Capítulo 3

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Tim llegó por mí cuando terminaba de desenredarme el pelo. Mientras bajaba las escaleras me hice una coleta floja y tomé mi mochila. Tim me esperaba en el auto, apurándome para que nos fuéramos ya.

Había mucha gente en la feria, por lo que tuvimos que formarnos en una larguísima fila para comprar las entradas. Después de media hora pudimos ser atendidos por una chica a la que se le notaba en el rostro que su trabajo no le agradaba, compramos las benditas entradas y entramos a la feria. El tema de ese año eran las flores, así que todo el lugar estaba a rebosar de distintos tipos de flores. Caminamos por un sendero serpenteado de rosas blancas, y al final había edecanes que estaban entregando flores secas con fragancia, invitándonos a ingresar a la tienda de perfumes.

—¿Ves algodón de azúcar por alguna parte? —me preguntó Tim.

—Aún no.

Lo primero que hicimos fue entrar a una tienda de gafas de sol. Me probé varias, pero ningunas me gustaron. En cambio, Tim se compró dos pares. Recorrimos unas cuantas tiendas de ropa, ramos de flores, exhibiciones y golosinas. Tim se compró su algodón de azúcar y yo una bolsa de chocolates.

—Eso te sacara granos. —Apuntó el chocolate con nuez que me estaba llevando a la boca.

—No me importa si se me llena el rostro de espinillas volcánicas —repliqué.

Vimos las atracciones, pero ninguno de los dos comentó el subirse. A mí no me apetecía subirme a la montaña rusa, pues seguro que vomitaba los chocolates y mi desayuno. Además, conocía la fobia que Tim les tenía a esos juegos. De pequeño su padre lo había obligado a subirse a la montaña rusa, la cual se detuvo cuando ellos estaban en la punta. Sólo habían sido unos cuantos minutos, y los técnicos arreglaron el problema, pero fue suficiente para que Tim decidiera nunca más subirse a ninguna atracción de la feria.

Pero sí podíamos ir a los juegos que no dejaban de tocar tierra. Ingresamos a la sala de juegos, donde la mayoría de las personas eran padres y niños pequeños que no podían ir a la montaña rusa. Tim lo notó también, y se avergonzó.

—Ven, vamos a los videojuegos —dije.

Lo tomé de la mano y lo jalé hacía la sala de videojuegos, donde había unos cuantos chicos de nuestra edad. Le tendí una pistola y yo agarré otra. Matamos a unos cuantos zombies, Tim superándome en número, pero logré que se olvidara de su fobia a las montañas rusas.

Me concentré en un par de zombies que, por más balazos que les daba con la pistola, seguían vivos, y no me fijé en que Tim ya no estaba a mi lado. Me giré, con la pistola en una mano, y al primero que vi fue a quien no quería ver en un buen tiempo.

Tim conversaba muy animadamente con Thomas, y a su lado estaba Byron y Nathaniel. De tan solo mirarlo rechiné los dientes. Tim me hizo señas, dejé la pistola y me acerqué a ellos de mala gana.

—¡Qué coincidencia encontrarnos en la feria! —dijo Thomas—. ¿Podemos acompañarlos?

Estaba a punto de decirles que ya nos íbamos o cualquier excusa para que nos dejaran en paz, pero Tim se me adelantó.

—¡Sí, claro! ¿Jugamos una partida de billar?

—Me parece bien, pero debo advertirte que soy muy bueno.

Thomas y Tim fueron a una mesa de billar y yo los seguí para no quedarme con Nathaniel. No tenía ningún inconveniente con Byron, pero estar con Nathaniel, respirar su aire o sentir su presencia cerca me asqueaba. Decidí ir por una bebida, y cuando regresé vi a Carol y a Olivia junto a Nathaniel y Byron. Me sorprendió, realmente me sorprendió, que Olivia estuviera a centímetros de Nathaniel, jugando con su cabello y susurrándole palabras al oído. Olivia batía las pestañas coquetamente y acercaba sus labios al oído de Nathaniel, quien sonreía muy levemente, casi una mueca, y negaba con la cabeza. Ni siquiera quería imaginarme lo que le decía.

Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora