El regreso a Anlec

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Estalló un tumulto, y los gritos de incredulidad se mezclaron con los vítores festivos y las exclamaciones de perplejidad. Los caminantes sombríos se apelotonaron y asediaron a Alith. Unos lobos descomunales merodeaban a su alrededor, y sus gruñidos y sus aullidos se sumaban al alboroto general.

Elthyrior se mantenía al margen y observaba con suspicacia la escena. Miró a Alith a los ojos, y el Rey Sombrío hizo señas a sus seguidores para que se alejaran mientras les decía que enseguida se dirigiría a ellos. Alith avanzó por la maleza y los caminantes sombríos se afanaron en encender de nuevo las hogueras en medio de un ambiente enardecido por la algarabía que provocaban la sorpresa y la euforia.

—¿Un truco? —le dijo Elthyrior a Alith cuando este llegó junto a él.

El Rey Sombrío se encogió de hombros y sonrió.

—Un nuevo mito —respondió—. Sólo Casadir sabía la verdad.

—¿Y cuál es la verdad? —preguntó Elthyrior, con el gesto severo—. No está bien que engañéis a vuestros seguidores de esta manera.

Alith le hizo una señal para que lo siguiera, y ambos se alejaron del campamento. El Rey Sombrío y el heraldo negro progresaron por un camino empelechado de mármol invadido por la maleza y se sentaron en los restos carbonizados de la caseta de verano.

—Era un engaño necesario —dijo Alith, arrancando la flor de una corona de hierbas que estaba creciendo en las ruinas del edificio—, que no empecé yo.

Elthyrior enarcó una ceja con incredulidad.

—Os lo aseguro —afirmó Alith—. Iba a enfrentarme a Alandrian y sus brujas de Khaine, pero Khillrallion me dejó aturdido con un golpe en la nuca a traición y no pude impedirle que cogiera el arco de la luna y se hiciera pasar por mí. Casadir ya me estaba subiendo al tejado cuando recuperé la conciencia. Khillrallion y los demás compraron mi libertad con sus vidas. Habría sido un acto deshonroso despreciar lo que habían entregado con tanta convicción, así que huí con Casadir. Él es el único que conoce toda la historia.

—Eso no explica vuestra desaparición durante siete años —replicó Elthyrior—. Abandonasteis a vuestro pueblo.

—¡No es cierto! —espetó Alith. Cerró los ojos y se obligó a calmarse—. Los vientos empezaban a soplar en contra nuestra. Mi pueblo necesitaba un líder más sosegado. Tharion ya me había sugerido la idea de crear un nuevo asentamiento en Elanardris, y yo había accedido. Yo nunca podría haber levantado lo que ha construido él. Tharion nos ha dado un futuro que yo no hubiera podido ofrecer. Si bien no lo había planeado, mi muerte nos concedía la oportunidad de infundir una sensación de paz que necesitábamos. El ejército druchii no tardaría en creer que el ejército sombrío había dejado de existir, y mi muerte daba libertad a mi pueblo para recuperarse y emprender un nuevo camino. Si hubiera revelado la verdad, Alandrian habría persistido en su persecución. En dos ocasiones estuvo a punto de atraparme, y en ambas se cobró vidas, vidas que yo tenía en gran estima. Vi como moría Khillrallion y comprendí que el mayor peligro para mi pueblo era yo y el odio que los druchii me profesaban. Soy un símbolo, pero para ambos bandos. Soy la encarnación de la oposición desafiante, y eso aglutina a nuestros bravos elfos para luchar por nuestra causa. Pero también es eso lo que irrita a los druchii, quienes ambicionan el dominio y el control.

»De modo que decidí desaparecer. Regresé a Averlorn durante un tiempo y corrí con mis hermanos y mis hermanas de nuevo. Fue un período que viví con despreocupación, lo admito. Pero el sentido del deber me acosaba y cada año que pasaba comprendía que nunca hallaría la paz y que el Rey Sombrío no podría permanecer muerto para siempre. Regresé a Elanardris el pasado invierno y me puse en contacto con Casadir. Me contó todo lo que había ocurrido durante mi ausencia, y esta mañana me informó de las noticias que traíais vos.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora