Solo ha sido un sueño

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Aunque conseguimos dar caza a un par de orcos, perdimos a Bolg y al resto de la manada cuando se adentraron en Esgaroth.

Hacía poco más de una hora, las últimas luces del Día de Durin bañaban el cielo. En el momento en el que me centré en los rayos de sol que se escondían entre los árboles al oeste, pensé en todo lo que habíamos luchado para llegar hasta aquí, y una reconfortante sensación me batió el cuerpo.

Légolas y Tauriel iban más adelante, inspeccionando los alrededores por si hubiese algún otro malnacido. Entramos en La Ciudad del Lago para justo a tiempo ver a un grupo de orcos saltando de un tejado a otro. Tenían un objetivo fijo: Thorin Escudo de Roble.

Los seguimos de cerca hasta que decidieron atacar. En la puerta de una casa, una chica llamaba a su padre. Dos orcos saltaron a ambos lados de la muchacha, y entonces decidimos atacar.

La chica, de no más de 16 años,reaccionó lo más rápido que pudo entrando a la casa e intentando cerrar la puerta.

Los orcos rompieron la puerta,entraban por todas partes, destrozando paredes y techo. Conseguí acertar una flecha al orco que atacaba a Bofur. Mientras yo comprobaba como estaba, Légolas y Tauriel se adelantaron hasta la casa. Bofur estaba inconsciente, pero dentro de lo que cabe, bien. Subí los peldaños y entré a la casa.

Me tomé un segundo para analizar la escena: la chica de antes se resguardaba bajo una mesa junto con una niña, un chico luchaba como podía contra los orcos lanzándoles platos y todo lo que encontraba. Al fondo Kíli gruñía de dolor y Fíli se mantenía a su lado junto con Óin defendiendo a su hermano.

Para cuando quise darme cuenta, solo quedaba un orco vivo. Me empujó y saltó a unas barcas.

—¡Escudo de Roble se ha ido!—Gritó a Bolg, quien se encontraba a unos metros de él.

—¡Retroceded!—Ordenó Bolg.

Del tejado de la casa saltaron al menos una docena de orcos. Conseguí apuñalar a uno con mis dagas y hacerlo caer por el pequeño balcón frente a mi.

Finalmente pude entrar en la casa, y ahora Kíli gritaba tendido en el suelo.

—Kíli—corrí hacia él con los ojos llenos de lágrimas al fijarme en su rostro pálido como el marfil y en sus demacrados rasgos. Unas enormes ojeras moradas se le formaban bajo los ojos.—Estoy aquí.

—Hay más orcos—Dijo Légolas—vamos Tauriel.

La miré. Sus aterrorizados ojos se dirigían a Kíli.

—Se muere—le susurré.

Ella miró a Légolas, que con desdén bajó los escalones de la entrada desapareciendo así en la noche.

Miré la herida de mi hermano, solo un milagro podría salvarlo. En ese momento Bofur apareció por la puerta.

—¡Athelas!—Tauriel quitó las hiervas a Bofur de las manos—Vamos a salvarle—me dijo.

Un instante después Fíli, Bofur y el muchaco, que se llamaba Bain, colocaron a Kíli sobre una mesa. Sigrid, la mayor de las niñas y yo calentamos agua y Tauriel echó la hierva dentro. En cuanto pude me coloqué junto a Kíli y le cogí la mano.

La elfa colocó las athelas sobre la herida de Kíli, que se retorció en la mesa, aferrándose a mi mano con tanta fuerza que creí que me partiría un dedo. Mientras Tauriel pronunciaba unas palabras en sindarin. Poco a poco mi hermano se fue relajando. Su mirada cansada y perdida se centro en Tauriel y una sonrisa se me escapó al imaginar lo que estaría pensando él:«¿Tauriel? No puedes ser ella. Pero realmente es ella. Brilla como la luz de las estrellas»

Dejé mi corazón en La Tierra Media.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora