La Batalla de Los Cinco Ejércitos

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Me desperté en la quietud y la oscuridad de la sala. Poco a poco me levanté y pude comprobar que estaba sola. Salí para buscar a los demás, pero acabé perdiéndome como siempre.

Finalmente acabé por encontrar el camino principal que conducía a la puerta de la montaña ahora convertido en un muro. Me acerqué y subí los escalones justo para descubrir a Bilbo haciendo unos nudos a una cuerda. Iba a saltar.

—Bilbo, ¿qué haces?—susurré y se asustó.

—Leilani. Sé cómo parar esto—hizo una pausa y dejó entrever la piedra en el bolsillo interior de su abrigo—esta mañana cuando tú dormías, Bardo, el barquero que mató a Smaug vino a hacer un trato con Thorin, pero este se negó.Ahora toda esa hueste armada de elfos—señaló a la Ciudad de Valle y pude ver elfos armados por todas partes. Aún siendo de noche seles reconocía—atacará esta montaña al amanecer si Thorin no a accede a hacer un intercambio.

—¿Qué tienen que ver los elfos con todo esto, Bilbo? Ellos, y menos Thranduil, no se mancharían las manos por ayudar a los supervivientes de la Ciudad del Lago.

—El Rey del Bosque Negro quiere las reliquias de su pueblo, o eso dice él. Lani, tengo que hacerlo—dijo dándome un beso en la frente y saltando sin darme tiempo a decir nada más.

Me di la vuelta, y bajé los escalones dispuesta a ir pedir explicaciones cuando me encontré de frente con Bofur.

—Leilani, pequeña ¿Qué haces aquí?—preguntó alegremente, aunque su rostro mostraba tristeza.

—¿No me toca a mi el próximo turno?—disimulé para dar tiempo a Bilbo de llegar a Valle sin ser visto.

—Bueno, en realidad le toca a Bombur, pero se ha quedado dormido y ya sabes cuanto cuesta despertarlo—volvió a reír con restos de tristeza en la mirada.

—Bofur—me acerqué a él, que me miró con atención—¿Te he contado alguna vez la historia de El soldadito de plomo?

Negó con la cabeza y yo tomé asiento en el escalón que se encontraba frente a nosotros. Él hizo lo mismo y entonces empecé a contarle el cuento. Había estado tan absorta contando la historia, que ni siquiera me fijé en que toda la compañía estaba allí también.

—Ya echaba de menos tus extrañas historias—me sonrió Balin y todos reímos.

Las primeras luces de la mañana inundaron la gran sala. Thorin apareció entonces, con una armadura dorada y brillante y con una corona sobre la cabeza.

—Subid todos ahora mismo—ordenó—ese maldito elfo estará a punto de llegar.

Obedecimos. Thorin aguardaba la llegada de los elfos con una arco y unas flechas.Estaba colocado en el centro de la puerta, con Fíli y Kíli a ambos lados. Por algún extraño motivo insistió en que yo me colocara junto a ellos, y así lo hice sin rechistar por una vez. El sol se alzaba veloz y en pocos minutos ya sobrepasaba el horizonte. A lo lejos, las puertas de Valle se abrieron con un chirrido seco y de ella salieron Thranduil y Bardo, acompañados de las huestes armadas.No tardaron en llegar a Erebor. Tan pronto como el arrogante rey elfo estuvo a tiro, Thorin disparó la flecha que llevaba cargando desde que lo vio. No disparó para darle, obviamente.

—¡La próxima te la clavaré entre los ojos!—gritó Thorin cuando vio la sonrisa en el rostro de Thranduil.

—Hemos venido a decirte que aceptamos el pago de tu deuda—dijo Bardo intentando captar la antención. Thorin posó entonces su mirada asesina en el.

—¿Qué pago? Yo no os he dado nada—gritó. A la vez, Bardo metió la mano en su bolsillo y sacó La Piedra del Arca. Los enanos se sorprendieron y gritaron descontentos y confusos, pero Thorin los hizo callar—¿No os dáis cuenta? Es una trampa. ¡La Piedra del Arca está en estos salones,esa no es la auténtica!—bramó entonces, más enfadado que antes.

—S-si lo es, Thorin. Yo mismo se la he dado—Bilbo apareció entonces, y su cara solo mostraba una tristeza impropia en él—has cambiado. El Thorin que pude conocer en Bolsón cerrado jamás habría dudado de la lealtad de los suyos.

—A mi vas a hablarme de lealtad—las palabras de Thorin salieron despacio, como si le doliera pronunciarlas. Creí ver lágrimas en sus ojos por un instante—¡Arrojadlo!—gritó a mis hermanos, pero ellos se negaron.

—¡Ya está bien,Thorin!—grité interponiéndose entre él y Bilbo—¿Acaso es este el comportamiento de un rey?—vaciló un instante antes de responder.

—Qué sabrás tú. Solo eres una niña. ¡Aparta!—no cedí. Guardé la compostura—¿No me oyes? Te ordeno que te apartes.

—Te crees con derecho adarme órdenes. ¡No eres mi rey!—grité cansada y triste por ver en lo que un buen hombre se había convertido.

—¡Soy tu padre!—gritó el también. De pronto sentí como si el mundo hubiese perdido todo.El sonido, el color,el sentido... Y me quedé rígida. Thorin me apartó, como si lo que acabara de decir no hubiese provocado nada en él. Se dirigió a Bilbo y lo tomó dispuesto a arrojarlo.

No podía reaccionar, sus palabras me habían destrozado por dentro. Mi padre. Él era mi padre, ¿o tal vez solo había sido un arrebato de demencia?

—¡Si no te gusta mi saqueador, te agradecería que me lo devolvieras!—la voz de Gandalf resonó en todas partes, y abriéndose paso entre los elfos llegó junto al rey elfo.

—Jamás volveré a tratar con ratas de La Comarca, y mucho menos con Magos.

—Thorin, hijo de Thráis, no te estás revelando como un digno rey bajo la montaña—Gandalf intentaba persuadir a toda costa al que el algún momento pensé un tío y al que ahora era mi padre.

—¿Por qué sufrir tanto por un poco de oro?—prosiguió Bardo. Al que hasta aquel momento no había logrado ver bien, y cuando por fin mi vista de posó en él mis ojos se abrieron como platos. Las lágrimas de cientos de recuerdos maravillosos me inundaron los ojos. Él no era Bardo El Matadragones, era James Williams, y era mi padre. Mi padre de La Tierra y el mismo que había muerto por culpa de una tormenta en alta mar. O eso creía yo.

Salí de mi trance cuando él giró la cabeza y su atención se centró en otro lado. De una delas colinas más al este de Erebor comenzó a llegar todo un ejército. En pocos minutos Dáin, el primo de Thorin bramaba obcenidades y amenazas a todo ser viviente que no fuera enano. No oía muy bien lo que estaban diciéndose rey elfo y rey enano, pero en un instante empezaron a luchar como bestias.

No se habrían detenidos no hubiera sido por el temblor y el estruendo que prosiguió. Delas montañas salieron enormes gusanos que destrozaban las rocas y las machacaban con sus enormes mandíbulas. El temblor cesó, pero no fue mejor. Como ya recordaba de el libro, hordas y más hordas de orcos salieron de los agujeros formados por aquellos enormes gigantes come rocas.

Los enanos de Las Colinas de Hierro, liderados por Dáin Pie de Hierro se lanzaron a la batalla al grito de Durin sin pensárselo dos veces, aún siendo menos en número. Me enorgullecí de su valentía, pero aquello era todo un suicidio. De repente, y usando una coordinada y efectiva técnica, los elfos salieron en defensa de su rey y de la gente inocente de La Ciudad del Lago.


 Yo solo esperaba que todo fuera una pesadilla de la que me acabaría despertando tarde o temprano. Que desertaría en el regazo de uno de mis hermanos, y recorrería los sitios más recónditos de La Tierra Media con esta peculiar compañía...

Dejé mi corazón en La Tierra Media.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora