Capítulo 10

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—¿Estás bien? —me preguntó Nathaniel—. Si quieres, Carol o yo podemos hacerte compañía.

De ahora en adelante, porque maté a un ser humano y en mi rostro se mostraba la culpabilidad y repugnancia, ¿iba a ser amable conmigo? ¿La lástima que sentía por mí lo movía a actuar así?

Pues lo menos que yo quería era su lástima.

—No, quiero estar sola —respondí con sequedad.

Me bajé del todoterreno, y antes de entrar a casa me coloqué la capucha para seguir ocultando el mechón grisáceo delante de mis abuelos.

—¿Quieres cenar? —me preguntó la abuela cuando entré a la cocina a saludarla.

Se me revolvió el estómago al ver la comida y recordar el estado en que dejé a Jimmy. Sí, yo lo dejé así.

—No tengo hambre.

Le besé en la mejilla y subí a mi habitación. Me coloqué el pijama y me acurruqué en la cama. Cerré los ojos, y no pasó mucho tiempo después cuando la primera pesadilla hizo presencia.

Me encontraba en el bosque, en el mismo tramo rodeado de árboles frondosos y pegados unos con otros. El sitio donde maté a Jimmy.

Pero esta vez los papeles cambiaron, porque ahora yo era la que estaba de espaldas en el suelo. Tenía a alguien sobre mí apretándome y cortándome el aliento, pero no lo reconocí. Unas manos se posicionaron en mi pecho y me apretaron. A los segundos una luz áurea emergió de mí, burbujeante y brillante, y después todo se apagó.

Me levanté en la penumbra con un sudor frío recorriéndome el cuerpo y las extremidades temblorosas. Me quité las sábanas de encima y no volví a pegar el ojo en toda la noche, con el temor de dormir y soñar cosas horrendas.

Cuando el despertador sonó a la siete yo ya me encontraba despierta y despabilada. Me lavé la cara con abundante agua, me cepillé los dientes y me vestí con una simple blusa negra de manga larga y jeans desgastados. No tenía ánimos para elegir prendas y combinar colores.

Tomé una taza de café cargado y una tostada con mermelada. Tim pasó por mí como siempre, y aunque notó mi patético estado no hizo ningún comentario al respecto.

No esperaba que alguien notara la ausencia de Jimmy, lo cual me tranquilizó un poco. Pero sabía que, pasados unos cuantos días, la desaparición de Jimmy sería el tema de conversación en todo Robinson. Los policías se pondrían a trabajar en su caso, pero al no encontrar ningún cadáver lo darían por perdido e incluso muerto.

Los siguientes días, para mí, serian un suplicio.

—Adeline.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —balbuceé.

—Te decía que nos vemos en el almuerzo. ¿Dónde está tu mente? ¿En la Luna? —bromeó Tim.

—Lo siento. Adiós.

Las clases transcurrieron con relativa normalidad. No me importó entrar al salón de Historia; me encontraba en una especie de aturdimiento que no me permitía pensar claramente. No le presté atención a Johnson —lo cual era habitual en mí—, pero en Literatura tomé el asiento más apartado de todos al lado de los enormes ventanales que mostraban el patio trasero. No quería ser molestada por el profesor Gómez y sus preguntas sobre Macbeth.

Me subí la capucha de forma que no se pudiera notar el mechón grisáceo. Hasta el momento había recibido miradas interrogantes de algunos por mi sorpresivo cambio de look. No era la gran cosa, tan solo un mechón de color cenizo, pero viniendo de mí, que pocas veces me cortaba el pelo o utilizaba una pizca de maquillaje, era un cambio trascendente.

Cazadores: Los doce poderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora