Se encontraba sentado en el sillón acolchado con las piernas cruzadas, y entre sus manos sostenía un marco. Le dio un último vistazo y lo dejó sobre la mesita de noche a su costado. Era una fotografía de mis abuelos y yo.
—Tu casa es muy hermosa —dijo en tono jovial. Su voz era serena, pero si le prestaba atención, guardaba un brillo amenazador.
No contesté.
Cientos de escalofríos me recorrieron la piel y en mi cabeza se trazó una única palabra: «terror». El sentimiento me recorrió cada fibra del cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la punta de la cabeza, me mareó y me trajo un ácido sabor a la boca.
—Podemos hacerlo de dos maneras —pronunció—. Te portas bien, y yo me portaré bien contigo. Pero si eres una niña mala y causas problemas, todo tendrá una repercusión. ¿Lo entiendes, Adeline?
No respondí.
Se levantó del sillón lentamente y vino hacia mí. Quise alejarme, pero mi mente se encontraba en un estado de aturdimiento. Lo tuve frente a mí, mirándome con sus perforadores ojos violáceos. Yo estaba cubierta por únicamente una toalla, pero no creía que su intención fuera dañarme sexualmente. Él tenía otra forma de daño planeada para mí, podía verlo en sus ojos.
Con su dedo índice rozó mi hombro desnudo y húmedo, lentamente, causándome estremecimientos horripilantes. Percibí el olor que desprendía, a una colonia cara y cigarrillo.
—Permitiré que vuelvas a entrar al baño y te vistas. —Se colocó detrás de mí, su dedo aún en mi hombro, bordeando la parte posterior de mi cuello y deteniéndose en mi espalda, en el principio de la toalla—. Cuando hayas terminado, saldrás, sin intentar huir o clavarme un cepillo de dientes en la garganta. ¿Entendido, Adeline? —No respondí. Ni siquiera era capaz de encontrar mi voz—. Quiero que contestes. ¿Entendido, Adeline?
Mi garganta estaba seca y no podía hablar. Pero al sentir su respiración calmosa en mi hombro y su nariz rozar la parte de atrás de mi cuello, me obligué a encontrar mi voz y pronuncié temblorosamente:
—Sí, lo entiendo.
—Perfecto. Toma ropa y vístete.
Mis pies reaccionaron segundos después. Me dirigí a mi armario y tomé lo primero que encontré. Ni siquiera me tomé la molestia para ver si combinaban las prendas; no tenía cabeza para nada más que pensar lo que me esperaba. Apreté la ropa en puños y me introduje en el baño bajo la escrutadora mirada de Kenneth.
Cerré la puerta con seguro y dejé la ropa en el suelo. Tenía unos cuantos minutos hasta que Kenneth se le hiciera extraña mi tardanza y decidiera entrar, así que debía averiguar alguna salida o un instrumento que me permitiera defenderme.
Me coloqué la ropa rápidamente. Recorrí la cortina de la regadera y casi sonreí de alegría al ver la ventana que daba hacia un costado de la casa. Era lo suficientemente grande para mí, así que impulsándome con las manos subí al borde de la ventana, metí primero las piernas, de forma que quedé doblada, y di un salto. Era bastante altura, al menos ocho o nueve metros, pero no me importó. Caí sobre el hombro derecho y me tragué un grito. El dolor se expandió por todo mi cuerpo, pero intenté no prestarle atención y me levanté inclinándome con la mano izquierda.
Tenía que correr. Kenneth seguramente ya había comprobado que huí. Lo mejor era adentrarme en el bosque y correr con todas mis fuerzas hasta llegar a la casa de Nathaniel.
Pero antes de que pudiera correr, Ron apareció en mi campo visual, justo en frente de mí, y me apresó entre sus brazos.
—Intentando escapar, ¿eh? —se mofó.
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Cazadores: Los doce poderes
FantasyExiste una fuerza mayor a todos nosotros, más fuerte que todo lo que alguna vez hayamos conocido, que hemos llamado el Rayo. Es librador de debilidades, portador de vida perpetua y dador de doce poderes. Muchos ávidos de poseer dominio intentan enco...