Capitulo 26

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BLAINE

Me derrito, joder, ¡me derrito!, cuando me mira así. ¿Cómo voy a decirle que
no? Tanto si se trata de dormir junto a un montón de mierda de vaca como si es
debajo de un paso elevado junto a un borracho sin techo: dormiría en cualquier parte con el.
Pero ése es el problema.
Creo que se convirtió en un problema desde el segundo en que decidió sentarse a mi lado en el coche. Porque ahí fue cuando Kurt cambió, cuando
creo que empezó a pensar que quiere más de mí que sexo oral. Puede que le
hiciera ese trabajito en Birmingham, pero no puedo permitir que quiera más. No
puedo dejar que me toque y no puedo acostarme con el.
Claro que me gusta, me gusta en todos los sentidos, pero no soportaría
romperle el corazón… Ese cuerpo menudo suyo, eso es otra historia, podría soportar romperlo. Pero si deja que lo haga mío, al final lo que pasará es que le romperé el corazón (el suyo y el mío).
Es más duro aún desde que me habló de su ex…
—Por favor —dice otra vez.
A pesar de que me estoy sometiendo al tercer grado, le paso el dedo por la
cara y digo con mucha suavidad:
—Vale.
Nunca he sido de los que atienden a razones cuando estaba en juego algo que quería, pero con Kurt me sorprendo mandando a tomar viento a la razón
mucho más de lo habitual.
Diez minutos más conduciendo y veo un campo que parece un mar de hierba
liso, infinito. Aparco el coche a un lado de la carretera. Estamos literalmente en
mitad de ninguna parte. Salimos y cerramos las puertas dejándolo todo en el coche. Abro el maletero y busco en la caja de primeros auxilios la manta
enrollada, que huele a coche viejo y un poco a gasolina.
—Huele que apesta —confirmo al llevármela a la nariz.
Kurt se inclina y arruga la nariz al olerla.
—Bah, me da lo mismo.
Amí también me lo da. Estoy seguro de que el hará que huela mejor.
Sin pensarlo siquiera, le cojo la mano y bajamos una pequeña loma, saltamos
una acequia y subimos por el otro lado hasta llegar a la cerca baja que separa el campo de nosotros. Empiezo a buscar la manera más fácil de que el la salve, pero un segundo después sus dedos dejan los míos y se pone a saltar la puñetera cosa.
—¡Date prisa! —insta al caer al otro lado en cuclillas.
No puedo borrar la sonrisa de mi cara.
Salto la cerca, aterrizo a su lado y echamos a correr por el campo: el como una gacela elegante, yo como el león que la persigue. Oigo el golpeteo de sus chanclas contra los pies al correr y veo cómo se le iluminan los mechones de pelo castaño alrededor de la cabeza con la brisa. Llevo la manta en una mano mientras voy detrás de el; dejo que vaya unos pasos por delante por si se cae: así podré reírme de el primero y después ayudarlo a levantarse. La oscuridad es absoluta, sólo la luz de la luna baña el paisaje. Pero hay suficiente luz para ver dónde ponemos los pies y no caer en un hoyo o tropezar con un árbol.
Y no veo ninguna vaca, lo que significa que éste podría ser un campo sin
mierdas, y eso es un punto a su favor.
Nos alejamos tanto del coche que lo único que aún veo es el destello
reflectante de las llantas plateadas.
—Creo que esto está bien —opina Kurt, y se detiene sin resuello.
Los árboles más próximos están a unos treinta metros en cualquier dirección.
Levanta los brazos y echa hacia atrás la cabeza, dejando que la brisa lo
acaricie. Tiene una sonrisa tan grande en la cara, los ojos cerrados, que tengo
miedo de decir algo e interrumpir su momento con la naturaleza.
Desenrollo la manta y la extiendo en el suelo.
—Dime la verdad —pide, y me coge de la muñeca para que me siente en la
manta con el—, ¿nunca has pasado la noche con un chico bajo las estrellas?
Niego con la cabeza.
—Es la verdad.
Me da que le gusta. Veo que me sonríe mientras un airecillo se cuela entre
ambos y hace que los mechones sueltos le den en la cara.
—La verdad es que no soy de los que dejan pétalos de rosa en la cama.
—¿No? —pregunta, algo sorprendido—. Pues yo creo que probablemente
seas un tío muy romántico.
Me encojo de hombros. ¿Está tanteando el terreno? Creo que sí.
—Supongo que todo depende de lo que consideres romántico —aclaro—. Si
un chico espera una cena con velas y música de Michael Bolton de fondo,
obviamente se ha equivocado de tío.
Kurt suelta una risita.
