-Tendemos a apartar a los niños de las niñas. -les explica la directora del internado a mis padres mientras nos da un recorrido por el recinto-. Ya saben, para una mejor convivencia.
Y exactamente así era. El campus era gigante, lleno de jardines y de espacios libres. Sin embargo, el edificio destinado para los dormitorios parecía como si hubiera sido partido por dos mitades, justo al centro. Así, parecía que fuera un único edificio, sin embargo con una leve separación entre la parte de las chicas de la de los hombres. Seguían estando al lado uno del otro, pero al fin y al cabo separados por una pequeña distancia.
El otro recorrido por el campus ya lo habíamos hecho; desde la entrada pasando por la cafetería, el gimnasio, los edificios en donde se realizaban las clases, las áreas de recreación –las cuales sólo estaban abiertas para ocasiones especiales o para algunos alumnos que se quedasen el fin de semana en el internado, ya que los otros se iban a sus casas por el fin de semana-. Estas áreas incluían canchas de básquetbol, fútbol, tenis, piscinas, entre otros. Era realmente un campus gigante, y la verdad era que pese a ser un internado, de todas formas tenía sus lujos, aunque para mis padres traerme aquí significara un castigo enorme.
La verdad, quizá no era tan grave como yo creí.
-Hasta aquí llega el recorrido para los padres, señores Brooks-. La directora se da media vuelta y les extiende su mano a manera de despedida, sin olvidar la infaltable sonrisa de oreja a oreja que está obligada a dar para caerle mejor a los padres-. Nuestro personal se encargará de traer las maletas de su hija hasta la recepción.
-Hasta luego, señorita Parks- se despide mi madre al mismo tiempo en que le da la mano. Luego, su mirada se dirige fijamente hacia mí, levantándome levemente las cejas a manera de advertencia-. Espero que no tenga problemas con Amber.
Claramente eso ha sido una amenaza para mí.
Sin decir más, mis padres no tardan en despedirse; obviamente, no sin antes darme unas cuantas advertencias. Ya saben, las reglas de los señores Brooks. Mi madre me extiende una agenda pequeña antes de comenzar a disparar reglas con mi padre sobre cómo debo comportarme.
-Anota- me ordena.
Regla número uno: Poner atención en clases. No armar discusiones y menos contra un profesor. Obtener buenas calificaciones. "Por que si no, estás jodida", me recontra advierte mi padre. Es más, luego recalca: "Créeme, Amber. Estarás RE jodida".
Regla número dos: No entrar por ningún motivo a la oficina de la directora Parks. "Ni siquiera una llamada para decirme que quieres estar de vuelta en casa", me ha recalcado mi padre, antes de continuar con la siguiente regla:
Regla número tres: NO involucrarme con ningún "noviecito" más. "No queremos más problemas de los que nos trajiste cuando estabas con Jhon", exclamó mi padre para advertirme. De todas formas, ellos aún no se enteran que no hemos terminado; que aún no nos hemos roto. Es más, estamos más unidos que nunca.
Jhon y yo nos conocemos desde hace dos años, y al poco tiempo de eso comenzamos a ser novios. Mis padres le echan la culpa de todo esto a él, sin duda. Es que todo calza tan bien para ellos: hace aproximadamente dos años todo en mi vida tenía números rojos y, justamente, hace casi dos comenzamos a ser novios con Jhon.
Enseguida mis padres terminaron por prohibirme verlo para que me dedicara bien a mis estudios, aunque eso no logró ninguna mejoría; es más, lo empeoró. Comencé a escaparme con Jhon aunque 5 niñeras estuvieran haciéndome guardia fuera de mi puerta. Jamás se enteraron de que mi huida sería por la ventana.
En fin, salíamos a fiestas, a bares. Generalmente estábamos en esos lugares, con amigos. Yo conocía a casi todo el mundo que rondaba por esos ambientes; a veces conocía a más de los que quisiera haber conocido, porque de una u otra forma a través de algunos de ellos mis padres siempre se enteraban de todo. Intentaron de todo contra mi rebeldía, en serio: desde ponerme cinco niñeras, cortarme la internet, tener un chofer para ida y regreso de la escuela -quien estrictamente ya estaba fuera de allí antes de mi horario de salida para evitar que yo escapase-, cancelar mis tarjetas... hasta que llegamos aquí, al internado.
Finalmente la directora del campus termina por empujarme para que camine hacia la entrada en donde deberé recoger las maletas que el personal del instituto traerá desde el carro de mis padres, para luego ser llevadas por mí a la habitación en la que pasaré el resto de mis días.
-Estarás en el piso número 7. Compartirás habitación con dos chicas más, si tienes suerte- me dice el recepcionista-. A veces es con tres, pero será un caos enorme si llegan a serlo - me advierte. Luego me mira fijamente, para recalcar su seriedad-. Créeme, porque llevo más de 10 años trabajando para este internado.
-Vale-respondo, claramente con una mueca de desagrado. Luego bufo, ya algo harta de sus explicaciones. Llevo tres maletas en las manos y no resisto más; sólo quiero llegar a tirarme en mi habitación.
-Tu habitación es la 721. No pierdas las llaves- me recalca, a punto de dármelas.
Sin embargo, no me da tiempo de agarrar las llaves, porque una voz seca me estremece y hace que me voltee para ver de dónde proviene.
-Hola, Max- suelta aquella voz. Sin duda es un chico de estatura más alta que yo; pelo castaño y ojos pardos. Él también me mira, pero al segundo quita la vista con un aire de superioridad, por lo que blanqueo mis ojos. Él no parece haberlo notado-. Mis llaves-. Le ordena, como si el recepcionista, quien al parecer se llama Max, fuera su empleado privado. Sin embargo, Max le obedece como si aquello fuera cierto. A los segundos después le entrega las llaves temblando, y noto una gota de sudor en su frente: se ha puesto nervioso. Sin dudarlo más, me dirijo al recepcionista, indignada por tal situación.
-¿Cómo permites que te trate así?- le regaño. Max se pone a sudar aún más, y su temblor también aumenta. Luego observa con temor al hombre que está tras de mí, expectante a su reacción.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta el chico de ojos pardos, imponiendo superioridad. Su mirada es desafiante.
-Amber.
-Bien, Amber-dice él, manteniendo su aire desafiante, y antes de continuar me acorrala con sus manos poniéndolas sobre el mesón en donde mi espalda se encuentra apoyada-. Soy Luke. Abres la boca nuevamente y estás muerta.
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Un internado ¡Patas Arriba!
Teen FictionAmber ya ha dado con el límite de la rebeldía e irresponsabilidad para sus padres. Para ellos los números rojos en cualquier lista que tenga que ver con su hija ya es común: rojos en su lista de estudios, rojos en su tarjeta de crédito... Sin duda y...