Epílogo

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Me contemplé de pies a cabeza en el espejo. El resultado me complació. El vestido turquesa me llegaba por debajo de la rodilla, la parte superior se ajustaba a mi cintura y pecho, y la falda bajaba vaporosamente por mis muslos. Me gustaba cómo me veía. Carol había tenido razón al aconsejarme que me lo comprara cuando fuimos dos días atrás al centro comercial.

Yo nunca usaba vestido, pero la ocasión lo ameritaba. Era el baile anual, la ocasión en la que los chicos usaban smoking y las chicas aprovechaban para lucir sus vestidos e ir al salón de belleza a peinarse y maquillarse.

Yo tenía planeado ir con uno de mis vestidos guardados en el ropero, pero Carol había insistido en ir a comprar uno nuevo. Y me gustó el que habíamos elegido juntas. Carol también me peinó y maquilló. Me trenzó el pelo en un sencillo moño que enmarcaba mi rostro, y me colocó un poco de rímel en las pestañas, labial rosado y rubor en las mejillas. No era un maquillaje tan cargado, pero sí se notaba un poco. Los zapatos los elegí yo. Carol quería que comprara unas plataformas de doce centímetros, pero yo preferí unas bajas zapatillas blancas y con brillantes.

Me alisé la falda y suspiré nerviosa. Mi acompañante llegaría en cualquier momento, así que tomé mi bolso y me di un último vistazo en el espejo.

Escuché que un auto aparcaba afuera de casa y los abuelos le abrían la puerta para dejarlo entrar.

—¡Cielo, Julien ha llegado! —gritó la abuela desde la escalera.

Bajé las escaleras, observada bajo la mirada de Julien. Sonrió de oreja a oreja y me ofreció su brazo al final de las escaleras. Pude percibir un brillo complacido en sus ojos.

El abuelo acordó hora de llegada con él y los dos nos desearon una buena noche. Julien me abrió la puerta de su auto y arrancó hacia Robinson, que estaba infestada de autos y desde el estacionamiento se podía escuchar la música estridente y los gritos eufóricos.

Miré nerviosa el lugar, sabiendo que nos esperaba una larga velada. Tendría que ver a quien no quería ver. Me pregunté cómo reaccionaría cuando me viera.

—¿Entramos? —me preguntó Julien y volvió a ofrecerme su brazo.

Lo tomé y caminamos juntos al local.

—Lo primero que quiero hacer cuando entremos es que bailemos —dijo.

La sonrisa seguía en su rostro, jovial y encantadora. Tenía que aceptar que se veía guapísimo con el smoking negro y el pelo oscuro peinado a un lado.

En cuanto entramos me condujo a la pista que ya se encontraba atestada de parejas en movimiento. Colocó su mano en mi cadera y empezamos a bailar al son de una balada rápida y movida.

—Te ves radiante, Adeline —halagó—. Te aseguro que eres la chica más linda por aquí.

Su comentario me hizo reír. Me dio una voltereta por los aires, haciendo que la falda volara junto conmigo, y volvió a posicionarme sobre mis pies.

—Lo mismo digo. Tú te ves muy guapo —respondí.

—¿El más guapo de por aquí?

Inesperadamente mis ojos se encontraron con otros muy conocidos al otro lado de la pista, sentado indolentemente y con un vaso en las manos, observándome directamente a mí. Podía sentirlo. Sus ojos puestos solamente en mí.

Julien me dio otra voltereta, y por un momento perdí de vista a Nathaniel entre tanto gentío, pero volví a ubicarlo, levantado de su silla y dirigiéndose hacia nosotros. Mi pecho aleteó al verlo acercarse y la garganta se me resecó. Llegó hasta nosotros, y mirándome, dijo:

—¿Podrías permitirme un baile con ella?

Le hablaba a Julien.

Una parte de mí quería que Julien le dijera que no. Pero la otra parte, la que últimamente me hacía hacer cosas extrañas, deseaba fervientemente bailar con él.

—Por supuesto —respondió Julien de mala gana.

Me soltó y se alejó empujando a cuanta pareja se le ponía en el camino. Pero yo me centré en Nathaniel, en sus manos ubicándolas en mi cintura, en el hormigueo que sentí después de esa acción. Tenía mis propias manos inmóviles a los costados, no sabía dónde ponerlas, no reaccionaba, e instintivamente las llevé a su cuello. A los segundos me arrepentí de ello. Pude haberlas puesto en sus hombros o mantenerlas quietas a cada lado de mi cuerpo para no tener que estar tan cerca de él. Pero la canción lo ameritaba.

Mantuve la mirada en los botones de su camisa para evitar mirarlo a los ojos mientras nos movíamos lentamente por la pista. Su aroma a pinos me inundó. Extrañaba ese olor, que me recordaba a bosques y naturaleza.

—Te ves hermosa —dijo.

Incliné la cabeza para mirarlo. Sus ojos en este momento eran de un tono azulado calmoso, como un río tranquilo. Tenerlo así de cerca me colocaba a mí nerviosa y levantaba sensaciones extrañas dentro de mí, como ese cosquilleo agradable en la boca del estómago al mirarlo a los ojos y escuchar su halago. Viniendo de él esas palabras, tenía el poder de sonrojarme y dejarme sin aire.

—Tu acompañante enloquecerá si te ve bailando conmigo —dije.

Olivia no había vuelto desde su súbita desaparición, pero seguramente Nathaniel invitó a alguna otra chica de la preparatoria.

—La verdad es que no traje acompañante —contestó—. A la chica que quería traer la trajo otro chico. Pero he logrado deshacerme de él por un rato para bailar con ella.

Reí. Buena broma.

Me atrajo más a él y yo entrecrucé mis brazos tras su cuello. La canción estaba a punto de terminar, pero yo no quería que lo hiciera. Un momento así no lo volvería a tener... nunca.

Recargué mi cabeza en su pecho, aspirando su colonia a pinos y embargándome de ella tanto como pude. Sentí sus dedos presionar más mi cintura. Reconocí la canción de algún lado.

—¿Nathaniel?

—¿Mmm?

—¿Puedo preguntarte algo?

—Ya lo estás haciendo.

Volví a reír y solté la pregunta que me rondaba la cabeza desde hacía un tiempo:

—¿Por qué no fuiste capaz de disparar?

Sabía que habían pasado tres semanas desde eso y era cosa del pasado, pero la pregunta deambulaba por mi mente día y noche y no me dejaba tranquila. Necesitaba una respuesta.

Levanté la cabeza de su pecho y esperé su respuesta. Quería ver su rostro cuando contestara.

Se quedó quieto por un momento, mirando un punto inexacto del suelo, y después me miró a mí.

—No pude —susurró—. No iba a poder vivir con el remordimiento de haber contribuido a tu muerte. Tengo demasiados remordimientos. Pero el tuyo no lo soportaría.

Sus ojos azules me atravesaron. Mi estómago era un revoltijo. Mi cuerpo fue invadido por un temblor.

Volví a recostar la cabeza en su pecho y nos movimos al son de la última estrofa de la canción. Después de esta canción, todo volvería a la normalidad entre los dos.

FIN

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Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora