21. Sorpresa.

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―¡VICTORIA! ―chilló Oriana tan fuerte que toda la cafetería volteó a verlos.

―¡Perdón! ―Victoria se echó a reír―. ¡Es que tenía que decírselo! No pude evitarlo, mamá, perdón... creo que él merece saber.

Oriana tomó la oreja de Victoria entre sus dedos y la presionó hacia abajo con fuerza, la chica se quejó y su madre susurró amenazante en su oído―: Espérate a que lleguemos a la casa que te vas a enterar, niña ¡Ni tu abuela te va a salvar de esta! Ni que tu gringo se regrese ¡Ni nada! ―ella iba a continuar amenazándola pero entonces miró hacia el hombre frente a ellas―: ¿César? ―Oriana soltó la oreja de Victoria al instante―. Estás pálido ¿Estás bien?

―Creo que me bajó el azúcar ―César tomó una servilleta y con ella se limpió la frente―. E-e-eso que ha dicho... ¿Es verdad, Oriana? ―preguntó luciendo desesperado.

―Bueno... ―Oriana suspiró y bajó la cabeza y luego de unos segundos asintió―. Sí, es tu hija...

―¡La que me... ¿Es en serio?! ―finalmente explotó, parecía muy molesto―. Dime que esto es una broma de muy mal gusto, dime que no es verdad... dime que no me dejaste y te fuiste con MI hija de la que no supe nada durante dieciocho años, Oriana... por favor.

―¡Perdóname! ―Oriana se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar, toda la cafetería volteó a verla―. Es que yo... es que yo... pensé que era lo mejor.

―¿¡Lo mejor para quién, Oriana!? ¡Porque definitivamente me hubiese gustado saber que íbamos a tener una hija! ―exclamó él, alterador, sin percatarse de la atención de los demás―. ¿¡Qué estabas pensando!?

―¡Pensaba en ti! En que seguro ibas a tener que sacrificar mucho nosotras, en que tu carrera se iba a arruinar y tu mamá nos iba a despreciar a mi Victoria y a mí ¡Por eso no te lo dije! Tenía miedo ―se excusó Oriana con la cabeza aun gacha y las lágrimas cayendo por su cara.

―Disculpen... ―Victoria levantó la mano―. Realmente detesto interrumpir esto ahora porque todo está muy interesante pero la gente nos está viendo... ¿No podemos ir a un lugar más íntimo para discutir?

―¡Sí! De hecho sí ―César se levantó y sacó dinero de su bolsillo para dejar propina―. Vamos a mi consultorio, tenemos que hablar sobre esto.

Victoria y Oriana se levantaron al mismo tiempo para seguirlo fuera de la cafetería. Oriana parecía una niña regañada yendo detrás de su padre mientras Victoria solo miraba la escena con algo de satisfacción; aunque ella se sintiese culpable y él estuviese enojado, era la primera vez que estaba viendo a su padre y su madre juntos y por alguna razón eso le hacía feliz. Además, ella sabía por la manera en que Oriana miraba a César mientras subían en el ascensor, que su madre aun guardaba sentimientos por su padre y aunque no quería hacerse ilusiones, eso la alegró aún más.

Los tres pasaron a su consultorio sin decir palabra; el hombre era un gineco-obstetra bastante cotizado, por lo que notaba, ya que el pasillo frente a su consultorio estaba lleno de mujeres con las que tuvo que disculparse para atender su problema familiar. Victoria admiró su consultorio con una sonrisa; como era de esperarse todo era muy pulcro y olía como a hospital. Tenía todos sus diplomas colgados en la pared y ninguna foto familiar como era costumbre de ese tipo de doctores. Victoria sonrió; ya le parecía a ella que la fascinación que tenía por las ciencias no venía solo del lado de su madre.

―Lindo consultorio ―susurró Oriana cuando ambas se sentaron en las sillas frente al escritorio de César.

―Estoy sumamente confundido y muy molesto, Oriana ―César sentenció al sentarse frente a ellas.

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