Capítulo 20

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Kurt se quita las zapatillas y pone los pies descalzos en el asiento del coche.

Volvemos a estar en la carretera, la dirección marcada únicamente por el dedo índice de el. Nos dirigimos hacia el este por la 44, da la impresión de que vamos a atravesar la mitad inferior de Missouri.

—Me alegro.

Enciendo el reproductor de CD.

—Ah, no —bromea Kurt—, me pregunto cuánto nos vamos a remontar a los setenta esta vez.

Ladeo la cabeza y le sonrío.

—Esta canción es buena —afirmo mientras subo un poco el volumen y después tamborileo con los pulgares sobre el volante.

—Sí, la conozco —dice apoyando la cabeza en el asiento—. Wayward son.

—Casi —corrijo—: Carry on wayward son.

—Para el caso... no hacía falta que me corrigieras —apunta el, fingiendo estar ofendido, aunque no le sale demasiado bien.

—Y ¿qué grupo es? —pregunto para ponerlo a prueba.

Hace una mueca.

—No lo sé.

—Kansas —respondo, enarcando una ceja con aire intelectual—. Uno de mis preferidos.

—Dices lo mismo de todos. —Frunce los labios y pestañea.

—Puede —reconozco—, pero es verdad que las canciones de Kansas tienen mucha emoción. Dust in the wind,por ejemplo. No se me ocurre una canción mejor que hable de la muerte.Hace que se te quite el miedo.

—¿Hace que se te quite el miedo a morir? —pregunta el, nada convencido.

—Sí, supongo. Es como si Steve Walsh fuera la muerte y te estuviera diciendo que no hay nada que temer.Joder, si pudiera escoger una canción para morir, ésa sería la primera de la lista.

Kurt parece desanimado.

—Demasiado morboso para mi gusto.

—Si lo miras así, supongo.

Ahora me mira de frente, los dos pies subidos al asiento, las piernas encogidas y el hombro y la cabeza apoyados en el respaldo.

—Hotel California —propone—.The Eagles.

Lo miro. Estoy impresionado.

—Ésa es una canción clásica que me gusta.

Me hace sonreír.

—¿En serio?

Es muy buena, de las que acojonan. Me hace sentir que estoy en una de esas viejas películas de terror en blanco y negro.

Buena elección.

La verdad es que estoy muy impresionado. Tamborileo un poco más con los pulgares sobre el volante al ritmo de Carry on wayward son cuando oigo un ruido sordo y un aleteo continuo que hace que deje muy despacio la carretera y pare en el arcén. Kurt ya ha bajado los pies y mira alrededor del coche intentando descubrir qué es el ruido.

—¿Hemos pinchado? —pregunta,aunque suena a: «Hala, qué bien, hemos pinchado.»

—Pues sí —contesto, aparco el coche y apago el motor—. Menos mal que llevo una rueda de repuesto en el maletero.

—¿Una de esas ruedas enanas y feas?

Me río.

—No, una de tamaño natural, con su llanta y todo, y prometo que hará juego con las otras tres.Parece un poco aliviado, hasta que se da cuenta de que le estaba haciendo burla, y me saca la lengua y se pone bizco. No estoy seguro de por qué eso me ha dado ganas de montármelo con el en el asiento de atrás, pero cada cual a lo suyo, supongo.Pongo la mano en la puerta y el vuelve a subir los pies al asiento.

Nadie como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora