Capítulo 10: La flor de la verdad

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-Eh... Muy bien. Tendremos que ponernos en marcha-dije, procurando que nos fuéramos de ahí lo más rápido posible.

-Oh, no se molesten. ¿Desean un poco de té?-ofreció la reina.

-Sí...

-No-interrumpí-. En serio, deberíamos ir yendo. Debe ser un camino largo, ¿no es cierto, Fer?

Él frunció el entrecejo.

-De hecho, no es tan largo.

Lo pellizqué.

-Muchas gracias por todo, señora Darinka. Ha sido usted muy amable.

-Qué lástima que no se hayan podido quedar más-respondió ella, sonriente-. Les deseo suerte en su misión.

Hice un gesto cordial, me paré de la silla y empujé a Fer por delante de mí.

-Camina rápido-le dije al oído.

-¿Qué pasa contigo?-respondió él.

-Es más bien lo que pasa contigo. Se te ha caído una oreja, estás al descubierto-le expliqué. Fer no necesitó más explicaciones, aceleró el paso y se escurrió por el pasillo de la cueva.

Traté de hacer que su manto tapará de nuevo sus alas, pero este se había roto, y resultaba algo obvio que se estaba tratando de ocultar algo. En cuanto a su oreja postiza, no tenía idea de donde había quedado. Por esto, tomé una medida desesperada, y puse el lado derecho de su cabeza contra mi hombro.

Sí, tal vez parecía como si lo estuviera consolando, tal vez parecía que en algún momento iba a acariciar su cabeza. Además, se veía ridículo, pues él era más alto que yo. Pero era lo único que se me había ocurrido.

Salimos rápidamente del castillo, sin ser notados. Tal vez los híbridos fuéramos menos fuertes que las hadas, pero éramos diez veces más discretos. Quizás habíamos heredado este de los dragones, no lo sabía. El hecho era que, cuando se trataba de escapar, éramos maestros.

Especialmente yo. No es por alardear, pero pude lograr que nadie nos mirara al salir del inmenso castillo.

Salimos a las amplias calles, cuyos pisos eran hechos en piedra. Talladas en la piedra, habían imágenes. No entendía muy bien su significado, pero le daban un aspecto bastante intrigante al lugar. El reino giraba alrededor del castillo, pero no a un radio demasiado largo. En la única dirección en la que se extendía más de un kilómetro era hacia las montañas, el este, en donde las casas de extraña arquitectura se perdían en el horizonte.

Con los cabellos coloridos de Fer aún pegados a mi hombro, me apresuré por adentrarme en la calle principal, que eventualmente nos llevaría a la salida. Me pregunté si había alguna otra puerta, una que no estuviera situada a la vista de todas las hadas.

Volar habría sido de mucha ayuda, pero ¿cómo mostrar nuestras alas translúcidas sin ser descubiertos? Caminar también estaba llamando la atención. Todas las hadas debería estarse preguntando, ¿por qué caminan, si tienen los aires a su disposición?

Veía la puerta cada vez más cerca, ansiaba poder llegar a ella con todos mis deseos. Sin embargo, cuando por fin llegué a ella, dos espadas bloquearon mi camino.

-Son ellos dos.

Detrás de nosotros, ví a la guardia que nos había "ayudado". Nos estaba... ¿Traicionando? Oh, esa-

Me gustaría haber dejado escapar mi furia, pero pronto Fer y yo nos vimos rodeados por hadas con traje de guardián y largas espadas.

Una de ellas tomó a Callan.

Draka y Folka, Libro 1: Los híbridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora