regresar a sus hogares al caer la noche. Sólo los muy cercanos al Rey Fénix podían permitirse vivir en la ciudad.

Alith llevaba tres días en Tor Anroc. Había seguido las instrucciones de Elthyrior y había completado su viaje por las carreteras que cruzaban el Paso del Águila. Con alivio, pero también con cierta turbación, se había introducido en la ciudad confundido entre un grupo de mercaderes sin levantar sospechas. Lo que para él había sido un golpe de fortuna dejaba al descubierto la pobre vigilancia que dedicaban, incluso en la morada del señor de los elfos, a los cultos y a sus agentes después de las penalidades que habían asolado la isla. En las puertas y en las murallas había centinelas, pero se dedicaban a observar el trajín de las masas con escaso interés.

Alith había acudido a la plaza los tres días y meditaba cómo se las ingeniaría para entrar en el palacio y contactar en secreto con el Rey Fénix. Había prestado atención a los chismes que propalaban los comerciantes de los puestos de la plaza y al intercambio de rumores entre los nobles de paso en la ciudad que curioseaban en las tiendas de los mercaderes. Predominaban las conversaciones sobre la última moda en ropa y literatura, la situación de las colonias y los romances entre príncipes y princesas de Ulthuan, y poco se hablaba de Nagarythe o del príncipe Malekith. Alith tuvo la impresión de que se trataba a los naggarothi como a unos primos lejanos que a veces se comportaban de manera caprichosa y demandaban atención, pero que, por lo general, se dejaban a su aire, y que en el caso de que uno hurgara un poco en ellos nunca llegaba a ver nada realmente desagradable.

Las huestes de Tiranoc acampadas en la ribera del Naganath contaban una historia muy distinta, y Alith no alcanzaba a entender que una guarnición de aquellas dimensiones apenas despertara recelo entre los tiranocii. Incluso el encarcelamiento de Morathi había dejado de ser noticia y Alith no había oído pronunciar su nombre ni una sola vez desde su llegada a la capital.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora