Siempre tuyo, siempre mía. Capítulo 7.

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-¡Amigo, mira donde te vengo a encontrar! No sabía que te habían invitado también... -Peniche se levantaba a saludarlo-

-Así como ves, me invitó José Eduardo solamente. ¡La señora de la casa no me dio ni sus luces! –mientras lo abrazaba-
-Que dices César, sabes que tú eres siempre bienvenido a mi casa, además ni siquiera yo sabía de la cena sorpresa que había organizado mi hijo...

Estaba nerviosa, y quería que César entendiera rápido la situación, porque ya escuchaba sus reclamos mentalmente de: ¡que hacía Arturo ahí! También se había parado a saludarlo y cuando lo abrazó.

-Exijo una buena explicación de esto. –le susurraba en su oído- ¡pero cada día más linda tu eh! –y hacía que Victoria diera una vuelta luego del abrazo-
-No sé cómo hace esta mujer para estar cada día más guapa...
-¿Es verdad, no? Mira hasta Arturo lo dice...
-ella se reía-Ya párenle los dos...
-¿Bueno si vinieron a piropear a mi madre ya pueden estar saliendo por donde entraron, eh? -los tres se rieron- y como saben, la reina de esta casa no es posible que cocine y no quería envenenarlos, así que me tomé la libertad de encargar la cena.
-Mira que muchacho más atrevido... me hubieras dejado que los envenene.
-No mujer, más no. –y César la miraba pícaramente-

Victoria no podía escuchar algo que dijera él y no verle el doble sentido. Iba ser una larga, laaaarga noche, estaba muy segura.

-¿Oigan y los pollitos hermosos, Vicky?
-Les dije que vinieran a cenar con nosotros, pero se quisieron quedar en casa de mi abuela. –decía José Eduardo-
-Aaaah, que lastima... hace mucho no los veo, deben estar grandotes.
-Sí, mis preciosuras están hermosos y grandotes.
-¿Les sirvo algo para tomar?
-¿Qué me ofreces? no mucho que debo manejar, eh. -decía Arturo-
-Estás en la casa de la Ruffo, tú pide lo que quieras de bebida alcohólica estoy seguro que habrá.
-se reían todos-Évora más respeto por favor...

Todos iban a sentarse en los sofás y para torturarle la vida, obviamente César se sentó a lado de ella. Mientras que José Eduardo se sentía un poco incómodo porque los conocía lo suficiente como para darse cuenta de la situación perturbadora que le quedaba a su mamá durante la noche.

-Yo quiero un Baileys mi amor.
-¿Tu César?
-Mmm, ¿un whisky podría ser?
-Saliendo... ¿y tú pa? –se lo decía de cariño a Arturo-
-Acompañaré a la reina de la casa con un Baileys, hace mucho no bebo eso...
-Okey.

César se reía, y Victoria estaba tensa pero lo aparentaba muy bien. Sabía que César no le creería nada de lo que ella le dijera con respecto a que Arturo estaba ahí. Pero intentó relajarse, luego lucharía con sus celos.

La cena se iba desarrollando tranquilamente dentro de todo, José Eduardo había encargado pizzas de diferentes gustos, tacos y alitas de pollo, la variedad ante todo. Y mientras platicaban, César trataba muy bien a Arturo. En primer lugar porque tenía que aparentar muy bien, y segundo para ver como Victoria se tensaba en cualquier tema que ellos hablaran. Sinceramente él quería verla sufrir un poquito.

Ella intentaba quedarse solo con él por lo menos por unos segundos para hablarle y explicarle rápidamente la situación, pero era imposible. Él no quería hablar a solas con ella aparentemente. Se la ponía difícil. Cuando parecía que había llegado el momento perfecto, el minuto del postre, Arturo estaba en el baño y José Eduardo estaba hablando por teléfono.

-¡Deja de evitarme por favor! Acaso no me pedías una explicación recién... –susurraba-
-Ya no quiero explicaciones, me basta con ver todo, además tú me evitas todo el tiempo y ahora cuando es mi turno no te gusta, ¿viste lo feo que es?
-De más está decir que ni siquiera yo sabía que Arturo vendría. Fue una casualidad...
-Mucha casualidad encontrarlos muy cómodos, riendo abiertamente.
-¡Cesar! Somos amigos.
-Me mentiste. –serio-
-¡En que te mentí! –se alteraba-
-De que hablan los jóvenes... -Arturo volvía-
-De nada... aquí Victorita con sus locuras.
-No son locuras, créeme. –ya estaba seria también-

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