Prólogo.

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Sus dedos estaban fríos, al igual que la habitación. Sus ojeras estaban oscuras, como el lugar en el que se encontraba toda la familia y él principalmente, esperando a que llegara la muerte a liberarlo de su dolor. Miro a sus pequeños hijos que estaban junto a la cama mirándolo con tristeza, levanto la vista, y miro fijamente a los ojos de su amada esposa; solo pudo observar el vacío que había en ellos, eso le dolió más que la metástasis que lo estaba matando.

— Eli, todo va a estar bien cariño —se dirigió a su hija mayor de tan sólo doce años—, lo prometo. Serás una gran mujer, hermosa e inteligente, al igual que tú madre.

Le dolía todo el organismo, las articulaciones, los músculos, el cabello, hasta las uñas. La morfina ya no causaba efecto en su atrofiado cuerpo, pero aunque todo le punzaba, le dolía más el perder a su familia.

—Anto, tú mi pequeña serás fuerte ante todas las adversidades. Y hermosa también —le dijo con cariño—. No le des muchos dolores de cabeza a tú madre  —la niña, dos años menor que Elizabeth, lo miro asintiendo con la cabeza—. ¿Lo prometes?

—Sí, papi — dijo la pequeña con su dulce voz.

— ¿Lo prometes con el corazón? —Le preguntó tocándose el pecho.

Desde que sus hijos estaban muy pequeños, él les había enseñado la importancia de cumplir lo que prometían; y para que el pacto quedara sellado, lo hacían desde el corazón, así, cuando no cumplieran con lo establecido, su órgano bombeador de sangre se encargaría de recordárselo.

—Lo prometo con el corazón.

Él padre trató de sonreír. Su tiempo se estaba acercando, lo sabía. Miro a su esposa tratando de trasmitirle con la mirada cuanto la amaba y ella de igual manera lo hizo, agregándole una sonrisa.

—Y tú mí pequeño héroe. Prométeme que protegerás a estas mujeres, son tres —el pequeño lo miro sin comprender  lo que su padre le decía—. ¿Me pueden dejar a solas con él? Será un breve momento.

Su esposa asintió, y antes de salir con las niñas, depósito al pequeño Thiago de siete años, en la camilla para estar cerca a su padre. Marco su progenitor, trató de acomodarse lo mejor que pudo en la cama, para que su hijo entendiera la importancia de lo que le diría a continuación.

—Thiago, hijo. Cuida a tú madre, y conviértete en un padre para tus hermanas. Sé que estas muy pequeño para entender esto que te digo, pero el tiempo ayudará. Protégelas de cualquier cretino que quiera hacerle daño a mis niñas. Debes de ser ante todo su amigo. Escúchalas, aconséjalas.

— ¿Y por qué no lo haces tú papi?   

—Porque yo no voy a estar cariño para hacerlo. En cambio tú, tú sí vas a estar para protegerlas de cualquier peligro. Serás su héroe.

— Y el de mamá también —habló el pequeño entusiasmado por convertirse en el héroe personal de su madre.

—Sí —afirmó su padre—. Ahora quiero que entiendas una cosa, tú madre está muy joven y es hermosa —sonrió. Recordó, que desde que la conoció hace veinte años, nada había cambiado en ella, ni su belleza ni su espíritu—, pero no quiero que ella este sola. Debes dejar que ella rehaga su vida al lado de un buen hombre, eso sí, que la merezca.

— ¿Pero por qué papi? ¿Te debes de marchar muy lejos para estar con Dios?

—Sí. Me iré muy lejos para estar con él, pero sólo será mi cuerpo. Mi alma y mi recuerdo quedarán aquí —señalo la pequeña cabeza y corazón de Thiago—, con ustedes.

— ¿Papi? — El niño movió los pies con ímpetu— Cuando sea grande, así como tú, ¿encontraré a alguien como mamá? Hermosa, linda y amable.

Marco sonrió recostándose en la cama. El dolor ya lo estaba consumiendo demasiado rápido. Estaba muy cerca.

—Sí que la encontrarás. Serás el hombre con más suerte de este mundo. Serás muy feliz a su lado.

— ¿Y cómo lo sabré? ¿Y si es una súper villana, papi? Entonces sería mi archi enemiga —le preguntó Thiago rápidamente y preocupado. No podía imaginar jugar con una villana que le hacía daño a las personas. El quería a una heroína que quisiera ayudar a la humanidad como su mamá.

—Ella no será una villana, Thiago. Será una mujer hermosa, inteligente, una muy diferente a todas. Difícil de ganar su corazón, pero no imposible. Y lo sabrás porque lo vas a sentir aquí —señaló su pecho. El pequeño miro, esperando sentir eso tan grandioso que le contaba su padre—, vas a sentir como tú corazón se acelera con su sola presencia. No podrás dejar de pensar en ella. Se convertirá en tú mundo, en tú heroína. Ella te rescatará de todo lo malo que te pasé, hasta de ti —le dijo su padre en un tono reflexivo.

Solo ella —susurro Thiago.

—Cuando la encuentres lucha por ella, como lo hice yo con tú madre. Y juro hijo mío, que valdrá la pena.

Thiago sonrió con alegría. Ya quería conocer a la niña, que jugaría con él por horas y horas, que lo consentiría como su madre, cuando se caía y se aporreaba sus rodillas. 

— Ahh... — Un agudo dolor atravesó el cuerpo de Marco, dejándolo por un momento sin respiración. Ya el momento estaba demasiado cerca.

—Prométeme con el corazón hijo, que cuidaras a tú hermanas y a tú madre. Y aquella mujer de la que te enamoraras sin saberlo.

—Lo prometo con el corazón —se toco con sus pequeñas manos el estomago.

Su padre le sonrió, y después con voz trémula le pidió que fuera a llamar a su esposa e hijas. Las pequeñas entraron deprisa a abrazar y llenar de besos a su padre, como se los había dicho su madre Ana, hace algunos minutos.

—Ana mi amor, ya esta cerca.

Ella sabía a qué se refería, su corazón ya no pudo aguantar más el peso con el que cargaba hace algunas semanas y empezó a llorar. Estaba tratando de ser fuerte, por sus hijos, pero el dolor era demasiado. ¿Qué iba hacer sin él? ¿Qué iba hacer sin su mejor amigo? Se acercó hasta él llorando. Su esposo, como si hubiera visto lo más hermoso del mundo, le acarició el rostro quitándole las lágrimas.

—No llores mi amor, todo va a estar bien.

— ¿Y si no lo esta?

—Todo va a estar bien, de eso me encargue.

—No habló de eso, lo sabes.  ¿Qué  vamos hacer sin ti?

—Vivir. Eso es lo que harán. Nuestros hijos serán unas grandes personas —se quejo, una punzada se estableció en su frente—. Recuerden que yo los amo, y donde sea que este los amaré —su voz ya no tenía esa tonalidad segura y fuerte de antes. La garganta le dolía, y sus ojos ya comenzaban a cerrarse sin su consentimiento. Tan solo quería que sus hijos lo recordaran luchando hasta el final—. Te espero allí arriba.

Ya había llegado el momento. El dolor dejó de recorrer su cuerpo, como sí nunca hubiera existido; antes de que el oxigeno no llegara a su cerebro, miro a su esposa e hijos sintiendo como la paz lo consumía. Finalmente, Marco cerró los ojos para siempre.


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Besos, Sky Dawn.






Solo Ella ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora