Capítulo 21

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KURT.

 Cuando conseguí mantener los ojosabiertos lo bastante, me quedé mirandola lluvia que me acribillaba. Nunca la hevisto así, mirando al cielo, y aunquepuse tantas caras que apenas veía,cuando lograba mirar era preciosa.Como si cada una de las gotas que seprecipitaban hacia mí fueseindependiente de las otras miles, ydurante un momento suspendido en eltiempo, la veía y distinguía susdelicadas facetas. Veía las nubes grisesque se cernían sobre mí y notaba lassacudidas del coche cuando el vientoque generaba el tráfico lo golpeaba.Tiritaba, aunque con el calor que haceuno podría meterse en el agua. Sinembargo, nada de lo que vi, sentí u oíresultó tan cálido y fascinante como laproximidad de Blaine.

 Chillo y me río cuando corremos alcoche minutos después.Cierro dando un portazo y despuésse oye la puerta de Blaine. 

—Estoy helado. —Suelto una risatemblorosa mientras cruzo los brazosentre el pecho con los dedosentrelazados con fuerza. Blaine, la sonrisa tan ancha que lellena la cara entera, se estremece y ponela calefacción.Trato instintivamente de olvidar queme apoyé en su brazo o, para empezar,que él me lo ofreció. Creo que éltambién intenta olvidarlo, o por lomenos no hacerlo patente.Se frota las manos, procurandoentrar en calor mientras el aire calientesale por los respiraderos. Mecastañetean los dientes. 

—Llevar ropa mojada es lo peor —comento, tiritando. 

—Sí, ahí estoy contigo —conviene,y tira del cinturón de seguridad y se loabrocha.Yo hago lo mismo, aunque, como decostumbre, después de pasar tantotiempo en el coche acabaréquitándomelo para encontrar otrapostura cómoda.

 —Me noto los dedos de los piespegajosos —observa mirándose laszapatillas.Arrugo la cara entera, y él se ríe, selas quita y las lanza a la parte de atrás.Decido seguir su ejemplo, ya que,aunque no voy a decirlo, yo tambiéntengo los pies viscosos.

 —Necesitamos encontrar un sitiopara cambiarnos —sugiero. 

Blaine arranca y me mira.

 —Ahí tienes el asiento de atrás —propone, risueño—. No miraré, lo juro.—Levanta las manos a modo de garantíay luego agarra de nuevo el volante,volviendo a la carretera cuando eltráfico se lo permite. 

Me burlo. 

—No, mejor espero hasta queencontremos un sitio. 

—Como quieras. 

Sé de sobra que miraría. Y la verdades que no me importaría mucho...

 El limpiaparabrisas se mueve a unlado y a otro a toda velocidad, y lluevetanto que cuesta ver la carretera. Blaine deja la calefacción encendidahasta que el coche empieza a parecersea una sauna y la baja tras asegurarseprimero de que me parece bien. 

—Con que Hotel California, ¿eh? —pregunta sonriéndome con esos hoyuelosmarcados.  Presiona el botón paracambiar de CD y sigue presionandohasta que encuentra la canción adecuada—. Vamos a ver cuánto sabes.

 Sus manos vuelven al volante.La canción empieza como larecordaba, con esa guitarra inquietante,lenta y evocadora. Nos miramos,dejando que la música se mueva por yentre nosotros, esperando a que empiecela letra. Luego, al mismo tiempo,levantamos las manos como simarcásemos en el aire uno, dos, tres alcompás y nos ponemos a cantar con DonHenley.Nos metemos a fondo en ella, frasetras frase, y a veces paramos, él me dejacantar una frase y luego él canta otra. Ycuando llega el primer estribillo,cantamos juntos a pleno pulmón,prácticamente gritando la letra alparabrisas. Entornamos los ojos ymovemos la cabeza, y yo finjo que nome avergüenza mi voz. Luego llega lasegunda estrofa y lo de turnarnos seempieza a enredar un poco, pero nos loestamos pasando en grande y sólo nosequivocamos un par de veces. Ydecimos «1969» a voces a la vez.Luego, las ganas de cantar se nos pasanun poco y dejamos que la música inundeel coche. Pero cuando llega el simbólicosegundo estribillo y la canción seralentiza y se hace más evocadora, nosponemos serios de nuevo y cantamosjuntos cada palabra, mirándonos. Blaine llega a la palabra «excusas»con tal perfección que siento escalofríosen los brazos. Y los dos «apuñalamos» a«la bestia» clavándonos el puño en elcostado y metiéndonos en el papel.Y así fue el viaje a donde fueradurante unas cuantas horas.Canté tanto con él que se me irritó lagarganta.Naturalmente, todo rock clásico conalgo de principios de los noventa de vezen cuando: Alice in Chains y Aerosmithsobre todo, y nada de ello me fastidió lomás mínimo. Lo cierto es que meencantó todo y me encantó el recuerdoque iba creándome. Un recuerdo con Blaine.Encontramos un área de descanso alsalir de la autopista en Jackson,Tennessee, y hacemos buen uso de ella.Vamos a los aseos a cambiarnos la ropamojada, con la que llevamos más de loque creíamos. Supongo que ir decachondeo en el coche, con mi nadabrillante voz y con él fingiendo que leencanta, hizo que no pensáramos en nadamás.Se viste antes que yo y ya me estáesperando en el coche cuando salgo conlo único limpio que me quedaba en la mochila: los pantalones cortos de algodónblancos y la camiseta de la universidadcon los que me gusta dormir. 

Nadie como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora