Capítulo 13

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Al día siguiente tuve que inventarles una excusa a los abuelos diciéndoles que me encontraba enferma. Era necesario mentirles si quería aprender a controlar los pensamientos de otros en mi cabeza.

—¿Quieres que me quede? —preguntó la abuela.

—No es necesario. Estaré bien —me apresuré a decir. Lo menos que quería era tenerla ahí: se daría cuenta de que era una farsa lo de la enfermedad, una excusa para ir con Nathaniel.

Tosí para hacer más creíble mi actuación y me subí la cobija hasta la nariz.

—Bueno, si tú lo dices. —Suspiró y se levantó de la cama—. Hay comida en la nevera. Nos vemos en la noche, cariño.

—Adiós, abuela.

Fue inevitable escuchar sus pensamientos mientras cerraba la puerta de mi habitación, y los de mi abuelo también en el piso de abajo. Nada importante, pero sí tedioso porque escucharlos hablando para sí del clima o de sus rutinas durante el día no resultaba agradable.

Me quité las sábanas de encima en cuanto escuché que el auto arrancaba y sus pensamientos se alejaban hasta ya no escucharlos más. Me vestí rápidamente con unos simples jeans gastados y una blusa de color marino. En el proceso le mandé un mensaje a Tim diciéndole la misma excusa que a los abuelos, pero que más tarde me pasaría por su casa. Tomé unas cuantas galletas con un vaso de leche fría, ya que no podía tomar café porque la adrenalina se dispararía en mi organismo, según Nathaniel, e intuí que la adrenalina no sería buena en esos momentos.

Corrí hacia la casa de Nathaniel, disfrutando del aire en mi rostro y la sensación de aventura que se disparaba dentro de mí. Llegué a la puerta de su casa a los tres minutos, según mi reloj de mano, sin una gota de sudor pero sí con el pelo revuelto.

Me lo alisé mientras llamaba a la puerta.

Nathaniel fue a abrirme, desperezado y ataviado ya con ropa decente. Eran las siete de la mañana, por lo que seguramente yo aún tenía la huella de la almohada grabada en la mejilla y un rastro de saliva al costado de la boca. Probablemente me veía fatal. Pero Nathaniel era otro caso; siempre metódico e intacto.

Se hizo a un lado para que pudiera pasar y fui a sentarme a uno de los elegantes sillones que guardaban más polvo que mi casa completa.

—Byron vendrá en unos momentos —dijo Nathaniel.

¿Byron? ¿Para qué vendría Byron? ¿Acaso no era él mi profesor o algún tipo de mentor?

—Ah, está bien —respondí.

—Byron es el único de nosotros que posee Comunicación Mental. Él sabrá ayudarte —explicó.

Salió por la puerta sin decir adiós, y no me sorprendió. Así era Nathaniel. Las pequeñas muestras de amabilidad y simpatía que le había visto desplegar hacia mí en los días anteriores eran porque me tenía lástima, una parte de él se conmovió al yo haber matado a Jimmy, y seguramente sintió que estaba siendo muy duro conmigo. Pero ahora, que habían transcurrido algunos días desde lo de Jimmy, volvería a actuar como al principio.

Por mí estaba bien. Dos pueden jugar el mismo juego.

Byron apareció en la sala minutos después sonriéndome amigablemente, lo que hizo que ya no me sintiera tan insegura en su presencia.

—Tienes que aprender a manejar Comunicación Mental si no quieres volverte loca.

—¿Eso es posible? —pregunté.

—Les ha pasado a algunos Transformados que adquieren este poder. No saben cómo controlarlo, así que prefieren aislarse de todos. O quien no sabe nada del Rayo piensa que son fantasmas los que le hablan o que su mente le está jugando una mala broma —dijo—. La primera vez que a mí me sucedió me encontraba en un centro comercial. Fue horrible escuchar a tantas personas. No sabía lo que era, pero descubrí que estando solo no las escuchaba, así que me recluí en mi casa, hasta que conocí a Thom y a Nat.

Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora