En La playa

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Al cabo de una larga hora de preparación, y de salir por el empedrado de la cochera, por un camino de casitas iguales, con árboles y buzones, Abraham, quien había reemplazado las ropas desgastadas por unos pantalónes cortos de color azul, una camisa blanca y zapatillas, estaba sentado junto a Tony, quien había reemplazado el conjunto deportivo negro por unos pantalones de baño negros y discretos, una playera azul marino y y zapatillas ligeras para ir a la playa. En los asientos delanteros del automóvil, estaban Susana y Antonio. La mujer vestía un vestido de colores claros y tela ligera, y había calzado sus pies con unos zapatos sin tacón, que dejaban descubiertos casi todos sus pies. Antonio, que sonreía alegremente, tenía una playera gris claro, unos pantalones cortos de color gris oscuro, y zapatillas para caminar.

Todos estaban en el auto, viajando tranquilamente, de camino hacia la playa. Era un viaje de dos horas o más, dependiendo del tráfico de las carreteras, por lo general atestadas los fines de semanas. El sol brillaba en el cielo, iluminando bonitos paisajes de casas con frondosos árboles llenos ya de flores y colores, y consiguiendo que los cuatro miembros de la familia Mateo agradecieran el aire acondicionado del automóvil. Cuando ya llevaban dos horas y media de viaje, pasando entre montones de autos y camiones, las casas pequeñas y pegadas una con la otra, comenzaron a darle el paso a las grandes mansiones solariegas, que los ricos tenían para usar durante dos semanas en promedio durante el verano, para luego dejar abandonadas durante el resto del año, pagándole a gente que las mantuviera de forma decente, con vastas extensiones de verdes prados entre ellas, donde Abraham calculó que cabrían fácilmente unas veinte casas pequeñas.

"los ricachones no soportan estar uno al lado del otro, por eso tienen patios tan grandes separando las mansiones". Pensó Abraham, al ver esas bastas explanadas verdes, con estatuas y fuentes regadas por aquí y allí, que en su opinión eran una innecesaria demostración de opulencia y derroche de los recursos públicos.

La familia mateo no era una familia empoderada, pero tampoco les faltaban ciertas comodidades. En ese momento, Un recuerdo infantil cruzó su mente, como un relámpago en una noche oscura de tormenta. Cuando Abraham era niño, y se dedicaba a hacer dibujos en los manteles blancos de su madre, pensaba que, cuando él se sacara la lotería, le compraría a su madre una de esas casonas enormes, para que tuviera una casa de reina, como las mujeres de las novelas que ella veía cada tarde. "Si me compras una casa tan grande, me pasaré las veinticuatro horas del día limpiando, amor". Le había dicho su madre cuando él se atrevió a contarle su deseo en un momento de desbordante franqueza. Pero Abraham nunca había abandonado este deseo, aunque ahora sabía que, si le compraba una de esas mansiones a su madre, tendría que pagarle al menos a una veintena de personas para que se encargasen de cuidar la casa, ya que la mujer no podría hacerlo todo ella sola.

Abraham contempló, con gesto ensimismado, como Antonio maniobraba con el volante del automóvil, para conducirlo cuidadosamente entre dos enormes camiones de supermercados. De pronto, como si quisiera sacarlo de sus pensamientos y traerlo nuevamente al presente, Susana decidió poner música. Sin pedir opinión o decir palabra alguna, Susana presionó con sus delgados y largos dedos los botones del estéreo. La banda favorita de Abraham comenzó a sonar en las bocinas del automóvil, lo que hizo que el muchacho comenzara a cantar con vos aguda y melodiosa:

-sigues justo ahí, respirándome, y mi piel aun, sueña con tu piel. -cantó el joven con voz aguda.

Susana sonreía al escuchar al más pequeño de sus hijos cantar, mostrando sus blancos dientes, debajo de sus carnosos labios, que en ese momento estaban pintados de rojo. De seguro, el hecho de ver que el ánimo del muchacho había mejorado con las perspectivas de pasar un buen día en la playa, le hacía sentirse mucho mejor, y Abraham se alegró por eso, sabedor de que ella se sentía algo responsable por la depresión de su hijo, aunque este siempre le aseguraba que no era así. En ese momento, Tony interrumpió sus pensamientos, ya que, al reconocer la canción, se acopló a cantar con su hermano, lo que hizo sonreír aún más a su madre, cuyos ojos se llenaron de lágrimas de emoción.

Yo Soy Un Vampiro CORRIGIENDO ERRORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora