Capítulo 4

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A Eva nunca la había costado pasarse horas enteras charlando con Clara sobre las últimas tendencias en moda. Diseños, colores, modistas y lo mejor… rebajas, le proporcionaban temas de conversación suficientes como para entretenerse una eternidad. Dos, si la charla permitía el acceso a ciertas marcas menos prestigiosas.

Sin embargo hoy, su elocuente discurso sobre los motivos por los cuales el negro nunca pasaría de moda quedó enmudecido cuando reconoció a Daniel por el pasillo.

—Hola —le saludó levantando la mano con una sonrisa radiante en la cara —me alegra ver que estás…

Ni siquiera la miró. Continuó caminando como si ella no existiese.

—…bien —terminó la frase girándose con la sonrisa congelada en la cara mientras le veía alejarse.

— ¿Qué le pasa a ese capullo? —preguntó Clara indignada.

Eva suspiró antes de responder. No le había pasado desapercibido que por fin le habían quitado la escayola, así como los vestigios de las marcas que aún perduraban en su cara.

—No lo sé —añadió con un encogimiento de hombros sintiendo como se le clavaba en el pecho una oleada de culpabilidad —se habrá levantado con el pie izquierdo.

Al entrar en clase, intentó con todas sus fuerzas no dirigir la mirada a donde Daniel estaba sentado. No debería haber sido difícil en un lugar lleno de gente sin  embargo, parecía que su cuello tuviese un músculo que no llegaba a dominar y que una y otra vez se giraba sin su permiso. Frustrada, tomó asiento en la parte más profunda del aula, lo más lejos posible del profesor.

Aquel era normalmente el mejor lugar para dedicar la atención justa y necesaria para aprobar. Ese día descubrió que además, desde allí, tenía una panorámica increíble sobre el resto de sus compañeros. Aunque no le interesaban todos sus compañeros, tan solo estaba concentrada en uno.

Daniel escuchaba sin perder detalle todo lo que decía el tutor. Al contrario que el resto de los alumnos, no se distraía. Nunca hablaba fuera de turno, ni siquiera con la persona a su lado. Le llamó la atención que tomaba apuntes con bolígrafos de distintos colores y escribía algunos datos en unos pequeños posit que seguramente comprobaría más tarde. En varias ocasiones le vio levantar la mano y responder a las preguntas del señor Findegman. En su forma de hablar, no había ni rastro de aquella chulería de la que hacía gala cada vez que se dirigía a ella. En su lugar, encontró una seguridad innata y respuestas directas. Como si no quisiera malgastar una palabra más de lo necesario.

— ¿Estás bien? —susurró Clara arrastrándola de nuevo a la realidad — Sabes que el profesor es el que está ahí delante y ninguno de los que están allí sentados ¿No? En serio, estás de lo más rara. 

Incómoda, Eva se removió en la silla intentando que no fueran tan evidentes sus pensamientos. Estaba segura que su amiga no podía entenderlo. Como no iba a estar ausente después de lo que había pasado.

—Estoy bien —concedió con su mejor voz de niña buena —. Es que esta noche dormí fatal. Tuve pesadillas con que Findegman volvía a suspenderme y ahora tengo todas las tripas revueltas.

Clara la miró con ojo crítico a punto de decir algo obvio. Pero fuera lo que fuese, no lo hizo.

—Está bien. No pasa nada. —comentó con aire resignado —Pero por lo menos estate atenta. Ahora van a dar las notas y si no oigo la mía me gustaría que tú me la dijeses.

—Sí, sí tranquila —respondió Eva de manera ausente.

Como si fuese tan fácil. Después de estar casi toda la noche sin poder dormir por culpa de los nervios, de lo único que tenía ganas era de irse a casa a descansar. Encima, la monotonía con la que el tutor dictaba las valoraciones era mejor que contar ovejas.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora