Capítulo 2

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Llegamos al Underground justo cuando cae la tarde, pero no antes de pasarnos por distintas casas en la camioneta tuneada de Finn. Paraba delante, se bajaba y no estaba dentro más de tres o cuatro minutos, y cuando volvía no decía ni mu. Al menos, no de para qué había entrado ni de con quién había hablado: las cosas normales que harían que esas visitas fuesen lógicas. Pero Finn no tiene mucho de normal ni de lógico. Lo quiero con locura; lo conozco desde hace casi tanto como a Rachel, pero nunca he podido aceptar que se drogue. Cultiva cantidades ingentes de hierba en el sótano, aunque él no fuma. De hecho, nadie salvo yo y varios de sus mejores amigos sospecharía que un cañonazo como Finn Hudson cultiva, ya que casi todos los que hacen eso parecen blancos pobretones del sur y suelen peinarse como si vivieran entre la década de los setenta y los noventa. Y Finn dista mucho de parecer un blanco pobretón: podría ser el hermano pequeño de Alex Pettyfer. Y además dice que la maría no es lo suyo. No, a Finn lo que le va es la cocaína, y sólo cultiva y vende hierba para pagarse la coca.

Rachel finge que lo que hace Finn es completamente inofensivo. Sabe que no fuma, y dice que la hierba no es tan mala y que si otros la quieren fumar para relajarse, que no ve qué hay de malo en que su novio les eche una mano.

Sin embargo, se niega a reconocer que la cocaína le ha dado más marcha a su cara que a cualquier parte del cuerpo de ella.

-Vale, vas a pasártelo bien, ¿de acuerdo?

Rachel cierra la puerta trasera de un culazo después de que me baje y me mira como si fuera un caso perdido.

-No te pongas de nones e intenta divertirte.

Revuelvo los ojos.

-Rach, no voy a empeñarme en que no me guste -contesto-. Quiero pasármelo bien, de verdad.

Finn da la vuelta a la camioneta para unirse y nos rodea la cintura con el brazo.

-Voy a entrar con dos pibones.

Rachel le da un codazo y sonríe fingiendo tener envidia.

-Cierra el pico, o me voy a poner celosa.

Ahora la sonrisa es picarona.

Finn baja la mano de la cintura y le agarra el culo. Ella suelta un gemido escandaloso y se pone de puntillas para darle un beso. Me entran ganas de decirles que se vayan a una habitación, pero sería gastar saliva.

The Underground es el sitio de moda en Nueva York, no muy lejos del centro, aunque no lo encontrarás en la guía telefónica. Sólo gente como nosotros sabe de su existencia. Un tal Rob alquiló un almacén abandonado hace dos años e invirtió alrededor de un millón del dinero del ricachón de su papi para convertirlo en una discoteca clandestina. Dos años después, el negocio sigue viento en popa.

Desde entonces el sitio ha pasado a ser un lugar donde los dioses del sexo y la música de los alrededores pueden vivir el sueño del rock n' roll con fans y groupies chillones. Pero no es nada cutre.

Por fuera tal vez parezca un edificio abandonado en una ciudad medio fantasma, pero el interior es como cualquier discoteca de rock duro de nivel, con luces estroboscópicas de colores que lanzan haces continuamente por todo el local, camareras con pinta de zorrón y un escenario lo bastante grande para que toquen dos grupos a la vez.

Para que el Underground siga siendo secreto, todo el que va tiene que aparcar en otra parte y llegar hasta allí andando, ya que una calle llena de coches a la puerta de un almacén «abandonado» lo delataría.

Aparcamos en la parte de atrás de un McDonald's cercano y caminamos alrededor de diez minutos por la inquietante ciudad.

Rachel, que iba a la derecha de Finn, se pone en medio, pero es sólo para poder torturarme antes de entrar.

Nadie como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora