Capítulo 21: La aldea de los Hiladores.

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Aquella noche no había podido dormir. Esto no era porque me la hubiera pasado pensando todo el tiempo en lo recién ocurrido. No había estado pensando en mucho, sólo miraba al techo sin propósito alguno. A pesar de lo increíblemente cansada que estaba, mi cuerpo me pedía a gritos que no me quedase dormida. Así que ahí estaba yo, en alerta completa; ojos abiertos como un águila, cada pelo de mi cuerpo erizado, y mi corazón bombeando sangre a su máxima capacidad. Se comenzaba a volver una enfermedad; la espera de los Draka. Y es que me había cuenta de algo: era cierto que Rach no hacía nada para preparar a los Folka, pero ¿qué estaba haciendo yo? Nada más que él.

A mi disposición no estaba solo la habilidad de luchar, sino también la de poder acercarse al comunero como si fuera uno de ellos. Estaba segura de mis capacidades, y sabía que no me tomaría demasiado esfuerzo relacionarme con el comunero, y darles la oportunidad de pelear por su territorio junto a las demás clases.

¡Claro que sí! Los Folka no saben luchar físicamente. Si yo les enseñara, tendrían un punto a favor. Pero, ¿cómo lograría hacer esto? Dudaba que Rach me permitiera elaborar un plan propio. Si quería hacer algo, debía ser sin que Rach se enterara. Aquel día le pediría consejo a Fer, ya que él siempre sabía qué hacer.

Me levanté de mi cama, y ni siquiera me molesté en abrir las cortinas. Me cambié de ropa y salí de la casa.

...

En camino, me percaté de que tenía varios rasguños y raspones en la piel. Me imaginé que debía haber sido la tormento de arena del Antiguo Imperio Oscuro que había lastimado mi exoesqueleto, si es que un exoesqueleto se lastima.

Los árboles del bosque tenían un tinte púrpura. Me preguntaba si se debía a alguna estación climática o algo así. Para ser sincera, no estaba segura de cuánto tiempo había pasado desde que había dejado el Volcán Draka. La vida en aquel lugar la recordaba como una vida pasada; ya se me hacía difícil pensar de los Draka como "mi gente". Por esto, la noche que había visto a Roger asomarse por la ventana, no me había tomado el tiempo de pensar que aquella persona solía ser la única en la que podía confiar firmemente. ¿Todavía, después de todo lo que había pasado, podía confiar en él? Tal vez la vida cruzaría nuestros caminos nuevamente, y entonces tendría mi respuesta.

En esta nueva vida, había puesto la mayoría de mi confianza en Fer, a quien había conocido casi por mera casualidad. Me preguntaba a veces por qué existía un tipo de gente cuya mirada inspira bondad y pureza. Fer era una de esas personas. En cambio yo, un ser roto y lleno de incertidumbre, no debía demostrar nada además de mis problemas a través de mi mirada. Quizás era por eso que apreciaba tanto a Fer, porque cada vez que lo veía el remolino de mis inseguridades se apaciguaba.

Ya divisando la edificación, aterricé mi vuelo y puse mis pies sobre el césped mojado que rodeaba a los mensajeros. Jadeando, toqué a la puerta y esperé a que alguien abriera.

Una mensajera desconocida abrió la puerta. Al verme, su entrecejo se frunció con sorpresa.
-Di-Disculpe, ¿a quién necesita?

Me extrañó la forma en la que me miraba, como si lo último que quisiera fuera que yo me apareciera en su puerta.

-Vengo a ver a Ferméndago-respondió.

Ella terminó de abrir la puerta.

-Claro. Está en su habitación-dijo-. No ha terminado de empacar sus cosas, así que aún no está listo para partir.

Draka y Folka, Libro 1: Los híbridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora