La reconquista de Anlec

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Los gritos de los sacrificados y los alaridos de los sectarios que proferían sus plegarias rasgaban la noche. Alith contemplaba Anlec desde la ventana de la torre de guarnición abandonada. Las hogueras con fuegos de diversos colores brillaban en la oscuridad, mientras elfos sedientos de sangre recorrían las calles en catervas como enajenados, riñendo entre sí y llevándose a rastras a los ciudadanos incautos para sacrificarlos como ofrenda a los oscuros dioses de los cytharai.

Los Sombríos habían convertido en su guarida un edificio abandonado próximo al arco norte de la muralla de la ciudad y que en otros tiempos había albergado varios centenares de soldados, ahora movilizados en el sur para contrarrestar la amenaza de Tiranoc. Como en muchas otras zonas de Anlec, reinaba una calma extraña e inquietante, ya que los sectarios preferían concentrarse en el centro de la ciudad, donde se erigían los templos más importantes.

El número de adeptos era cuantioso, pues los distintos cultos se disputaban la posición dominante.

Bajo la torre había una serie de cámaras en las que los Anar no habían vuelto a aventurarse desde la exploración inicial, horrorizados por los suelos cubiertos de sangre, los grilletes con pinchos, los aceros partidos y los indicios de vileza. Se les había revuelto el estómago con sólo pensar en los tormentos que debían haber sufrido los compañeros elfos que habían visitado aquel lugar, así que habían cerrado las puertas y se habían instalado en las plantas superiores.

—Nunca hubiera pensado que podíamos caer tan bajo —comentó Eoloran, apareciendo detrás de Alith—. Y menos en este lugar que en cualquier otro, donde en otro tiempo campaban la dignidad y el honor. Me parte el alma ver en qué nos hemos convertido.

—No todos somos iguales —repuso Alith—. Morathi ha propagado la debilidad y la corrupción, pero Malekith traerá fuerza y resolución. Todavía hay un futuro por el que vale la pena luchar.

Eoloran guardó silencio. Alith se volvió a su abuelo y lo descubrió observándolo con una sonrisa en los labios.

—Haces que me sienta orgulloso de ser un Anar —dijo Eoloran, posando una mano en el hombro de su nieto—. Tu padre será un gran señor de la casa, y tú, un extraordinario príncipe de Nagarythe. Cuando te miro, los recuerdos de los tiempos remotos se desvanecen y el dolor desaparece. Luchamos y derramamos nuestra sangre por elfos como tú, no como esos desgraciados que andan retozando por toda la ciudad de Aenarion.

Las palabras de Eoloran le llegaron al corazón. Tomó la mano de su abuelo.

—Si soy así, se debe a que os he seguido como ejemplo —dijo Alith—. Vuestro extraordinario legado es lo que me estimula, y el orgullo que siento de pertenecer a los Anar no puedo expresarlo con palabras. Cuando otros se han tambaleado y han terminado por caer en las tinieblas, vos os habéis mantenido inquebrantable, como un rayo de luz que debe guiarnos a todos.

Los ojos de Eoloran brillaron, humedecidos por las lágrimas, y ambos se fundieron en un abrazo, reconfortándose en su amor mutuo y dejando de lado los horrores que acontecían en el mundo exterior.

Eoloran se apartó de su nieto tras el largo abrazo, volvió la mirada hacia la ventana y su expresión se endureció.

—Los autores de estas atrocidades deben ser castigados, Alith —dijo a media voz—. Pero no confundas castigo con venganza. Lo que alimenta estas sectas son el miedo y la ira, los celos y el odio; despierta esas emociones que todos albergamos en nuestro interior. Si nos mantenemos fieles a nuestros principios, saldremos victoriosos.

Los Sombríos estuvieron ocultos en las entrañas del enemigo durante nueve días. La mayor parte del tiempo permanecían escondidos, pero de vez en cuando salían a la ciudad, ya fuera en solitario o por parejas, para recopilar información y comida. El día era menos peligroso que la noche, puesto que las orgías y los sacrificios de la noche anterior saciaban momentáneamente a los sectarios y las calles eran un lugar más tranquilo.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora