El descenso de las tinieblas

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El gran salón era un caos. Elfos de toda edad y condición habían acudido desde todos los rincones del palacio para enterarse de lo sucedido. Yrianath estaba de pie junto al trono del Rey Fénix, rodeado por Palthrain y otros muchos nobles y consejeros. Mientras se abría paso entre la multitud, Alith percibía la atmósfera de pánico y desesperación. Parte del auditorio gritaba, otra parte sollozaba, y la mayoría permanecían mudos de la impresión, aguardando el comunicado de Yrianath.

—¡Un poco de calma! —pidió el príncipe, levantando las manos. Pero el bullicio continuó hasta que Yrianath elevó la voz y espetó con un rugido—: ¡Silencio!

A partir de ese momento, sólo se oyó el roce de las túnicas y algún gemido ahogado.

—El Rey Fénix ha muerto —declaró solemnemente Yrianath—. El príncipe Malekith ha encontrado su cuerpo sin vida en sus aposentos esta mañana a primera hora. Al parecer, el Rey Fénix ha decidido poner fin a su vida.

En ese momento, se produjo una nueva explosión de rabia y aflicción que se prolongó hasta que Yrianath volvió a exigir la atención del público.

—¿Por qué motivo puede haber hecho algo así el Rey Fénix? —preguntó un noble.

Palthrain y no otro se adelantó para responderle.

—No lo sabemos con certeza —respondió el chambelán—. Hasta el príncipe Malekith habían llegado denuncias que vinculaban al Rey Fénix con las sectas del placer. Si bien Malekith no dio crédito a dichas acusaciones, había jurado en este mismo salón que perseguiría a los miembros de los cultos cualquiera que fuera su condición. No olvidemos que su propia madre sigue encarcelada en este palacio. Cuando el príncipe se ha presentado en los aposentos de Bel Shanaar para mostrarle las pruebas, ha hallado el cuerpo del Rey Fénix con rastros de loto negro en sus labios. Parece ser que los cargos contra él eran fundamentados, y Bel Shanaar ha preferido quitarse la vida antes que afrontar la ignominia del descubrimiento.

El griterío se apoderó del salón cuando los elfos se agolparon en las primeras filas y avasallaron a preguntas a Palthrain e Yrianath.

—¿Qué cargos?

—¿Qué pruebas se han presentado?

—¿Cómo puede haber ocurrido algo así?

—¿Siguen entre nosotros los traidores?

—¿Dónde está Malekith?

Esta última pregunta se planteó repetidas veces y el griterío fue en aumento.

—El príncipe de Nagarythe ha partido hacia la Isla de la Llama —contestó Yrianath cuando se restableció cieno orden—, con el propósito de informar a Elodhir del fallecimiento de su padre y pedir consejo a la asamblea de príncipes. Debemos mantener la calma hasta el regreso de Elodhir. Os garantizo que todo lo relacionado con lo sucedido saldrá a la luz.

Aunque prevalecía la consternación, aquel anuncio tranquilizó en cierta manera a los elfos, y esa vez los gritos iracundos cedieron su lugar en el salón a los murmullos cómplices. Alith no hizo caso del zumbido de cuchicheos y de los lamentos regados de lágrimas y se volvió a Milandith. La muchacha tenía las mejillas humedecidas por el llanto. Pasó un brazo alrededor de ella y la apretó contra su cuerpo.

—No hay de qué tener miedo —le dijo el joven elfo, aunque sabía que estaba mintiendo.

* * *

Los siguientes días en palacio se sucedieron envueltos en una atmósfera enrarecida. Apenas había actividad, y Alith notaba que sus compañeros intentaban aceptar lo ocurrido cada uno por su cuenta. Eran pocos los que se sentían con ánimo para hablar de la conmoción y la pena que los embargaba, algo ya de por sí poco habitual, y aún eran muchos menos quienes mencionaban las circunstancias que habían rodeado la muerte de Bel Shanaar. Aunque de manera imprecisa y nunca nombrada, se palpaba una corriente de suspicacia que recorría el palacio.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora