Negar que me lo pasé de maravilla compartiendo y tirando la ropa de los cuatro narcisistas junto a los del otro grupo a la piscina sería una completa y total mentira. La verdad es que fue uno de mis mejores días en el internado o, mejor dicho, una de las mejores noches en mi vida. Todos nos dispusimos alrededor de la piscina, abrimos las cuatro bolsas negras gigantes de basura, una para cada ropa de cada persona y nos la repartimos. Después, mientras reíamos a carcajadas sabiendo que lo que hacíamos era una gran travesura y una gran maldad, y que la risa era producto de la adrenalina que hervía por nuestra piel junto con lo nerviosos que estábamos por no ser descubiertos tiramos todo, absolutamente todo. No quedó nada de nada, siquiera un mísero calcetín sin ser tirado contra el agua de la piscina para quedarse reposando por el resto de sus días hasta ser descubierto —u horas— y ser rescatado en conjunto a toda la ropa de calidad de cada uno de los cuatro imbéciles.
—¡Dios santo! —exclamaba una chica, extasiada por la adrenalina y los nervios y el entusiasmo que le producía romper algunas reglas del internado y, no sólo eso, sino que también el desafiar a los narcisistas por primera vez—¡juro que jamás me habría imaginado a mí haciendo esto!
—¡Trata de calmarte! —le gritaba un pelirrojo desde el otro lado de la piscina mientras acabábamos con toda la ropa— ¡me parece que no será la última vez que hagamos esto, Jazmín!
Por cada segundo que pasaba la lluvia de ropa cayendo sobre la piscina aumentaba como hacen cada gota de lluvia en una tormenta y pasados cinco minutos comenzó a terminar. De repente una que otra prenda caía sobre el agua azulada iluminada por el poco brillo de la luna que iba quedando hasta que terminamos de lanzar toda ésta.
Después escalamos todos hasta la habitación que comparto junto a Kayla y Zoe, quitamos la cuerda y cualquier evidencia. Cerramos nuestro ventanal, ordenamos las camas y nos tiramos. Algunos trajeron bebidas alcohólicas y comenzaron a beber, sin embargo yo ya estaba algo agotada. Nos quedamos varias horas conversando, chismorreando, tratando de reír lo más bajo posible para no despertar a nadie. Esto parecía ser la consolidación de los nuevos turbulentos, los nuevos problemáticos y revoltosos del internado, porque al fin y al cabo lo que hemos hecho hace poco termina por unirnos de una forma muy confidencial: tenemos enemigos en común. Además, conociéndolos tras todo lo que hemos hablado en nuestra habitación no somos tan diferentes. Más bien, ellos son muy diferentes a los narcisistas o a los segundones pese a que eran los principiantes a segundones.
Cuando nos dimos cuenta de la hora que era se dignaron a marcharse a sus habitaciones a descansar, porque para entonces ya eran las cinco de la madrugada.
A la mañana siguiente —o más bien dicho a las pocas horas después—, cuando el timbre y las alarmas comenzaron a sonar para que nos levantásemos para ir a las aulas de clase ocurre lo mismo de siempre, que pienso ya no es necesario detallar: por lo poco y nada que he dormido me despierto gruñendo. Me doy un par de vueltas en la cama y cuando noto que Zoe se ha despertado corro hasta el baño lo más rápido que puedo sin siquiera haber agarrado mi ropa o la toalla para cuando termine de ducharme. Ella hace lo mismo: parece como si volase contra mí, sin embargo logro adentrarme antes y ella sólo logra quedarse parada en el marco de la puerta para evitar que la cierre.
—¡Voy yo!
—¡He llegado primero! —espeto— quítate ya de la puerta.
—Qué no, te digo.
—No querrás que cuente sobre tu pijama de vaquitas—le amenazo, sin embargo ella parece no comprender porque hace semanas que lleva puesto un pijama normal, sin diseño de animales—. Zoe, ya sé que duermes los fines de semana con pijama de vaquitas porque has tirado el de patitos para que no te siga amenazando con el baño.
Ella se pone a chillar como una niña pequeña, golpea el suelo con su pie derecho y se va a tirar a la cama mientras yo quedo en victoria. ¡La ducha es toda mía!
En la cafetería, a la hora del desayuno, comienza todo normal: no se ve indicio alguno de los narcisistas y todos comen tranquilos sus huevos con tocino. Lo que es yo sólo rezo para que se den pronto cuenta de dónde hemos tirado su ropa para que se pongan a gritar como unos locos. Porque sí, ¿a quién no le volvería loco lo que hemos hecho?
—Te ves bien—comenta una voz a mi lado.
Siquiera me di cuenta que había alguien a mi lado.
Me volteo y lo observo con sumo cuidado mientras sostengo mi bandeja con los huevos y el tocino, sin embargo no tengo ni la menor idea de quién es claramente. Quizá alguno de los chicos que estuvieron ayer con nosotras en la piscina, supongo. Él está muy serio.
—¿Por qué lo dices?
—Después de lo de anoche yo estaría algo intranquilo, además por las pocas horas que hemos dormido.
Yo sólo atino a sonreír porque no se me ocurre que más decir. Es alto, musculoso, medio moreno, de pelo negro y guapo. Pero también es muy serio y parece ser reservado.
—Ah, pues sí...—afirmo, titubeante.
Él me hace una seña y termina por marcharse entremedio del tumulto de gente de la cafetería.
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Un internado ¡Patas Arriba!
Teen FictionAmber ya ha dado con el límite de la rebeldía e irresponsabilidad para sus padres. Para ellos los números rojos en cualquier lista que tenga que ver con su hija ya es común: rojos en su lista de estudios, rojos en su tarjeta de crédito... Sin duda y...