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—¡Clara! —chilló Eva fuera de sí—. ¡Detrás de ti!

La chica se giró asustada sin comprender a qué venia ese grito. Se había comportado como si a su espalda estuviese la muerte en persona y sin embargo, allí, no había nadie.

—¿Qué pasa? —preguntó desconcertada.

Eva no lo sabía. Tal vez había sido cosa del estrés o de su imaginación, pero hubiese jurado que en la puerta, un individuo con malas intenciones les estaba mirando.

Acariciándose el tobillo herido, Daniel bajó la cabeza intentando pasar desapercibido y no responder preguntas incómodas. Muchas veces había rozado el límite, pero esta vez, se había pasado. Un segundo más y...

Movió la cabeza desechando el miedo de sus pensamientos antes de que tuviese la oportunidad de echar raíces. A fin de cuentas, lo único que importaba era que había escapado y tenía un día más para celebrar que estaba vivo.

—¿Alguna de las dos sabe cómo llegar al lugar del accidente?

Al levantarse, se sacudió la ropa de polvo mirando a las chicas con naturalidad. Como si allí no pasase nada.

—¿Quién era ese hombre? —le interrogó Eva entre anonadada y cabreada—. ¿Qué coño está pasando aquí?

—No sé de qué me estás hablando ¿A qué hombre te refieres?

La muchacha analizó la expresión inocente en su cara y llegó a la conclusión de que era tan falsa como un billete de dos dólares.

—Había alguien en la puerta. Estoy segura.

—Y yo estoy seguro de que me tengo que ir de aquí. —Al levantarse y apoyar el pie lastimado, el movimiento le provocó un quejido—. ¿Dónde fue el accidente?

—¿Piensas ir caminando? —le interrogó Clara de mala forma—. ¿Por qué lo tienes que hacer todo tan difícil?

A modo de respuesta, le llegó el gruñido del chico, refunfuñando.

—¿Quién os ha dado permiso para meteros en mi vida?

—Somos así de guays. Por eso merecemos una explicación —presionó Eva negándose a darse por vencida—. Vamos ¿qué ha pasado ahí dentro?

—Nada.

—No es que tuvieses miedo, es que te ha vencido el pánico. Había auténtico terror en tu cara. ¿Tenía algo que ver con el hombre que he visto?

Daniel se mordió el labio incómodo.

—Yo solo quiero irme. Tengo que alejarme de aquí lo más rápido que pueda.

—Pensamos ayudarte. Por favor, déjanos hacerlo.

Llevaba tanto tiempo huyendo, tantos años sin confiar en nadie, que hacer lo que le pedían era imposible. ¿Cómo podía contar la verdad cuando él mismo intentaba mantenerla lejos de su vida?

—Quiero mi mochila —pidió con convicción—, eso es todo.

—Yo misma te llevaré hasta ella —comentó Clara con energía—. Pero dinos en qué nos estamos metiendo.

Por un momento se hizo el silencio. Una vez más, Daniel analizó sus rostros antes de suspirar y empezar a hablar con tono apesadumbrado.

—No me creeríais aunque os lo dijese.

—Pruébanos —contestaron al unísono.

Daniel se llevó el dedo gordo a la boca mordisqueándolo distraídamente mientras sopesaba lo que iba a hacer. El pie le dolía mucho y dudaba que pudiese hacer todo el camino andando. Encima, aunque lo intentase, no sería difícil que la policía le encontrase y le detuviese sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Y una vez preso, no tendría a dónde correr. Esas dos eran su mejor baza para seguir adelante si de verdad quería escapar de esa situación.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora