BLAINE.
Está mono cuando lo torturo. Porque le gusta.
No sé cómo me he metido en esto, pero sí sé que, por mucho que la conciencia me esté machacando los putos oídos diciéndome que le deje en paz, no puedo. No quiero.
Ya hemos ido demasiado lejos.
Sé que debería haberlo dejado en la estación de autobuses, sacarle un billete de avión en primera para que se sintiera obligado a utilizarlo al haber costado un dineral y pedirle un taxi para que lo llevara al aeropuerto.
No debería haber permitido que se fuera conmigo, ya que ahora sé que no podré dejarlo marchar.
Primero tengo que enseñarle algunas cosas. Ahora es obligado. Tengo que enseñárselo todo. Al final es posible que acabe saliendo escamada, pero al menos podrá volver a su casa, a Carolina del Norte, con algún aliciente más en la vida.
Le cojo la caja de zapatos de las manos, le pongo la tapa y la dejo encima de la bolsa de deporte abierta. Me mira mientras abro el cajón de arriba de la cómoda y saco unos cuantos bóxers y pares de calcetines que también echo a la bolsa. Los artículos de higiene están en el coche, en la bolsa que me traje en el autobús.
Me echo la bolsa al hombro y miro a Kurt.
—¿Estás listo?
—Supongo —responde.
—¿Cómo que «supongo»? —pregunto acercándome a el—. O lo estás o no lo estás.
Me sonríe con esos bonitos ojos azules cristalinos.
—Sí, estoy listo, seguro.
—Bien, pero ¿por qué has dudado?
El sacude la cabeza levemente para decir que me equivoco.
—No ha sido duda —aclara—. Es sólo que todo esto es... extraño, ¿sabes? Pero en el buen sentido.
Da la impresión de que intenta desenmarañar algo en la cabeza. Está claro que tiene un buen berenjenal ahí dentro.
—Tienes razón —convengo—. Sí es algo extraño..., bueno, es muy extraño, porque no es normal, se sale de lo establecido. —Lo escudriño, obligándolo a mirarme—. Pero de eso precisamente se trata.
Su sonrisa se ilumina, como si mis palabras le recordaran algo.
Asiente y dice con cierto aire de diversión e impaciencia:
—Entonces, ¿a qué estamos esperando?
Salimos al pasillo y justo antes de bajar la escalera me paro.
—Espera un segundo.
Se detiene en el arranque de la escalera y me vuelvo, paso por delante de mi cuarto y voy al de Copper. Su habitación es tan triste como la mía. Veo su guitarra acústica apoyada contra la pared del fondo, voy hacia ella, la cojo por el mástil y la saco.
—¿Tocas la guitarra? —pregunta Kurt mientras bajamos la escalera.
—Sí, algo.
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Nadie como tú.
RomanceKurt tiene veinte años. Ahora que ha acabado sus estudios, está a punto de entrar en una nueva etapa de su vida. Le espera un trabajo, la ciudad y compartir piso con su mejor amiga Rachel. A veces duda de que esto sea lo que realmente quiere hacer...