Epílogo

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Tomé la mano del pequeño niño de ojos azules que reposaba en la cuna al costado de mi cama.

Larry se había vuelto a despertar en la madrugada y Adam lo había cambiado ya dos veces así que era mi turno.

Le quité el pañal sucio que tenía y lo puse en una bolsa para luego botarlo en la basura. Le coloqué uno limpio y lo mecí unos segundos para que se duerma nuevamente.

Lo dejé con cuidado en la cuna y luego me fije en varias fotografías que habían en la pared, una de ellas era cuando Larry nació, otra era de mi viaje con Adam a Londres y otro era el día de nuestra boda.

Adam y yo nos casamos hace ya dos años, cuando yo tenía 24 y él 25.

Después del día en el que mi padre fue arrestado y mi boda falsa arruinada, Adam y yo volvimos a Los Ángeles y vivimos juntos por varios años, hasta que un día vimos que la cafetería en la que trabajé estaba en banca rota y decidimos comprarla.

Estudié psicología, así que convertí la cafetería en mi oficina y Adam me ayuda con la publicidad, aunque sigue haciendo pequeños trabajos para otras empresas.

Después de inaugurarla, Adam me pidió matrimonio enfrente de todos, mi madre, Sam, Ollie, su madre, Lauren y sus tíos.

Y sí, nos casamos y fuimos de luna de miel a España, siempre quise ir ahí.

Por otra parte, mi padre está en la cárcel por no-sé-cuánto tiempo y mi madrina se mudó a Bolivia, sobre todo eso la carrera de jugador de futbol americano de Michael se fue al tacho de basura con el escándalo de mi padre. Y de Alejandro no sé más, supongo que ahora es dueño de le empresa de su padre.

Sam está embarazada de nada más y nada de menos que Ollie.

Sam rompió con su novio anterior ya que este la engañó y cuando Ollie vino para la inauguración de mi oficina conoció a Sam. El flechazo fue instantáneo, pero Ollie no se atrevió a invitarla a salir hasta que Adam le dio un empujón y ¡puff! Son novios.

Aún no se han casado ni están comprometidos, pero Ollie nos pidió ayuda para hacerle una romántica pedida de mano enfrente de la puesta de sol en Venice Beach.

Maddie seguía viva, aunque ya no le quedaban muchos años pero intentamos disfrutar cada día con ella. Y nos mudamos a una casa después de casarnos.

Me quedé ahí parada, enfrente de la cuna de Larry hasta que sentí unos varoniles brazos abrazarme y besar mi mejilla.


-¿Qué haces despierta a estas hora, gruñi? – Sí, me seguía llamando gruñi.

-Larry se despertó. – Ambos miramos al bebé de dos meses y medio que descansaba en la cuna. – Es tan lindo.

-Como su padre. – Rodé los ojos y sonreí. – Tal vez sea hora de tener otro, ¿qué dices?

-Eres un tonto. – Le di un beso y él rio. – Te amo, tonto.

-Ya sé que me amas, todos me aman.

-Adam... - Ambos sonreímos. – ¿Sabes? Eres mi chico.

-¿Tu chico? Soy un hombre, nena. – Rodé los ojos y me robó otro beso.

-Eres... mi chico de la cafetería. – Sonrío juguetonamente.

-Tú eres mi gruñona.

-Nos estamos volviendo muy cursis.

-Sí. – Me beso nuevamente y me llevo a la cama para dormirnos acurrucados.


Al final, le tuvimos que contar a su familia la verdad. Que no éramos novios al principio pero al parecer eso no le importó a su madre y nos dio el visto bueno. Lauren se quedó enternecida por nuestra historia y su historia de amor, bueno, ese es otro cuento largo.

Por ahora, esa es la historia de cómo conseguí enamorarme del hombre que ahora es el padre de mi hijo.

Así pinté yo mi lienzo.


El Chico De La CafeteríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora