Capítulo 2

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— ¡Ostia! No me jodas  ¿Es de verdad? —exclamó Clara caminando mientras escuchaba lo que había acontecido esa tarde.

—Te lo juro —respondió Eva haciéndose la señal de la cruz sobre el corazón —No sabía ni dónde meterme. Menudo marrón me he encontrado en casa.

La risita cómplice que le dedicó su amiga restó hierro al asunto.

— ¿Sabes? No tenía ni idea de que tu tía fuese de esas tigresas a la que les van los jovencitos.

Eva sacudió la cabeza. Estaba segura de que su compañera no entendía la gravedad del asunto. Era su tía la mujer de la que estaban hablando, no una cualquiera que les hubiese quitado un ligue de fin de semana.

—Es que tenías que haberlo visto —comentó con enfado —. Les pillé en plena faena y solo les faltó empezar a montárselo de nuevo delante de mí. Como si haberlos descubierto solo les diese más morbo.

Aunque entendía la frustración de su amiga, Clara no pudo reprimir un toque de maldad al dirigirla una mueca divertida.

—Reconoce que deberíamos brindar por una mujer que sabe lo que quiere —ignoró a propósito la mirada asesina que le dirigió Eva con un encogimiento de hombros —Tiene su gracia.

—Ninguna —la respondió disgustada.

El “Holiday”, el pub al que iban cada viernes, lucía la habitual cola de gente que aguardaba con impaciencia para entrar. Ninguna de las dos se paró a dar las gracias cuando el portero, un hombre de más de dos metros con unos músculos que intimidaban, las dejó pasar ante la indignación del resto.

El ambiente oscuro y la música a todo volumen del interior, daba una sensación de plenitud a los clientes que como cada fin de semana atestaban el lugar. Gente de todo tipo y condición pugnaba por mantener su hueco allí dentro, ya fuera apoyado contra las paredes o en el centro del local. La parte inferior del pub era básicamente una pista de baile gigante, donde cualquiera podía probar suerte e intentar lucirse. Sin embargo la segunda planta, era mucho más sibarita a la hora de permitir su acceso. Allí arriba solo iba lo mejor de lo mejor, como si subir unas cuantas escaleras valiese los veinte euros de diferencia que existían entre las consumiciones que se servían también abajo. 

Mientras las dos chicas se internaban entre la marea de personas, sentían como se clavaban en ellas varias miradas. No era para menos. Clara, aunque apenas si llevaba maquillaje, había tenido el detalle de realzar sus labios con un tono suave de rojo que contrastaba con la blancura de su piel. Llevaba un vestido del mismo color que realzaba sus pechos a la par que se ajustaba a su cintura marcando una silueta preciosa, mejorada por unos tacones que alargaban sus piernas y las delineaba. Eva no iba menos esplendorosa. Se había decantado por el vestido negro ajustado y unos zapatos del mismo color con no menos tacón que los de su amiga. Se había alargado las pestañas destacando sus ojos verdes y sonreía abiertamente a todo el mundo. 

Ninguna de las dos hizo caso a ninguno de los grupos de chicos que pugnaban por llamar su atención a medida que se adentraban entre el gentío.

—Voy a la barra ¿Quieres tomar algo? —preguntó Clara gritando en su oído para que la escuchase.

Antes de responder, Eva se fijó en un hombre muy atractivo que no le quitaba el ojo de encima. Posiblemente si no tuviese otras cosas en la cabeza, ya tendría plan para toda la noche. Sin embargo hoy no estaba de humor.

—Un montés verde —la pidió antes de que se alejase.

A pesar de estar abarrotado, el lugar le dio una sensación de vacío y soledad que agradeció a la hora de ponerse a bailar en el centro de la pista. El sonido rítmico de la música arrastraba lejos todos los recuerdos de la tarde como si no hubiese sido más que un mal sueño y ya hiciese un rato que estuviese despierta. 

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora