CAPÍTULO QUINCE: VIDAS INOCENTES (Maratón 1/2)

403 62 3
                                    



CAPÍTULO DIECISEÍS: VIDAS INOCENTES (Maratón 1/2)

Sus ojos se cierran con pesadez, aun así los obliga a mantenerlos abiertos, pues en cualquier momento puede salir el doctor para anunciar el estado de las mujeres que sufrieron un accidente automovilístico. Ya han pasado dos horas y no ha habido noticias significativas. Las enfermeras se limitan a decir "estamos haciendo lo que podemos tengan paciencia." ¿Cómo han de tenerla si se trata de la vida de una hermana, de una futura madre y de las dos lunas de un solo hombre? La vida de las tres está en peligro, ¿cómo mantener la calma?

En una esquina se encuentra un Felipe Villanueva cabizbajo, inmerso en sus propios pensamientos y con el sentimiento de impotencia arraigado en su ser. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Por qué ese carro fue directo hacia su auto? Solo se bajó un jodido segundo para comprar un helado. Luna lo pidió porque tenía antojos. Un maldito segundo y está a punto de perderlas. Vio todo como si una pesadilla estuviera reproduciéndose delante de sus ojos en cámara lenta; un Toyota blanco a toda velocidad impacta por el lado en el que Coral y Luna se encontraban, sin detenerse, sin frenar—gritos, sangre, más sangre—... El conductor negligente se fue a la fuga, pero por ese Dios de arriba, Felipe lo va a encontrar, así tenga que buscar debajo de las piedras.

— Sé que estás pensando en una locura... Solo concéntrate en tu novia y tu bebé, hijo mío.

— Papá, es que no dejo de pensar en cómo ese auto fue directo a hacer el daño... No frenó... no...— a Felipe se le comienza a quebrar la voz.

— Cálmate, hijo... Todo estará bien. — el señor Villanueva le da un leve apretón en el hombro a su hijo en un intento de consuelo.

Felipe abraza a su padre y encuentra paz.

— Deberías ir a casa a descansar, papá. No quiero que tu salud empeore en este lugar tan deprimente— le dice Felipe Junior luego de unos segundos abrazado a él.

— No me iré hasta saber la condición de mi yerna y nieta—. Felipe asiente.

En ese mismo espacio, más adelante, en las sillas de la sala de espera, está una pareja abrazada. Rebeca solloza en el hombro de su novia. Hace un par de horas estaba segura de que la culpable de todo lo que está pasando era Katia Dillard, pero ahora solo piensa en la verdadera culpable: ella misma. Es que si no hubiera salido de la iglesia nada de esto estuviera pasando. Por culpa de su cobardía, su hermana y Luna habían salido a buscarla y posteriormente habían sido víctimas de un accidente. Toda la situación la tiene al borde de un colapso. No es para menos, su amiga y hermana están en intensivo y el hombre que la engendró está en la misma sala de espera en la que ella se encuentra. Agradece el hecho de que hasta ahora no ha tenido el descaro de acercarse. Aun así, verlo parado recostado en la blanca pared la pone nerviosa. El señor Quiñones la observa desde su posición y pareciere que muere por acercarse a su hija. A su lado está una adolescente como de catorce años; ¿quién será? Se pregunta la primogénita.

— Me pone nerviosa, Char.

— Lo sé mi amor, pero solo concentra tus emociones en las personas que están en intensivo. Tienes que ser fuerte... No lo mires, haz como si no estuviera aquí.

— Lo intento, pero siento su mirada acosadora sobre mí y...

— Shuuh... Tranquila, yo estoy aquí. Al menos no se ha acercado.

— Sí...— Rebeca le da un rápido vistazo al hombre de sus pesadillas y sus miradas se cruzan. La pelinegra solo pudo bajar la vista rápidamente.

Unos minutos más y un doctor como de cincuenta años, como mucho, pregunta por los familiares de las mujeres accidentadas. Todos se colocan alrededor del médico, dispuestos a bombardearlo con preguntas. Antes de que siquiera alguno de ellos mueva los labios él comienza a hablar.

La chica del pelo rizo #WGA2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora