KURT.
—Diez minutos —digo—, y estaremos fuera de esta lata.
Blaine sonríe, despega la espalda del asiento y se dispone a guardar el mp3.
No estoy muy seguro de por qué me he sentido impulsado a decírselo.
—¿Has dormido mejor? —pregunta mientras cierra la cremallera de la bolsa.
—La verdad es que sí —respondo, y me llevo la mano a la nuca, donde esta vez no noto los
músculos tensos—. Gracias por la idea involuntaria.
—De nada —contesta con una gran sonrisa.
—¿Denver? —pregunta, mirándome.
Supongo que me pregunta si es la próxima parada.
—Sí, a casi siete horas de distancia.
Blaine sacude la cabeza, al parecer tan poco contento con semejante cantidad de horas como yo.
Diez minutos después, el autobús entra en la estación de Garden City. Hay el triple de gente en esta estación que en la anterior, y eso me preocupa. Me abro camino por la terminal y voy directo al primer asiento que veo, ya que se ocupan de prisa. Blaine da la vuelta a la esquina, bajo la señal que indica dónde están las máquinas expendedoras, y vuelve con un Mountain Dew y una bolsa de patatas fritas.
Se sienta a mi lado y abre la lata de refresco.
—¿Qué? —pregunta, mirándome.
No era consciente de que lo he estado mirando con cara de asco mientras engullía el refresco.
—Nada —niego, apartando la vista—. Sólo que creo que es asqueroso.
Oigo su risa entre dientes a mi lado y, a continuación, la bolsa de patatas que se abre.
—Veo que hay un montón de cosas que te dan asco.
Lo miro de nuevo, colocándome la bolsa sobre las piernas.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo... que tuviera menos grasas malas?
Devora otra patata y se la traga.
—Como lo que me apetece. No serás uno de esos vegetarianos esnobs que se quejan de que la comida rápida está llenando el país de gordos, ¿no?
—Pues no, no lo soy —afirmo—, pero creo que es posible que los vegetarianos esnobs tengan su parte de razón.
Come algunas patatas más y bebe un trago de refresco todo risueño.
—La comida rápida no engorda a la gente —asegura sin parar de masticar—. La gente toma sus propias decisiones. Los restaurantes de comida rápida sólo están sacando tajada de la estupidez de los americanos que deciden comer su comida.
—¿Estás diciendo que eres un americano estúpido? —inquiero, sonriente.
Se encoge de hombros.
—Supongo que lo soy cuando sólo puedo elegir entre máquinas expendedoras y hamburgueserías.
Revuelvo los ojos.
—Ya, como si fueras a elegir algo mejor si tuvieras la opción. No cuela.
Creo que mis respuestas son cada vez más agudas.
Él suelta una carcajada.
—Joder, pues claro que elegiría algo mejor. Preferiría un filete de cincuenta dólares a una hamburguesa que lleva un día hecha sin dudarlo, o una cerveza a un Mountain Dew.
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Nadie como tú.
Roman d'amourKurt tiene veinte años. Ahora que ha acabado sus estudios, está a punto de entrar en una nueva etapa de su vida. Le espera un trabajo, la ciudad y compartir piso con su mejor amiga Rachel. A veces duda de que esto sea lo que realmente quiere hacer...