CAPÍTULO DIECINUEVE: LA PUERTA ROJA

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Las luces del pasillo parpadean cada tres segundos. La humedad del lugar se puede respirar y sentir en los pulmones. A medida que te adentras puedes escuchar los gritos de dolor y placer que provienen de las puertas cerradas. Pareciere el pasillo de una película de terror. Y en efecto, lo que aquí abajo pasa para muchos es pintando como el horror mismo.

Hillary va caminando con seguridad y con aire de suficiencia hasta llegar a la puerta roja, en donde un pobre hombre con sed de  dolor la espera. Abre la puerta con la llave otorgada por los dueños del lugar.

Una vez adentro, el escenario tétrico y terrorífico previo a llegar aquí, no se compara con lo que se encuentra dentro. El cuarto es oscuro, sofocante y huele a incienso. Las paredes están decoradas con un sinnúmero de herramientas de tortura. Parecieren de la época medieval. La víctima, es decir, el hombre que Hillary besó cuando bailaba en la tarima, se encuentra sentado de espaldas en un sofá que hace esquina.

—¿Listo para tu ejecución, perro?— Pregunta Hillary en un tono rudo.

—Nunca estuve más listo, ama— dice en estado de sumisión.

—Vamos, levántate. ¿Conoces las reglas, verdad?

—Completamente... Ama.

—¿Te tomaste la pastilla? Te ayudará a resistir más dolor...

—Sí, ama.

—Bien... Quítate la ropa— ordena.

Él, sin chistar, lo hace. No lo ha tocado aún y ya tiene una erección. El hombre se coloca en un tablón y extiende los brazos hacia arriba, como se lo ordenó la bailarina. Esta lo amarra a este con fuerza.

—Veamos qué puedo usar contigo...— dice tocando los juguetes de tortura pegados en la pared uno por uno.

Decide coger un látigo para calentar motores... Se dirige hacia el hombre, pero aún no choca el juguete contra el cuero del hombre. Está esperando a que alguien específico interrumpa la escena.

—Cinco, cuatro, tres...— el hombre amarrado la mira confundido— dos...

La puerta se abre y en el umbral una chica de pelo rizo mira la escena con los ojos pintados de horror. Rebeca sonríe divertida.

—Querida, te estaba esperando...

—¿Las dos me llenarán de placer?— Pregunta entusiasmado el sumiso.

Ambas lo miran con cara de asco.

—Las ganas tuyas, perro... Ella solo será una espectadora. No vuelvas a hablar a menos que te lo ordene, ¿entendido?

—¿Qué?— Chilla Charlotte.

—¿No viniste para ver mi espectáculo? Créeme que lo de la tarima se queda corto comparado con lo que pasa aquí abajo.

—¿Por qué? ¿Por qué, Rebeca?— Pregunta Charlotte a punto de llorar.

—¿Quién es Rebeca? Yo me llamo Hillary, cariño.

—No te hagas esto... No me hagas esto a mí.

—Esto es lo que soy ahora... Y me gusta.

—Por favor... Vuelve conmigo. Te voy a ayudar...

—No quiero ayuda... Al fin encontré lo que realmente soy. Me gusta esto.

—Esto no es lo que eres... ¿Ser un objeto sexual? ¿Bailar desnuda?  ¿Torturar? Esta no eres tú... Tú no quieres ser  como...

—¿Como el monstruo de mi padre? Esto es lo que soy gracias a él... Este es mi destino.

—¿Y lo que tú y yo éramos juntas?

La chica del pelo rizo #WGA2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora