Capítulo 3

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— ¿Qué coño haces tú aquí?

Aquellas fueron las agradables palabras que sacaron a Eva del sopor en el que estaba sumida, dormitando en aquella incómoda silla de hospital. Por un momento titubeó mientras se disipaba su estupor y volvía a la realidad.

—Llamé a una ambulancia y estaba esperando para ver cómo te encontrabas.

Daniel la miró con odio desde la cama del hospital analizando el cuarto en el que estaba. Cuando intentó moverse, se le escapó un leve quejido que intentó disimular. El brazo derecho estaba escayolado hasta el codo, además de varias heridas repartidas por todo el cuerpo.

—Un espejo —pidió.

—Creo que no deberías…

— ¡Dame un jodido espejo! —demandó.

Eva rebuscó en su bolso hasta encontrar un pequeño estuche de maquillaje con espejo incluido.

—Sigo pensando que…

—No deberías pensar, —la cortó —de hecho no deberías ni abrir la boca en este momento.

Con ojo crítico se examinó la cara que a pesar de tenerla hinchada y amorotonada, no veía en ella posibles cicatrices permanentes. Daniel lanzó un suspiro de alivio antes de devolverlo.

—Creo que deberías irte — pidió sin levantar la voz.

Al mirarle, Eva no pudo reprimir el ramalazo de culpabilidad que la invadió. Estaba allí por su culpa. A pesar de todo lo que pensaba de él, a la hora de la verdad, se había quedado a ayudarla. Y en una proporción de cuatro a uno nada menos.

—No, me quedo a hacerte compañía. No te preocupes —aunque pensó que sería mejor si pudiese hacerle compañía en una silla un poco más cómoda.

Cuando se quiso dar cuenta, Daniel la estaba mirando con fuego en los ojos.

—No te lo estoy pidiendo. Vete ahora.

—Pero…

— ¡Que te vayas!

La vio dudar, pero finalmente el sentido común pareció imponerse. Esperó hasta que Eva estuvo a punto de cruzar la puerta antes de volver a hablar.

—Y dile a tu tía que vaya preparando ese culito que tiene para cuando salga, que me lo pienso disfrutar.

Al girarse, la réplica que estaba a punto de salir de los labios de Eva murió. Aunque no fue por la mirada de furia que le estaba dirigiendo Daniel desde la cama. La verdad era que su aspecto era horrible y se sentía mal al respecto. Así que al cerrar la puerta, intentó no hacer ruido.

El fin de semana pasó más lento que de costumbre. Las ganas de salir a divertirse con Clara no llegaron a aparecer. Por el contrario, se sorprendió varias veces reteniendo el impulso de ir al hospital. Daniel era un chico odioso, pero había sido por su culpa que hubiese acabado allí. ¿Cuántos hombres no hubiesen preferido quedarse en el coche y hacer como que no pasaba nada ahí fuera? Y eso contando solo a los que la conocían y encima les caía bien.

Había que reconocer que el de Daniel había sido un acto valeroso y lleno de altruismo. Si eso era posible, eso solo hacía que una parte de ella le odiase aún más. ¿Se puede saber ahora cómo diablos iba a compensarle?

Al llegar el lunes, se levantó esperando con ansia que se hubiese recuperado lo bastante como para ir a clase. 

El espejo le devolvió la sonrisa que tenía mientras se maquillaba. Se puso una blusa violeta, con unos retazos de rayas negras que hacían las veces de letras chinas, a juego con una falda negra que le llegaba un par de dedos por encima de la rodilla y unos zapatos con algo de tacón. Se arregló el pelo dejándoselo suelto y se miró al espejo.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora