—¿Estás seguro de que seguimos en la 55? —pregunto mucho después,
cuando ya ha oscurecido y parece que hace una eternidad que no vemos ningún faro yendo o viniendo en ningún sentido.
Todo cuanto veo son sembrados y árboles y alguna que otra vaca.
—Sí, bebé, seguimos en la 55. Me he asegurado.
Nada más decirlo, pasamos por delante de otra señal que indica: « 55» .
Me despego del brazo de Blaine, contra el que llevo una hora apoyando la
cabeza, y empiezo a estirar los brazos, las piernas y la espalda. Después me
inclino y me masajeo las pantorrillas. Creo que cada músculo de mi cuerpo se ha endurecido como cemento alrededor de los huesos.
—¿Te apetece bajar a estirar un rato las piernas? —se interesa Blaine.
Lo miro, la cara sumida en la sombra; una luz azulada le baña la piel. Su
marcada mandíbula parece más pronunciada en la oscuridad.
—Sí —confieso, y me acerco al salpicadero para ver mejor el paisaje por el parabrisas. No podía ser de otra manera: campos y árboles y (anda, otra vaca), qué otra cosa me esperaba. Pero entonces me fijo en el cielo: me arrimo más al salpicadero y alzo la vista a las estrellas, envueltas en la negrura infinita, y reparo en lo bien que se ven y en cuántas hay cuando no existe contaminación lumínica en muchos kilómetros.
—¿Quieres salir a dar un paseo? —pregunta, aún esperando el resto de mi
respuesta.
Se me ocurre una cosa, y le dedico una sonrisa radiante y asiento.
—Sí, creo que es una buena idea: ¿llevas una manta en el maletero?
Me mira con curiosidad un instante.
—Pues sí, tengo una ahí atrás, en la caja donde guardo las demás cosas de
emergencia…, ¿por qué?
—Sé que puede parecer tópico —empiezo—, pero es algo que siempre he
querido hacer: ¿alguna vez has dormido bajo las estrellas? —Me siento un poco
idiota al hacer la pregunta, supongo que porque es un poco tópica, y hasta el
momento nada en Blaine se acerca ni remotamente a lo tópico.
A su cara asoma una sonrisa afectuosa.
—La verdad es que no, nunca he dormido bajo las estrellas: ¿te estás
poniendo romántico conmigo, Kurt? —me mira de reojo con aire juguetón.
—¡No! —me río—. Vamos, lo digo en serio. Es que creo que es la ocasión
perfecta. —Muevo las manos hacia el parabrisas—. Mira esos campos de ahí.
—Ya, pero no podemos plantar una manta en mitad de un campo de algodón o de maíz —argumenta—, y la mayor parte del tiempo en esos sitios el agua te llega por los tobillos.
—No en los que están llenos de hierba y minas de vaca —preciso.
—¿Quieres dormir donde cagan las vacas? —lo dice como si tal cosa, pero
con humor.
Suelto una risita.
—No, sólo en la hierba. Vamos… —Y añado, burlon—: No te asustará un
poco de caca de vaca, ¿no?
—¡Ja, ja, ja! —Sacude la cabeza—. Kurt, un montón de mierda de vaca no es un poco de caca de vaca.
Vuelvo a pegarme a él y apoyo la cabeza en su regazo mientras alzo la vista
y lo miro haciendo pucheros.
—Por favor… —hago ojitos.
E intento desesperadamente no pensar en el sitio donde tengo apoyada la cabeza.
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Nadie como tú.
RomanceKurt tiene veinte años. Ahora que ha acabado sus estudios, está a punto de entrar en una nueva etapa de su vida. Le espera un trabajo, la ciudad y compartir piso con su mejor amiga Rachel. A veces duda de que esto sea lo que realmente quiere hacer...