16.- Prometiste que no serías así

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Abrí la pesada puerta de la entrada a las piscinas. La poca luz de la mañana entraba por la cristalera del techo. Dan se encontraba sentado en las gradas, observando el agua.

Me mordí el labio, reteniendo las lágrimas, mientras la realidad me golpeaba fuertemente. Había sido infantil, testaruda y estúpida. Sólo a mí se me ocurría hacer algo así, y ahora estaba pagando las consecuencias.

Me quedé allí de pie durante lo que parecieron horas, observando su perfecto perfil. De pronto, frunció el ceño, pero no dijo nada. Era mi turno hablar.

-Lo siento. No debería haber hecho eso –sus cejas se alzaron, incrédulo, pero siguió callado-. Yo... No sé por qué lo hice. Supongo que sólo soy una idiota que cree que puede hacer lo que quiera –sentí mi voz romperse, pero me detuve para tomar aire y calmarme. No lloraría. No tenía derecho a ello-. Alejo a todos con mi actitud agresiva, y no me doy cuenta de las consecuencias, ni siquiera me percato de la gravedad de mis actos –bajé la cabeza, observando el entramado de las baldosas-. Todo lo que puedo hacer es disculparme y prometer que intentaré no volver a cometer semejante estupidez –alcé la cabeza. Su frialdad no había desaparecido.

Me di la vuelta y caminé hasta la puerta. Una vez en el pasillo, arrastré los pies sin rumbo fijo. Sonó el timbre, pero me dio igual. Me senté entre las raíces del viejo árbol del patio, mirando fijamente el suelo. No lloré. No sentí nada. Mi cuerpo estaba entumecido, mi mente, perdida.

Quizá estuviera ahí sentada por horas. Sabía que la gente me observaba. No era normal que estuviera tan solitaria. Mis amigas vinieron a verme e intentaron hablar conmigo, pero la hierba del suelo tenía toda mi atención. Finalmente, no sé en qué momento, alguien me tapó el sol.

Gruñí.

-Prometiste que no serías así –miré hacia arriba.

Sólo podía ver una sombra, pero sabía a quién le pertenecía aquella voz. La sombra se sentó y suspiró, mirando al suelo, justo a dónde yo lo hacía segundos antes.

-¿Qué era tan interesante? –me encogí de hombros sin apartar la mirada de él.

-¿Por qué has venido? –clavó su mirada azul en la mía.

-Estuve pensando en lo que me dijiste. Eres infantil, temperamental, impulsiva e irritante –bajé la cabeza, pero él tomó mi barbilla entre los dedos y me hizo mirarle de nuevo-. No quería decir todo aquello. Aún te amo. Aunque en ocasiones desearía no sentir todo esto, lo hago.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

-No te merezco –él me sonrió ampliamente, mostrando todos sus dientes.

-Realmente no lo haces –mi respiración se cortó-, pero tendré que forzar la situación para que lo hagas. Necesito estar contigo.

Pude respirar de nuevo. Tenía ganas de llorar y gritarle al mundo que me había perdonado. Estaba eufórica. Sonreí, mis ojos llenándose de lágrimas de nuevo. Esta vez no las retuve. Me abalancé sobre él y lo besé. Se rió, pasando sus manos por mi cintura y devolviéndome el beso. Me separé ligeramente de él y escondí la cara en su cuello. Olía a su colonia, pero también aprecié el ligero aroma del cloro.

Sonreí. Había cosas que nunca cambiarían.

-Señorita Lewis, señor Black –mierda-, ¿qué diablos hacen aquí?

Me separé de Dan y miré al director.

-Yo...

-Señor Black, váyase a clase. Señorita, acompáñeme.

Me levanté y seguí al director, no sin antes ver a Dan vocalizar un "suerte" y marcharse. Volvimos al despacho y se sentó pesadamente en su silla.

-La avisé, Katherine –tragué duramente-. Bien. No me andaré con rodeos. Tiene usted un promedio excelente, le dará tutorías durante una semana a uno de sus compañeros. ¿Conoce usted al señor Dick Johnson?

Sonreí y asentí.

Odio mi vida.


¿Él? ¡Pero si es un psicópata! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora