Capítulo 12

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Casi dos meses después...

El teléfono sonó por undécima vez, sobresaltando a Harry. No lo cogió, por supuesto: nunca lo cogía. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana de su habitación dejando que aquel ruido continuase por un tiempo más. Sabía que su tía- abuela lo cogería desde el piso de abajo.

Lo más lógico hubiese sido arrancar el cable de la pared o, al menos, bajar el volumen, pero no acertaba a adivinar porque no lo había hecho aún. A lo mejor era por que seguía castigándose a sí mismo inconscientemente por lo que sabía que le estaba haciendo a Zayn. No le había cogido el teléfono ni una sola vez desde que comenzó a llamarlo el mes anterior, ni lo que llevaba de éste.

Desde que había despertado de su coma, no había querido hablar con nadie. Sólo con su tía-abuela Priscila: la mujer que, con sus médicos y su dinero le había salvado la vida y lo había llevado a aquella lujosa mansión, en París. Harry no se había sentido preparado para hablar con él, ni antes, ni ahora. Se pasaba los días encerrado en su habitación, mirando por la ventana que daba a la calle y observando el vaivén de la gente y el paso de los lujosos coches. Posó su mirada por un segundo, sólo por uno, en las cartas sin abrir que tenía sobre la mesa, antes de volver su vista, de nuevo, hacia el cristal. Como cada vez que su mirada vagaba hacia ellas, quiso arrojarlas al fuego encendido de la chimenea, pero sus brazos y sus piernas se habían negado a colaborar.

La primera carta le había llegado el día después de que saliese del hospital y la última hacía tan sólo dos días; y tal y como su tía se la había entregado, Harry la había arrojado sobre la mesa, sobre sus antecesoras... y allí seguía, en el mismo lugar exacto en dónde había caído. Era de Louis. Todas eran de Louis.

Se obligó a mirar a un guapo hombre que paseaba a su perro, un Terrier blanco y marrón, para no volver otra vez sus ojos hacia la pila de cartas. Se moría por abrirlas y, al mismo tiempo, le aterraba hacerlo. Louis no le había telefoneado desde que él había abierto los ojos; sólo Zayn lo hacía, y aunque su tía le explicaba con pelos y señales la preocupación que sus amigos tenían por él, Harry se había negado a responder a sus llamadas. ¿Qué iba a decirles a ellos? Se sentía demasiado dolido y humillado por lo que le había ocurrido como para tener que hablarlo con ellos.

Gracias al periódico, él se había enterado de que John había sido encarcelado junto a sus otros dos amigos, Travis y Stúart, casi de por vida. Bryan había muerto aquella misma noche en la que lo secuestraron, de una sobredosis de anfetaminas y alcohol. En circunstancias normales, Harry no se habría alegrado por aquella muerte, pero el muy cabrón había sido el que propuso a los otros tres que, palabras textuales, "se la metieran por el culo, como la puta maricona que era". De no haber sido por Bryan, tanto John como sus otros dos amigos sólo lo hubiesen golpeado (John sólo había querido saber dónde estaba Zayn); pero éstos habían estado tan drogados y borrachos que no habían puesto ningún reparo en sacarse las penes de sus pantalones para comportarse como verdaderos animales salvajes con él. Lo único por lo que se alegraba Harry con todo lo que le había ocurrido, desembocando en el encarcelamiento de aquellos hijos de puta, era por su amigo Zayn, quién ahora sería libre de los puños malintencionados de John.

- Mañana volvemos a casa.

Priscila Styles había permanecido unos minutos en el hueco de la puerta observando a su sobrino-nieto con el ceño fruncido. Sabía que el chico estaba totalmente recuperado de sus heridas, pero no estaba tan segura de que su mente se hubiese recompuesto aún, y era eso lo que la tenía preocupada.

Cuando se llevó a Edward a París, la mujer había pensado que era la mejor decisión que había tomado en su vida, pero ahora que las semanas habían pasado (siete exactamente), ya no estaba tan segura. El muchacho se mostraba totalmente melancólico y triste. Apenas hablaba con nadie, es más, no había salido ni una sola vez de su habitación desde que había podido caminar de nuevo. Él sólo se limitaba a mirar por la ventana y a volver a la cama cuando estaba cansado. Había perdido mucho peso y sus ojos se veían opacos y hundidos; y su bonito rostro se veía tan pálido como si fuese un fantasma: el fantasma de lo que antes debió de ser un chico más o menos feliz.

Pretty Harry - LARRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora