Capítulo 4

10.1K 667 232
                                    

Me desperté en mi habitación. Aunque estaba oscuro, pude identificar mi colección de fotografías sacadas de revistas y la enorme pintura de la torre Eiffel en la pared opuesta. Me levanté lentamente, repentinamente sintiendo el cuerpo pesado y los músculos débiles. Me pregunté cómo había llegado ahí, pues lo último que recordaba era estar en el Helen's con Tim, Nathaniel... Después de cenar en el Helen's Nathaniel me llevó en su auto a mi casa, pero no recordaba el camino ni que hubiésemos llegado.

¿Por qué me sentía tan aturdida?

—¿Estás bien? —preguntó una voz.

Di un salto en la cama del susto, pero reconocí la voz al instante. Lo busqué entre la penumbra de la habitación, y lo encontré en una esquina, al lado del ventanal. Permanecía muy quieto, tanto que si no hubiera hablado no lo hubiese visto.

—Sí, estoy bien. ¿Qué ha pasado? —pregunté. Me senté en una orilla de la cama y le eché un vistazo al despertador: 3:23 a.m.

—Intentaron asaltarnos. Te dieron un fuerte golpe en la cabeza con una pistola y te desmayaste. No pasó nada grave, solamente me quitaron la billetera. Te traje a tu casa y esperé a que despertaras.

—¿Mis abuelos lo saben? —Sacudió la cabeza—. ¿Entonces cómo fue que entramos?

La respuesta tardó unos segundos en llegar.

—Traías las llaves de tu casa en el bolsillo del pantalón.

Encendí la lámpara al lado de mi cama, y aunque su luz era muy escasa alcancé a ver el rostro de Nathaniel. Estaba tan inmutable como siempre, tan silencioso e inmóvil que podría estar horas ahí y yo ni siquiera me hubiese dado cuenta de su presencia.

—¿Tú estás bien? —pregunté. No me preocupaba si estaba bien o mal; solo lo preguntaba por cortesía.

—Sí, lo estoy. La que ha recibido lo peor fuiste tú. —Pero a mí no me dolía la cabeza ni ninguna parte del cuerpo por el supuesto golpe—. Creo que ya es hora de irme.

Asentí, esperando que saliera por la puerta como habíamos entrado, pero me sorprendió verlo dirigirse al ventanal.

—Espera, ¿qué estás haciendo? Puedes fracturarte.

Cuando salí al balcón, él ya no estaba. Todo se hallaba oscuro, pero escuché sus pisadas en las hojas secas esparcidas por el suelo. Me quedé sorprendida. ¿Acaso él había saltado y caído de pie, sin un rasguño? Eran al menos seis metros de altura.

Esa noche, cuando por fin me dormí, soñé algo diferente al sueño de todas las noches. Me encontraba en medio de una carretera completamente desierta, con inmensos árboles a los lados, de ramas que manifestaban sombras tenebrosas. El aire las zarandeaba, haciendo que las sombras se movieran y pareciera que eran personas escondidas. El miedo me subió por todo el cuerpo como un bulboso tentáculo y quise correr de ahí. Pero ¿adónde?

De entre la densa oscuridad emergió un leve brillo, que rápidamente se fue intensificando hasta que advertí en que eran las luces delanteras de un auto que se acercaba hacia mí. Ya era tarde para alejarme, por lo que me atropellaría o me llevaría entre las llantas. Una fugaz imagen de caricatura de mí siendo aplastada por ese auto voló por mi mente mientras cerraba los ojos y rechinaba los dientes, a la espera de sentir el golpe y salir disparada por los aires.

Pero eso nunca sucedió.

Cuando abrí nuevamente los ojos el auto estaba frente a mí, a unos cuantos milímetros de tocarme. Retrocedí por inercia, agradecida de que el conductor me hubiese visto y se detuvo. De hecho, esperé que alguien saliera del interior y me ofreciera disculpas o cualquier cosa. Pero eso tampoco pasó.

Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora