Capítulo treinta y tres

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Sentía la presión del pecho advirtiendome de los hechos. Quería parar a pensar, recapacitar y respirar, pero el dolor, la adrenalina, me estaba culminando el pecho.

La sensación de volver a perder todo era constante. Insoportable.
Odiaba el sentimiento de abandono.

A medida que las calles pasaban trataba de mantener los pensamientos positivos pero el inconsciente, y el pasado, me estaban dando una palisa mental

-No pienso dejarme caer - murmuré aumentando la velocidad del paso. Afortunadamente, ya me encontraba a varios kilómetros de distancia de casa. -No voy a dejarme caer... No..

De impositiva fue mi vista nublarse la que me hizo detener el paso, mis ojos picaban y las luces de los faroles se distorcionaron. Toda la fuerza que había conseguido se desvaneció. De nuevo volvía a sentirme tan débil.

La angustia se alimentaba de mi pecho, el miedo, el pánico parecían cegarme.

Decidí sentarme en el borde de la acera y respirar. No podía perder el control ahora.

Inhalé y exhalé. Repetidas veces.

Sentía mi cabeza y corazón perderse en una neblina espesa de sentimientos negativos, no pretendía caerme en el hoyo negro ahora.

-Vamos Alexa, mírate... tan patética -suspiré. -Igualita a la Alexa de hace cuatro años... -sonreí con sorna. -A diferencia que... crecí y ahora me siento un poco más fuerte que ayer.

En un respiro profundo me decido por quitarme todo rastro de lágrima en mi rostro.

No tengo la certeza de que fue, ni que ocurrió en ese momento, pero la brisa nocturna que corría cesó y seguido a eso fue la urgida necesidad de ver el cielo pintado en estrellas y preguntar:

-¿Por qué?

No tenia idea a qué quería llegar a esta instancia, pero me sentía tan exhausta con la vida. En su totalidad.
¿Qué había hecho para ser tratada de tal forma?

-¡¿Qué mierda fue lo que hice mal?!

La sangre ardía y hervía corriendo por sus venas.
Sentía la vida tan agria, como herida bañada en limón y jengibre. Tan cruel, tan injusta.

Mi cabeza no comprendía como tanta crueldad, frialdad y desdicha puede ocurrirle a alguien.

Pensé en Aaron.

Pensé en Caleb.

Pensé en mamá.

Pensé en Christopher, en Eleonor, Christian y Matthew.

...hasta pensé en papá.

Sabía que yo, ni nadie, ha merecido vivir por lo que vivió; pero también sabía que yo era la única que podía cambiar la mierda de destino que me había tocado. Quisiera el destino o no. No podía seguir viviendo de lamentos.

-Este es tu presente Alexa, no lo arruines...

Seguido de ese susurro, proseguí en tomar marcha hacia la casa de Elenonor.
Necesitaba saber de ella, qué pasó, qué le ocurrió.
La necesitaba, la extrañaba. Después de todo se había convertido en su mejor amiga.

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Holis, he vuelto je

No es la gran cosa pero bueno...

¿Cómo están?

CHRISTOPHERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora