Siempre tuyo, siempre mía. Capítulo 8.

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César correspondía a su beso con fiereza, Dios tan solo segundos hablando con segundas intenciones y ya lo prendía por completo. Se besaban y la lengua parecía salírseles, movían sus cabezas por los movimientos que le provocaba César a Victoria cuando le acariciaba la espalda, las caderas, manoseándola con todo el permiso del mundo. Empezó a subirle el suéter que tenía para sacárselo por la cabeza, pero Victoria no quería parar de besarlo, era adictivo. Poco a poco César le sacó también la camiseta que tenía abajo y la dejó solo en corpiño, sus besos empezaban a bajar por el hombro, por su pecho, besándole las pecas, le bajaba la tira que ajustaba su ropa interior, quería arrancarsela para que nada le molestara besar esa piel que lo enloquecía tanto. Sus manos ávidas de seguir recorriendo empezaron a desajustarlo, y Victoria poco a poco se dejaba perder. Con sus manos agarró cada uno de sus pechos y los empezó a masajear, sin descuidar su cuello que seguía repartiéndole besos. Frotaba sus pezones para sentirlos erectos y hacer vibrar a Victoria, quería verla disfrutar, quería hacerla sentir como nunca, como solamente sentía con él. Ella vio que estaba quedando atrás así que mientras él la besaba, ella decidió también empezar a desvestirlo.

-Eres hermosa. Te amo, te amo tanto. Vamos a la habitación ahora...
-No, quiero hacerlo aquí.
-Tengo miedo que sientas frío. Por lo menos déjame prender la chimenea...
-Está bien. –ella se levantó de estar encima y él se paró rápidamente a prenderla, y ella notó que su jean estaba a punto de explotar por su erección-¿Estamos preparados ya mi amorcito? –se reía mientras se tapaba los pechos-
-¡Ven para aquí! -le da la mano para que se levante- no tapes mis pechos hermosos...
-¿Mis? –él ya los degustaba-
-Claro que son míos.

Ella reía y arqueaba su cabeza para darle cada vez más cabida. Escuchaba el sonido de los chuponeos de César y eso la excitaba cada vez más. Él se arrodilló para facilitar su trabajo y empezó a bajar el pantalón de Victoria. Dejándola solamente en ropa interior, besaba su vientre y ella acariciaba su cuero cabelludo, incitándolo a más y más. César hizo que se sentara en el sofá y abriera ampliamente las piernas, iba a degustarla como sabía. Le sacó la última prenda que tenía y la vio ahí, solo para ella, y las dudas que tenía de si el deseo aun perduraba se le disiparon en menos de un santiamén.

Cuando Victoria empezaba a sentir las oleadas de placer, arqueo su espalda y fue cuando se dio cuenta que nadie podía darle más placer que él, nadie la amaba con tanto énfasis, ahí no solo estaba involucrado el deseo y la carne, ahí había amor y ganas de hacer sentir muy bien al otro.

César absorbía ese placer, mientras lamía el sexo de Victoria. Ella no soportaba más ese placer, era sentirse en un carrusel y dar vueltas y vueltas. Lo mejor era saber que aún le quedaba todo un parque de diversiones por recorrer. Cuando César introdujo sus dedos en ella, sentía que iba a explotar de delicia, estaba totalmente mojada y el éxtasis final no tardaba en llegar.

-Ah, ah, Cé... sar. Te necesito ahora.
-Aguanta.

Pero sabía que no iba a poder aguantar más, tan solo unos segundos y ella explotaría. Lo hizo, y César se sentía todo un soberano en su cuerpo. Sabía que punto tocar, besar, rozar y lamer. Conocía hasta la calidad de sus gemidos.

Cuando ella acabó de experimentar el más grande instante que eran esos segundos posteriores a sentir un orgasmo, con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios imborrable, sintió como César se apoderaba de su sexo, como la embestía y la hacía suya una y otra vez. Abrió sus ojos para ver como él disfrutaba de estar en ese momento y ella debajo de él, disfrutando sus embestidas. Se movía para sentirlo cada vez más profundo, quería que fuera todo suyo, disfrutándolo en todo su esplendor. Lo miraba a los ojos, concentrado en su función de darle más y más placer y decidió dar vuelta la situación. Que él se sentara en el sofá y ella encima de él. Empezó a mover, contonear sus caderas para que la invasión sea más fuerte, cada vez más. Acariciaba su pecho y besaba sus labios como si buscara tal néctar que la saciara cada segundo más. Sus manos no estaban tranquilas, lo acariciaba, le estrujaba la piel y se agitaba contra él.

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