Capítulo 2

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Después de que Tim les hubiese ayudado a Thomas y a Nathaniel a pasarle corriente al todoterreno, él y yo nos marchamos. Me sorprendía que Tim fuese toda amabilidad y dulzura con ellos, teniendo en cuenta que horas antes, en la cafetería, había dicho que eran unos locos y raros.

Me despedí de Tim con un abrazo cuando me dejó afuera de mi casa. La abuela me había dejado la comida en la mesa, junto a una nota que rezaba: «Te toca el turno de la tarde en la tienda».

La tiré al bote de la basura y bufé.

Mis abuelos tenían una tienda muy concurrida de comestibles en el centro del pueblo. La trabajaban entre los dos, pero de vez en cuando, me encargaban a mí que la atendiera. Sinceramente, no me gustaba pasarme toda la tarde detrás de un mostrador embolsando cosas, cobrando y aguantando a un montón de clientes insufribles. No podía quejarme, de todos modos, ya que la paga no era tan mala y mi deber como nieta era ayudar a mis ancianos abuelos. Así que cuando termine de comer el estofado que la abuela me preparó y adelanté un poco la tarea de Álgebra, corrí a mi habitación a ponerme ropa más ligera y me fui a la tienda.

—Llegas tarde —fue lo primero que me dijo la abuela en cuanto entré.

—Lo sé, y lo siento. Es que tengo demasiada tarea —me excusé.

Me puse un delantal con el logo de la tienda —una barra de pan y un tomate entrecruzados—, tomé una de las cuatro cajas de cebollas que estaban a la entrada y empecé a acomodarlas en el anaquel. La expresión de mi abuela se suavizó al escucharme y siguió acomodando las hogazas de pan que ella misma preparaba.

La tienda tenía un aspecto muy hogareño, con sus pisos y paredes de madera que olían a puro enebro y las decoraciones que mi abuela se esmeraba en colocar por todo el local. A las personas les gustaba visitar nuestra tienda porque tenía buenos precios. Mi abuelo trabajaba la madera en su tiempo libre, por lo que la mayoría de los estantes y mostradores eran de diferentes tipos de madera. Había una inscripción en la entrada con trazos y grecas que decía «Bienvenido a su tienda Bristow's», que yo misma había ayudado a crear.

Después de acomodar todas las cebollas y otras cajas más de limones y calabazas, el abuelo salió del cuarto que utilizábamos como almacén, me besó la mejilla y me ayudó con el resto de la mercancía.

—Adeline, cielo, ayúdame a hacer el inventario, por favor —me pidió.

Tomé la lapicera y la libreta donde llevábamos el conteo de toda la mercancía y estuve contando, sumando y restando todo lo que había en el almacén hasta que llegaron las nueve, la hora de cerrar la tienda.

Terminé con los pies tan cansados que, en cuanto llegué a casa, fui inmediatamente a mi habitación a quitarme la sudorosa ropa y darme un baño. Después, cuando ya estaba aseada y descansada, la abuela me llevó un plato de estofado recalentado de la tarde. Me lo comí mientras hacía la tarea.

—Me gustaría ayudarte, cielo, pero sabes que soy malísima para Álgebra —dijo ella.

—No te preocupes, abuela. Ya casi termino.

Se paseó por mi habitación, recorriendo las sábanas de mi cama y almohadillando mis cojines. Era una costumbre que ella tenía, ir todas las noches a mi cuarto a desearme las buenas noches, supervisar que todo estuviese bien y que yo estuviese cómoda. Por último, abrió la ventana, diciendo que hacía mucho calor.

—Tienes tarea, así que te dejo para que la termines —se despidió—. Buenas noches, Adeline.

—Descansa, abuela.

Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora