El suelo tembló en la casa del barquero, y yo me estremecí temiendo lo que significaba.
—Ha venido de la montaña—confirmó Bain, que miraba por la ventana.
—Tenemos que irnos antes de que...
No pude terminar de pronunciar las palabras, pues los gritos de unos hombres en el exterior nos llamaron la atención.
—¡El dragón se acerca!—gritaban alarmando a la gente que pasaba por allí. En un segundo cundió el pánico y en efecto, Smaug estaba cada vez más cerca.
Rápida y elegantemente, Tauriel recogió dos capas viejas y muy usadas del suelo y se las colocó sobre los hombros a las niñas.—Debemos irnos.
No miró a nadie.
—No podemos, padre aún no ha vuelto—respondió Bain.
—Pero si os quedáis, tus hermanas morirán ¿Es eso lo que querría vuestro padre?—dije con tono serio.
No obtuve respuesta directa, pero me bastó el rápido modo con el que recogimos todo y salimos de la casa. Bajamos las escaleras que conducían al retrete y nos subimos a una vieja barca de madera.
—¡El dragón!—gritó alguien desde alguna parte.
Lo único que me dio tiempo a ver fue una llamarada que azotó gran parte de las casas a nuestra espalda y unas enormes garras antes de que uno de los trozos de madera me dejara inconsciente.
—¡Por Durin! Ha esta docerca—exclamó Bofur aliviado al haber salido de la casa a tiempo.
—¡Lani!—Fíli sostenía a su hermana, que se encontraba tendida en sus brazos con los ojos cerrados.—Algo salió volando y le golpeó la cabeza. La herida está sangrando.
Sigrid tiró de la tela de su capa y arrancó un trozo para taponar el flujo de líquido rojo de la cabeza de la chica. Mientras, Tauriel conducía la barca con una destreza increíble por los atestados canales de Esgaroth. Cuando ya casi estaban cerca de las puertas de la ciudad, chocaron con una barcaza enorme en la que se encontraba el gobernador junto a Alfrid y todo el oro que habían podido conseguir. Bain los había dejado hacía un rato en un descabellado intento por ayudar a su padre, que intentaba matar a Smaug desde la cima del campanario.
Creí sentir que me transportaban y luego el frío y rugoso tacto de lo que parecía madera. Intenté abrir los ojos lentamente y vi el cielo. Un cielo cubierto de nubes grises, al que se le sumaban gritos, llantos y otros indescriptibles sonidos del dolor que deja la muerte de un ser querido o la angustia de no encontrar a los tuyos entre una marea de muerte. Sin duda aquellas nubes estaban cardadas de las lágrimasde esas desdichadas personas que oía. Miré a ambos lados y vi algo conocido.
—¿Fíli?—se encontraba dentro de la barca, al igual que yo recogiendo provisiones que Bofur y Óin le pasaban—¿Qué ha pasado?—pregunté con la voz ronca. Él me tomó la mano suavemente.
—Te quedaste inconsciente, Lani. Pero tranquila, ya ha pasado todo. Smaug ha muerto y volvemos a casa.
Me recosté lentamente, justo a tiempo para ver a Kíli a escasos metros en la orilla. Hablaba con Tauriel, que ha decir verdad se veía totalmente rígida ante la presencia de Legolas. Solo alcancé a oír las suaves palabras de mi hermano antes de alejarse de ella. "Consérvala, como promesa". La mano abierta de ella dejó ver la piedra de Kíli y las lágrimas inundaron los ojos de la elfa pelirroja, aunque no llegaron al suelo. Eché un vistazo a Legolas, que me miró devuelta. Puso una cara indescriptible y se alejó con Tauriel.
Los chicos empezaron a remar y yo me senté, algo mareada en un hueco entre las provisiones. Un rato después, hice un esfuerzo por ayudar y remé un poco mientras Kíli descansaba. Su herida aún estaba sanando, y no quise arriesgarme cuando hizo un gesto de dolor.
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Dejé mi corazón en La Tierra Media.
Fanfiction¿Qué harías si por accidente entraras en tu historia preferida y supieras todo lo que va a pasar? Eso mismo le pasó a Leilani, una chica de 16 años normal y corriente que por lazo del destino acabó inmersa en las aventuras de la compañía de Escudo d...