—Es que eso es pasarse un poco —opina—, pero apuesto a que tienes tus
gestos románticos.
—Supongo —contesto, aunque en este momento no se me ocurre ninguno, sinceramente.
Me mira con la cabeza ladeada.
—Eres uno de ésos —dice.
—Uno, ¿de quiénes?
—Uno de esos tíos a los que no les gusta hablar de sus ex.
—¿Quieres que te hable de mis ex?
—Claro.
Se tumba de espaldas, dejando dobladas las piernas desnudas, y da unos golpecitos en la manta a su lado.
Me tiendo junto a el en la misma posición.
—Háblame de tu primer amor —pide.
Me da en la nariz desde ya que no deberíamos tener esta conversación, pero, si es de lo que quiere hablar, haré cuanto pueda para contarle lo que desea saber.
Supongo que es justo, ya que el me ha contado lo suyo.
—Bueno —empiezo mirando al cielo cuajado de estrellas—, se llamaba
Daniel.
—Y ¿lo querías?
Kurt me mira volviendo la cabeza.
Yo sigo observando las estrellas.
—Sí, lo quería, pero no podía ser.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
Me pregunto por qué quiere saber esto; a la mayoría de los chicos que
conozco les cambia el humor y les da un ataque de celos que hace que me entren ganas de taparme los huevos con las manos cuando la charla se centra en los ex.
—Dos años —respondo—. Lo dejamos los dos, empezamos a ver a otra gente
y supongo que nos dimos cuenta de que no nos queríamos tanto como
pensábamos.
—O puede que os desenamorarais.
—No, lo cierto es que nunca estuvimos enamorados.
Lo miro.
—¿Cómo supiste ver la diferencia? —quiere saber.
Me paro a pensarlo un momento mientras escudriño sus ojos, a unos treinta centímetros de los míos. Huelo la pasta de dientes de canela con la que se ha cepillado esta mañana cuando respira.
—No creo que uno llegue a desenamorarse realmente de alguien —asevero, y veo en sus ojos que está reflexionando al respecto—. Creo que, cuando te enamoras, cuando te enamoras de verdad, el amor es de por vida. El resto no es más que experiencia y desengaños.
—No sabía que fueras tan filosófico. —Sonríe—. Que sepas que eso se
considera romántico.
Por regla general, es el quien se ruboriza, pero esta vez me ha pillado.
Procuro no mirarlo, aunque no me resulta fácil.
—Entonces, ¿de quién has estado enamorado? —quiere saber.
Estiro las piernas, cruzando los pies, y entrelazo las manos sobre el estómago.
Miro al cielo y veo con el rabillo del ojo que Kurt hace otro tanto.
—¿En serio?
—Claro —asegura—, siento curiosidad.
Clavo la vista en un grupo brillante de estrellas y replico:
—Pues de nadie.
Deja escapar un leve resoplido.
—Vamos, Blaine, pensaba que ibas a ser sincero.
—Y lo soy —digo, mirándolo—. Varias veces creí estar enamorado, pero…
De todas formas, ¿por qué estamos hablando de esto?
Kurt ladea la cabeza de nuevo, ya no sonríe. Parece algo triste.
—Supongo que estaba volviendo a usarte como psicoanalista.
Mi mirada se vuelve introspectiva.
—¿A qué te refieres?
El mira hacia otro lado, y su cabello se ve bien con los destellos de la luna.
—Es que empiezo a pensar que quizá yo no lo estuviera… No, no debería
decir eso.
Ya no es el Kurr feliz y risueño con el que llegué aquí corriendo.
Me incorporo, me apoyo en los codos y lo miro con curiosidad.
—Deberías decir lo que sientes siempre que tengas la necesidad de hacerlo.
Puede que decirlo sea exactamente lo que necesitas.
No me mira.
—Pero me siento culpable sólo de pensarlo.
—El sentimiento de culpa es un asco, pero ¿no crees que precisamente si lo
estás pensando es porque podría ser verdad?
Ladea nuevamente la cabeza.
—Tú dilo. Si después de decirlo crees que no está bien, ya lo encararás, pero
si te guardas esa mierda, la incertidumbre será peor que la culpa.
Contempla otra vez las estrellas. Yo también, sólo para darle más tiempo para que lo piense.
—Puede que ni siquiera estuviera enamorado de Seb —se plantea—. Sí que lo quería, y mucho, pero si estaba enamorado de él…, creo que quizá ahora
seguiría estándolo.
—Ésa es una buena observación —afirmo, y esbozo una sonrisa tenue con la esperanza de que el también lo haga. No me gusta nada verlo ceñudo.
Tiene la mirada inexpresiva, contemplativa.
—Y ¿qué te hace pensar que nunca estuviste enamorado de él?
El me mira, escudriñando mi rostro, y contesta:
—Que cuando estoy contigo ya no pienso mucho en él.

Nadie como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora