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—No, no puedes venir —repitió Daniel por tercera vez—. ¿No te das cuenta de lo peligroso que va a ser esto?

Eva cruzó los brazos sobre su pecho y miró con descaro su tobillo, adoptando una posición con la que no se podía negociar.

—¿Y tú crees que el señor Menéndez va a creerse que has sobrevivido tú solo en este estado?

—No me importa lo que él crea, mi respuesta es no y seguirá siendo no. Así que hazme el favor de volver a la furgoneta.

Hablaba con el ceño fruncido y la cara seria, aunque en el fondo, todo su ser agradecía el hecho de que se hubiese ofrecido a acompañarle.

—Pues da la casualidad de que sí importa lo que él crea. Si sospecha que esto es una trampa, no servirá para nada lo que estamos haciendo.

Eva le miró con prepotencia, como si con aquella fría lógica supiese que iba a ganar la discusión.

—Puedo encargarme de esto yo solo.

—¿En serio? No te creo.

—Pues puedo —alegó Daniel con energía—. No hace falta que te preocupes por mí. Yo solo me basto para entrar y salir de la mansión de una sola pieza.

—Bien, demuéstramelo —pidió Eva poniendo una mueca divertida—. Te acompaño y así lo veo con mis propios ojos.

Daniel no salía de su asombro.

—¡Eres imposible! —murmuró con una pizca de enfado en su voz—. ¿Por qué no me dejas que sea yo el que se preocupe por tu seguridad?

—Porque aunque no te lo creas, soy bastante capaz de cuidarme sola y tomar decisiones por mí misma.

—Pues yo no lo creo —contestó Daniel intentando aflorar su sentido común—. Te vas a meter en la casa de un asesino para provocarlo ¿No entiendes que eso es una locura?

—Perfectamente —replicó la muchacha—, pero eso lo dices porque eres un hombre y no entiendes a las mujeres.

Daniel puso los ojos en blanco frotándose la frente mientras dejaba escapar un suspiro enfadado.

—¿Vas a decirme que soy un machista?

—No —le corrigió—, lo que voy a decir es que enfocas mal el problema. Yo no voy a la casa de un asesino a encararme con él. Eso me asustaría. Voy a acompañar a un amigo que lo tiene muy difícil para que tenga en quien apoyarse si lo necesita.

Ante aquello no podía alegar nada. Refunfuñando, Daniel se dio la vuelta y empezó a caminar hacia un ligero montículo.

—¿No vienes? —musitó.

Nada más preguntárselo, Eva procedió a seguirle tan feliz como si le hubiese dicho que se iban a bailar. Puede que las cosas no estuviesen fáciles, pero estaba segura de que juntos tenían una oportunidad de lograrlo.

A primera vista, el montículo no parecía tener ninguna puerta visible por la que cruzar. Ya estaba a punto de replicar cuando Daniel metió la llave en lo que parecía una piedra y al empujarla, abrió un hueco por el cual podían pasar sin problemas.

Eva había esperado un estrecho pasadizo lleno de ratas y arañas por el que tener que pasar reptando hasta llegar a la casa. Sin embargo, el enorme hueco que había en el interior la permitía andar de pie sin problemas. Al pulsar el interruptor al lado de la puerta, se encendió la luz mostrando un pasillo sin fin.

—Todas las comodidades que siempre deseaste en tu pasadizo secreto al alcance de tu mano —bromeó Daniel mientras comenzaba a caminar.

Al ver cómo cojeaba, la chica no pudo evitar preguntarle.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora