Capítulo siete

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Los minutos parecían ser eternos y las calles se hacían cada vez más interminables con cada paso que daba.

Al parecer era la única persona merodeando por calles, con este clima; las gotas caían y de vez en cuando sonaban truenos sacando pequeños saltos por mi parte, de lo fuerte que se escuchaban.

Miré por cuarta vez el cielo ocasionando que las gotas cayeran en mi cara, relajándome. Inhalé el placentero aroma de la tierra mojada, humedad y naturaleza en el momento que crucé un parque.

Revisé el reloj, como lo hacía cada veinte minutos, y me iba a disponer a correr, por la hora, sino fuese porque recordé que ya no tenía absolutamente nadie esperándome en casa.

Y junto a eso recordé a mi madre, a mi padre, a mi familia; rememoré los momentos que solíamos pasar todos juntos. Los picnics, acampadas, los cuentos antes de dormir, las películas a media noche, las escapadas para salir a jugar bajo la lluvia, las salidas a cenar, a jugar, a pasear. Todo. Hasta la primera vez que le había comentado a mi papá que quería ser alguien en la vida, dejar un mensaje, hacer cambiar de opinión a las personas con mente cerrada; o cuando vi nacer a Aaron y fui la primera en cargarlo en mis brazos.

Pero todo había pasado tan rápido.

-¿Qué fue lo que nos ocurrió? –susurré dolida.

También ver a mi mamá llorando cada noche y a mi papá yéndose por esa puerta sin dejar rastros de él.

Luego de eso, ver a mi madre corrompiéndose y Caleb, que con sus 14 años, se escapaba de casa, huyendo de los problemas.
Luego estaba yo, quien era la que cuidaba de Aaron observando con detalle cómo la familia que en algún momento fue feliz, se estaba despedazando.

Niego con mi cabeza queriendo quitar esos recuerdos de mi mente.

Un chasquido de dedos me trajo de vuelta a la realidad.

-Oye, ¿estás bien? –preguntó un muchacho frente a mí.

Lo miré con el ceño fruncido.

El muchacho no era muy alto, su cabello era anaranjado y sus ojos verdes, que me miraban analizando la situación. Su rostro se me hacía curiosamente conocido, por lo que fruncí aún más mi ceño.

-Eso no te concierte. –mi respuesta había sido dura, pero justificable sabiendo que conocía a nadie de este lugar, tenía que desconfiar de todos, uno nunca sabe con quién se podría topar.

-Te das cuenta de que tú eres la única que anda caminando por estas calles mientras diluvia. –soltó con tono de burla.

No andaba con muchas ganas de o discutir en estas circunstancias por lo que continué caminando ignorando al pelirrojo en la motocicleta.

-Sería más asunto mío que tuyo. –enuncié queriendo dar por terminada la conversación.

Quería que este chico se fuera así pudiera seguir caminando, pero no, él continuaba mirándome expectante. El chico terminó por asentir y se encogiéndose de hombros demostrando el poco interés que tenía por seguir la conversación. Como a mí también.

-¿Querrás que te lleve? –comentó indiferente, por lo que lo fulminé con la mirada por su persistencia. Di un suspiro de exasperación y lo miré por unos minutos escaneándolo. - ¿Qué estás esperando? – Rodé los ojos ante su actitud tan exasperante.

-Nada de ti, por supuesto.

Ajusté la capucha en mi cabeza junto con los auriculares, de los cuales aumenté el volumen, y a zancadas hui de esa exasperante situación, por la cual rogaba no volver a pasar nunca más.

...

A pesar de todo, luego de dos horas y media de caminata, llegué a la casa, y la cual extrañamente se encontraba vacía. Angustiada, corrí hasta mi habitación y me tiré en la cama para luego buscar desesperadamente mi teléfono, que después de un mini-infarto, encontré en mi bolsillo trasero del pantalón; marqué al contacto de Caleb.

-Alexa, ¿Qué pasa? –respondió al tercer pitido. Se escuchaban voces masculinas, por lo que casi no podía oír a mi hermano mellizo.

-¿Aaron está contigo?

Fue inevitable no morderme la uña tras no recibir una respuesta inmediata.

-Sí, ¿Por qué? –preguntó extrañado, después de unos segundos.

- Dame con él... –pedí, a lo que él no respondió.-... ¿Por favor? –rogué impaciente y sentí un alivio cuando escuché la voz de Aaron tan entusiasmado detrás del móvil. Se le escuchaba feliz, y eso era lo único que necesitaba para saber que se encontraba bien.

-¡Alexa, Alexa! –repetía una y otra vez, eufórico.- ¡Hoy en el kinder hice muchos amigos! –soltó una risita.- ¿Cómo te fue a ti? –preguntó intrigado, por lo que reí, pero mi risa fue cesando de a poco a medida que recordaba lo ocurrido hoy. Aun así, no pensaba contarle mis problemas a mi pequeño hermano, por lo que con un falso entusiasmo, respondí mintiendo.

-¡Excelente! –y éste rió, para luego despedirse y cortar.

Ojeé la hora en la pantalla de mi móvil y suspire con pesadez al ver que eran las 7:45PM.

El día se me había hecho eterno y parecía no querer acabar nunca, de modo que me decidí por levantarme de la cama y dirigirme hacia el ropero de mi habitación.

Inexplicablemente, sonreí al recordarme con ocho años y las interminables veces que me adentraba en el ropero, creyendo que así llegaría a un mundo mitológico como Narnia.

De un cajón, donde se encontraban todos mis secretos, saqué la máscara sonriente hecha de un duro plástico junto con la campera negra con una "D" grabada en su espalda.

Me las coloqué previamente de la mochila, donde dentro guardaban todos mis frascos y aerosoles dentro. Sonreí frente al espejo que tenía dentro y salí de casa, a hurtadillas, por miedo a que los vecinos me reconocieran.

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Pregunta: ¿Alguien más se metía de chiquita al ropero pensando que así llegaría a Narnia? ¿No? ¿Solamente su escritora y Alexa? Ok, ok.


Matthew Sanders:

Matthew Sanders:

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CHRISTOPHERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora