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Eva levantó las manos en señal de rendición. No había escapatoria posible, dudaba mucho que aquel ser fallase el tiro a esa distancia.

Con tristeza, echó un último vistazo a Daniel que yacía inconsciente ajeno a su fin. Solo le quedaba un as en la manga y esperaba que fuese lo suficiente bueno como para ganar esta mano.

—Si me matas, él morirá desangrado.

Aquel hombre tenía en su mirada tanta furia que era probable que no le importara. Tal vez incluso se alegraba de que por fin aquel esquivo muchacho muriese. Aunque teniendo en cuenta que lo había perseguido durante trece años, seguramente no querría que esto acabase así.

—Nadie va a venir a buscarle. Nadie le salvará. Si me matas, lo verás morir justo frente a tus narices. —Que no hubiese arrojado la improvisada lanza ya era motivo de alegría, pero tenía que hacer algo diferente, tenía que crearle una esperanza—. Si me dejas llevármelo, puedo curarle.

—¿Para que pueda volver a escapar? —siseó con desprecio—. No, gracias.

—Casi le atrapas dos veces, pero escapó. ¿Cómo?

—Tuvo suerte. —El odio con el que profirió aquella frase la retaba a que se la contradijese si tenía valor.

—Exacto. ¿Cuánta suerte puede tener un humano antes de que caiga? Ya le cogiste dos veces y se dice que no hay dos sin tres. A lo mejor la siguiente es la definitiva. —En la expresión de la cosa pareció que aquel razonamiento tenía mucha lógica—. Si muere ahora, tendrás un final que no deseas pero...

—Mételo en la casa y no te mataré.

Aquella promesa estaba llena de tentación. Al agachar la cabeza Eva se sorprendió planteándoselo.

—No. Moriremos juntos si es lo que quieres.

Un rápido movimiento del brazo de su enemigo la hizo creer que todo estaba perdido. Cerró los ojos esperando un final que no llegó. Solo había sido un amago para asustarla.

—¡Tráemelo!

—¡No! —chilló Eva sorprendiéndose a sí misma—. Es el hombre de mi vida y no pienso fallarle.

—No lo entiendo —siseó—. Ni siquiera es completamente humano.

—Ni completamente de lo que diablos seas tú. Es mi amigo y le apoyaré, con eso me basta. Ahora tú decides, puedo llevármelo y salvar su vida o me matas y le ves morir.

Ni siquiera le dio tiempo a arrepentirse de su alarde de valor cuando el hombre arrojó la improvisada lanza contra ella.

Lanzando un suspiro de alivio al ver que se había clavado a sus pies, Eva movió la cabeza hacia aquel ser agradeciendo la decisión que había tomado.

—Yo no puedo moverle con su peso, es muy grande para mí. Necesito la ayuda de mi amigo.

La criatura la examinó unos segundos valorando a aquella extraña humana. Con un movimiento de su mano, le indicó que podía irse y la siguió con la mirada viendo cómo se alejaba de allí a todo correr. Apostaba lo que fuese a que esa humana no volvería.

—Ha prometido no matarnos, le necesita vivo.

—¿Y tú te fías? —le recriminó el detective—. Hace un rato lanzaba todos los objetos de la casa intentando aplastarnos.

—Estaba enfadado, nos escapábamos.

—Y ahora por arte de magia nos ha perdonado.

—Si Daniel muere, habrá dedicado treces años de su vida a perseguir un fantasma. Le sale más rentable mantenerle con vida y esperar a que cometa otro error.

El secreto de DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora