Capitulo 16.

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KURT.

Blaine lanza la bolsa al asiento trasero junto con su otra bolsa, más pequeña, y la mía y mi bolso. Sin embargo, trata algo mejor la guitarra, que deja con cuidado sobre el asiento. Nos subimos al coche negro retro (con dos franjas blancas paralelas que atraviesan el capó por el centro) y cerramos la puerta a la vez.

Me mira.

Lo miro.

Mete la llave en el contacto y el Chevelle cobra vida con un rugido.

No puedo creer que esté haciendo esto. No siento miedo ni estoy preocupado ni tengo la sensación de que debería ponerle fin a esto ahora mismo e irme a casa. Creo que estoy haciendo bien; por primera vez en muchísimo tiempo siento que mi vida vuelve a estar encarrilada, sólo que va por un camino muy diferente, uno que no sé adónde me llevará. No puedo explicarlo..., sólo puedo decir lo que he dicho: que creo que estoy haciendo bien.

Blaine pisa el acelerador cuando entramos en el acceso de la 87 en dirección sur.

Me gusta ver cómo conduce, la naturalidad con que lo hace incluso cuando acelera para adelantar a unos cuantos conductores lentos. No da la impresión de que intente fardar cuando zigzaguea entre los coches, sino tan sólo que es un acto reflejo. Me sorprendo mirándole de reojo de vez en cuando el musculoso brazo derecho mientras su mano controla el volante. Y mientras recorro con la vista el resto de su anatomía, vuelvo a preguntarme de inmediato cómo será ese tatuaje que oculta bajo la camiseta azul marino que tan bien le sienta.

Hablamos de todo un poco durante un rato: de que la guitarra es de Copper y que Copper probablemente se ponga hecho una furia si se entera de que Blaine se la ha llevado. Pero a él le da lo mismo.

—Una vez me robó los calcetines —argumentó Blaine.

—¿Los calcetines? —repetí con cara de perplejidad.

Y él me miró con una expresión que decía: «A ver, calcetines, guitarras, desodorante..., lo que es

de uno es de uno».

Me entró la risa, me seguía pareciendo ridículo, pero me resultó fácil pasárselo.

También entablamos una conversación profunda sobre el misterio de los zapatos descabalados que se encuentran en los arcenes de las autopistas de todo Estados Unidos.

—La novia que se cabreó y tiró las cosas de su novio por la ventanilla —aventuró Blaine.

—Sí, es una posibilidad —admití—, pero creo que muchos de ellos son de autoestopistas, porque casi todos están hechos polvo.

Me miró con cara rara, como si esperase el resto.

—¿Autoestopistas?

Asentí.

—Sí, andan mucho, así que me imagino que se les gastan en seguida los zapatos. Van caminando, les duelen los pies y ven un zapato (probablemente es uno de los que tiró esa novia enfadada) —lo señalo para incluir su teoría—, y al ver que está en mejor estado que los que llevan puestos, se lo quedan y dejan uno suyo.

—Eso es una tontería —espeta él.

Abro la boca con aire ofendido.

—¡Podría ser! —Me río, y le doy en el brazo.

Él me sonríe sin más.

Y seguimos dándole vueltas y más vueltas, los dos inventando una teoría más absurda incluso que la anterior.

Nadie como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora