Capítulo 21: Problemas y Rescate I

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Finnick lleva alrededor de diez minutos sumergido en el agua, el torso desnudo y tostado al sol, el agua a la cintura y el tridente en alto, esperando que algún distraído pez de agua dulce nade cerca suyo para ensartarlo y convertirlo en almuerzo. No sé cómo no se le cansa el brazo, pero bueno... Finnick es Finnick y parece muy concentrado. En el Vasallaje recuerdo haberlo visto en la misma postura e igual de concentrado en la playita del reloj maldito. Gale está al borde del lago, sin camisa también, las cicatrices de los latigazos se ven sonrosadas al sol, las veo desde lejos y me dan escalofríos recordando su castigo y sufrimiento. Sentado en una roca, le saca punta con su cuchillo a una rama, la más larga y derecha que le cortó Johanna, para fabricarse un arpón y ayudar a Finnick en la pesca. También servirá como lanza para cazar aunque aún ignoramos qué animales hay en el distrito. Al salir de la escombrera atravesamos un camino serpenteante entre medio de trigales y otros campos de cereal. Escuchamos balaceras y divisamos columnas de humo hacia el centro del distrito, seguramente algún enfrentamiento en la plaza. Casi dos horas después encontramos este lago que nos pareció prometedor y un buen refugio, por estar rodeado de un pequeño bosque. 

Gale termina de afilar su palo-lanza-arpón y me lo muestra, yo lo apruebo y revisamos las cañas que dejamos en la orilla, entre las rocas. Tres peces han picado en los anzuelos de Finnick y empiezo a limpiarlos mientras mi amigo entra al lago con pasos cuidadosos para no espantar a los peces, a una señal de Finnick se queda quieto y hasta yo contengo el aliento.¡Zas! una enorme trucha forcejea por liberarse del tridente pero ya es tarde, el pescador la arroja hacia mis manos para filetearla. "Uno por persona es suficiente, vamos a comer", le digo caminando hacia la fogata junto a unas enormes rocas que nos protegen de miradas ajenas. Pero Finnick y Gale quieren seguir pescando, para llevar pescados ahumados, no es mala idea y me encamino hacia el bosquecito, donde Johanna vigila en lo alto. No hay novedades. 

Un rato después estamos disfrutando nuestro festín de truchas a las brasas; el lago desemboca en un río, que tienen que atravesar nadando contra corriente para aparearse y desovar, por eso hay tantas, explica Finnick. Algunas se agotan y es fácil pescarlas. Tenemos más de veinte. Dejamos ahumando la mayoría, técnica que nos enseña Finnick, mientras comemos hasta saciarnos y tener un montoncito de espinas. "Creo que no puedo comer más, vigilen ustedes ahora, yo me voy a echar una siesta", anuncia Johanna. Finnick va a bañarse y Gale trepa a la roca más alta para usarla de atalaya. 

Yo me interno en el bosque con mi arco. Es sombrío y fresco. Me recuerda no sólo los bosques del 12, también me trae buenos/malos recuerdos de mis primeros Juegos, también había un bosque parecido a éste con un arroyo y una pequeña laguna, así que debe haber animales. Por desgracia, sólo encuentro huellas de mofetas y ésas no se comen, la carne es dura y fuerte. Cuando estoy a punto de abandonar la búsqueda, malhumorada, siento que algo se mueve cerca mío. Giro la cabeza siguiendo el ruido, las ramas de unos arbustos se mueven agitándose, me acerco casi en puntas de pies, arco y flechas preparados, apunto hacia la presa, pensando que debe ser un pequeño ciervo. Pero no es lo que esperaba, no. Se me paraliza el corazón, abro los ojos y la boca con pavor al ver que desde los arbustos salen un par de oseznos grises... la madre debe andar cerca y no le gustará verme apuntando a sus crías. Bajo el arco y retrocedo asustada, entonces la furiosa madre hace su teatral entrada: se levanta en las patas traseras y gruñe amenazante manoteando el aire. En el 12 sabemos a la perfección que nunca, jamás hay que huir corriendo de un oso, te perseguirá y atacará hasta matarte. Es el depredador más agresivo que te puedas encontrar en los bosques de Panem. Ataca sin siquiera ser provocado, si estás en sus dominios. Y yo tengo todas las de perder; estoy en su territorio y soy una amenaza para su prole. Una flecha apenas le hará daño a un animal tan grande, tendría que usarlas todas. Sin embargo, no quiero matarla y dejar huérfanos a los cachorros. Podría dejarme caer y hacerme la muerta, tal vez deje de pensar que soy un peligro para sus crías; no sé si resultará, nunca lo he intentado. Sólo una vez me he enfrentado a un oso, pero era un macho más joven, inexperto y pequeño que esta hembra furiosa, así que entonces la piel terminó de alfombra en casa de un comerciante. La osa avanza y yo retrocedo sin dejar de mirarla, intentando no parecer asustada. Lo cierto es que estoy muerta de miedo. Si le doy la espalda, será mi perdición. Mis amigos están lejos y no creo que a mamá osa le parezca bien que grite pidiendo auxilio. Estoy sola y debo pensar rápido. Sé que a metro y medio a mi espalda hay un buen árbol que puedo escalar, si lo alcanzo antes que ella a mí. Está en cuatro patas, quita a sus cachorros de en medio y vuelve a pararse en dos patas, gruñendo y mostrando los dientes. Doy otros cautelosos pasos hacia atrás, dejo caer la flecha e intento colgarme el arco. Estiro una mano hacia atrás, tanteando hasta encontrar mi árbol, giro rápido y empiezo a subir desesperada. Se me cae el arco, ¡maldición! Los osos también pueden trepar pero no mucho, depende de su peso y de la firmeza del tronco; éste es grueso y firme pero ella es pesada y yo, ligera y pequeña. Sé que puedo lograrlo. Ahora la osa intenta botarme sacudiendo el árbol y debo aferrarme con todas mis fuerzas a una rama a más de diez metros de altura para no caerme.Vuelvo a considerar pedir ayuda pero desecho enseguida la idea porque no quiero que mis amigos se enfrenten a la fiera y salgan malheridos. Entonces aparecen mis compañeros a la carga, escucharon los gruñidos de la osa y vienen en mi rescate.

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora