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Habían pasado ya veinticuatro horas allí abajo cuando uno de los hombres de Frank tuvo la deferencia de bajar con algo de comida para darles.

—¡Escucha! —pidió Daniel con tono de urgencia—. Tienes que ayudarnos a salir de aquí.

—Atrás estúpido —ordenó el matón sacando una pistola y apuntándole a la cara—. Si haces alguna tontería no dudaré en matarte.

A Daniel no le quedó más remedio que obedecer con las manos en alto.

—Por favor, escúchame. Tengo que salir de esta casa, tenéis que sacarme de aquí antes de que...

—No te preocupes —murmuró burlón el hombre—, en cuanto venga tu amigo Mor te sacaremos.

El muchacho bajó las manos mientras el sonido de la risa se perdía cuando el matón volvió a su puesto.

—¡Vas a morir y ojala pueda verlo! —gritó fuera de sí.

—Todos vamos a morir aquí abajo —musitó Clara casi sin fuerzas—. Van a matarnos.

El sollozo rompió el silencio de aquel lóbrego sótano como un signo inequívoco de su destino. Todos miraban al suelo desesperanzados. Eva acarició con cariño la cabeza de su amiga, que no tenía fuerzas para moverse y cuyos moratones eran más que evidentes por todo el cuerpo.

—Tengo que salir de aquí —murmuró el muchacho mientras probaba a zarandear las verjas por millonésima vez para ver si se habrían solas.

—Tranquilízate ¿quieres? Estas asustando a las muchachas —murmuró Jason acercándose a él—. Lo que tenemos que hacer es esperar hasta ver una oportunidad y lanzarnos de cabeza. No perder los estribos como te estoy viendo.

—Tú no lo entiendes.

—Lo que sí entiendo es que si sigues en este plan, vas a desmoralizar tanto a las chicas que no podrán reaccionar si lo necesitamos.

—Lo necesitamos ahora.

Jason apenas sí conocía a aquel chico, pero hubiese apostado que no era de los que se asustaban. A pesar de todo, vio en sus ojos que estaba a punto de dejarse llevar por el pánico.

—¿Qué es lo que pasa?

Parecía mentira. Había estado años sin confiar en nadie, sin hablar jamás de su secreto y ahora lo vocifera al primero que se lo preguntaba.

—Algo me persigue. Si para cuando lleguen las diez no he salido de esta casa, podemos darnos todos por muertos.

Pareció que el detective iba a objetar algo, pero tras pensarlo mejor, se guardó bien su opinión.

—¿Hay algo que pueda hacer?

—Por supuesto que sí —musitó Daniel entre bromeando y nervioso—. Sácame de aquí echando leches.

Era fácil decirlo.

—¿Algo que pueda ayudarnos?

Daniel se planteó qué cosas podían hacer desde allí. Ninguna de utilidad, quería gritar de frustración, pero eso tampoco iba a ayudar gran cosa.

—Si tuviese acceso a un teléfono podría llamar a un... —Se quedó callado cuando fue a escapar la palabra amigo—...conocido que tengo. A lo mejor él podría echarnos una mano. Aunque no es seguro, no le caigo especialmente bien.

— No sé por qué, me lo creo —dijo el detective con ironía.

Aquella era otra espina que tenía clavada.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora