Siempre tuyo, siempre mía. Capítulo 27.

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-¿Qué no vas a devolvérmela? Sé que te mueres de ganas... pero sé que no eres capaz. –la provocaba-

-Ya que insistes...

Le devuelve la cachetada moviendo su mano tan rápido que Vivian apenas había llegado a reaccionar, y Victoria gira sobre su cuerpo para alejarse porque con toda la rabia que contenía sabía que iba pasar su límite y no se quería rebajarse por ella. Miraba hacia la puerta porque se escuchaban ruidos.

-¿Qué, esperas que mi marido llegue? –se servía más vino- sí que eres estúpida, él no va llegar a defenderte cómo esperas...

Camina alejándose de ella, buscando su bolso y su abrigo.

-Sé que hiciste todo esto porque de alguna forma crees que yo soy la culpable de toda la desgracia de que ha pasado en tu matrimonio. Pero no es así porque yo me enamoré de un hombre casado, no voy a ser ni la primera ni la última, y el hecho de que sea casado no ha sido un verdadero impedimento para mí ¿sabes por qué?
-se ríe-¿Por qué eres una puta?
-le sonríe irónicamente-No, no es por eso... sino porque ese hombre casado, me ama a mí, no a su esposa. Me ama y va dejar todo por mí.
-Eso es lo que tú crees... César está acostumbrado a vivir conmigo, nuestra vida. No aguantará ni una semana estar cerca de ti y no poder vivir con la adrenalina que él cree. Vamos Victoria... no quieras autoconvencerte, son grandes, están viejos para jugar de esa manera... no te recomiendo dejar todo por César, él no lo hará por ti.

Victoria puso los ojos en blanco, terminó de ponerse su abrigo y salió de esa casa sin mirar otra vez a Vivian, demasiado había tenido y sin siquiera imaginarlo, con todas las expectativas tiradas al suelo. La noche que su mente había planeado nunca se iba a realizar y la llegada de César tampoco, nunca se hubiera imaginado que la persona que llegaría esa noche fuera Vivian y no él, nunca antes se había sentido tan ingenua y tan maltratada por alguien como lo había hecho Vivian, sabía que no debía hacer caso a sus palabras pero era imposible que no se repitieran constantemente en su cabeza mientras manejaba hacia su casa en una velocidad muy poco prudente, y sin siquiera el cinturón puesto.

Puso alguna estación de radio con el volumen a máximo porque lo que menos quería escuchar era a su mente repitiéndole sin parar las palabras de Vivían. La consciencia la estaba carcomiendo en su máximo esplendor.

No aguantó y las lágrimas aparecieron para bañar sus ojos de sollozos, gotas saladas mezcladas con bronca, impotencia y ganas de casi matar a alguien.

Estacionó en un rincón de la calle para llorar desesperadamente apoyada sobre el volante, pegaba golpes con los puños cerrados en sus piernas. No quería hacer todo eso que estaba haciendo, pero era imposible no llorar de impotencia. Además prefirió descargarse en ese momento y que sus hijos no la vieran llorar. Y rogó en ese momento de sus hijos no la vieran llegar.

Se secó las lágrimas con la chalina que traía puesta y siguió conduciendo. No se iba permitir que Vivian le amargara más la vida. Cuando estaba estacionada en la puerta del garaje, estaba más tranquila, pero con los sollozos aún fáciles de salir y unas pequeñas lagrimitas silenciosas que recorrían su rostro, suspiró hondo y le marcó a César nuevamente. Era el momento de la explicación, pero sonaba y sonaba y nada de que César atendiera del otro lado. Entre un largo rosario de palabrotas dedicadas a César, le escribía un mensaje.

-Eres un infeliz, como fuiste capaz de hacerme una cosa así? No quiero volver a verte de aquí hasta que me muera!!! Te odio!!!

Pero ni siquiera estaba conectado en Whatsapp.

Rogó por última vez que sus hijos no la vieran llegar porque se había visto en el espejo retrovisor antes de bajar y tenía los ojos hinchados y el maquillaje corrido. Cuando abrió la puerta, cinco miradas giraron para verla llegar. Todo lo que no quería. Sus tres hijos, su nuera y por si fuera poco, su hermana menor.

Siempre tuyo, siempre mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora