BLAINE.
Se me hace un nudo en la garganta cuando ponemos el pie en el hospital, como si un muro de negrura se erigiera salido de ninguna parte y me engullera. Me detengo un segundo en la entrada y me quedo ahí plantado con los brazos caídos pesadamente a los lados. Entonces noto que Kurt me toca la muñeca.
Lo miro. Su sonrisa es tan dulce que me ablanda un poco. Lleva el pelo despeinado, con unos mechones que se le han salido de lugar. Me apetece apartárselos delicadamente con un dedo, pero no lo hago. No puedo ir haciendo esa clase de gilipolleces. Necesito que se me pase esta atracción. Pero Kurt es distinto de otros chicos, y creo que ésa es precisamente la razón de que me esté costando tanto. Ahora mismo es lo último que necesito.
—Ya verás como no pasa nada —asegura.
Su mano deja mi muñeca al ver que ha captado mi atención. Le sonrío débilmente.
Enfilamos el pasillo hasta el ascensor y subimos a la tercera planta. Con cada paso, me entran ganas de dar media vuelta y marcharme. Mi padre no quiere que me emocione al entrar, y ahora mismo estoy a punto de explotar.
Quizá debería salir y darle unos puñetazos a unos árboles y soltarlo todo antes de entrar.
Nos detenemos en la sala de espera, donde hay algunas personas sentadas leyendo revistas.
—Te espero aquí —dice Kurt.
Lo miro.
—¿Por qué no entras conmigo?
Me gustaría mucho que lo hiciera. No sé por qué.
Kurt empieza a menear la cabeza.
—No... no puedo entrar ahí —afirma, ahora parece incómodo—. En serio, es que... es que no creo que sea apropiado.
Extiendo la mano, le cojo la mano con delicadeza.
—No pasa nada —aseguro—. Quiero que entres conmigo.
«¿Por qué estoy diciendo esto?».
Baja la vista al suelo y a continuación recorre con cautela el resto de la habitación antes de que sus ojos azules descansen de nuevo en mí.
—Vale —dice con un leve gesto de asentimiento.
Noto que esbozo una pequeña sonrisa e instintivamente vuelvo a cojer su mano. El se deja hacer.
No es preciso que diga que me hace sentir bien, y me da la sensación de que a el le satisface complacerme. Sin duda sabe que esto debe de ser un trago para cualquiera.
Vamos hacia la habitación de mi padre cogidos de la mano.
El me la aprieta una vez y me mira como para infundirme aliento. Luego abro la puerta de la habitación del hospital. Una enfermera alza la vista al vernos entrar.
—Soy el hijo del señor Anderson.
Ella asiente con solemnidad y sigue ajustando los aparatos y los tubos a los que está conectado mi padre. La habitación es el típico espacio anodino y estéril con las paredes de un blanco reluciente y el suelo de baldosas tan brillante que las luces que recorren los paneles del techo le arrancan destellos.
Oigo un pitido constante e ininterrumpido procedente del electrocardiograma que hay junto a la cama.
Lo cierto es que todavía no he mirado a mi padre. Soy consciente de que lo estoy mirando todo en la habitación menos a él.
Los dedos de Kurt presionan los míos.
—¿Cómo está? —pregunto, aunque sé que es una pregunta tonta. Muriéndose, así es como está. Lo que pasa es que no soy capaz de decir nada más.
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Nadie como tú.
Roman d'amourKurt tiene veinte años. Ahora que ha acabado sus estudios, está a punto de entrar en una nueva etapa de su vida. Le espera un trabajo, la ciudad y compartir piso con su mejor amiga Rachel. A veces duda de que esto sea lo que realmente quiere hacer...