Me dirigí a la pastelería con indignación. No había visto a Luke desde que ocurrió lo del beso y hoy tampoco se había dignado a aparecer en las clases. Tampoco se había preocupado de hablarme, dejarme una nota, una señal o algo que dijese las razones del por qué. Y por mi parte, yo tampoco había ido a buscarlo para pedirle explicaciones. Y tampoco me acerqué a uno de sus amigos para preguntarle por qué Brown no osaba en aparecerse.
Durante la primera clase había tratado de concentrarme al cien por cien en escuchar las súplicas del profesor de Historia para que los del salón de clases reaccionasen y le tomasen el peso a la historia universal. Y después traté de hacer lo mismo cuando comenzó a hablarnos de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, me había sido totalmente inútil: seguía pensando en el beso con el narcisista y preguntándome si acaso volvería a sentir sus labios sobre los míos. O si tal vez, habría de olvidarme alguna vez sobre cómo fue sentirlos.
—¡Amber! —saludó Marge apenas me vio adentrándome en su local— qué bueno que estés aquí, ya hacías mucha falta— la señora de edad avanzada comenzó a llevarme a rastras hasta la cocina de una forma muy apresurada y terminó por ponerme una infinidad de cosas encima y acabé por darme cuenta bastante tarde de que era el uniforme completo que llevaban los chefs: una redecilla para evitar que mi cabello anduviese suelto y cayese en alguna comida; una gorra blanca gigante adornada con pliegues, que casi me quedaba colgando hacia atrás por el peso de la altura de ésta; una camiseta encima de la ropa que ya traía puesta y nuevamente sobre esto una chaqueta de chef de doble botonadura—... ¡Estás perfecta!
Pero yo no entendía nada cuando me di cuenta de la ropa que me había puesto Marge y me quedé pasmada, estupefacta. Quise quitarme todo de golpe porque el calor me invadía pese a estar casi en pleno invierno, pero la dueña del local me lo impidió.
—¡No, no, no! —replicaba, y a la vez trataba de luchar contra mis fuerzas para quedarme con el uniforme de chef puesto— ¡tienes que ayudarme!—gritó, tratando de calmarme. Entonces me quedé estática y esperé sus explicaciones—... Max se ha enfermado. Intentó venir un par de veces, pero todas lo eché. Tenía un aspecto demacrado—explicó— y... necesito que nos ayudes cocinando y atendiendo—y antes que yo pudiera objetar, ella soltó un par de palabras más— ¡sé que es difícil! Pero mi esposo y yo no podemos hacerlo solos.
Suspiré al mismo momento en que comenzaba a afligirme. De por sí atender las mesas es una cosa totalmente compleja, y cocinar me lo sería el triple porque siquiera me sabía las recetas. De hecho, aunque las supiera sería un asco: la última vez que había cocinado acabé quemando el arroz que por milésima vez en el día había tratado de cocinar.
—Yo... no sé... cocinar—arguyo de pronto, indecisa— ¡y tampoco me sé las recetas de éste lugar!
Pero antes de que ella pudiera rendirse —porque casi lo hace— su marido se aparece ante nosotras. Estaba con la cara roja, como si fuese un tomate bien maduro, apunto de explotar. Su rostro sudaba demasiado, al igual que todo su cuerpo. Desde aquí, se notaba que necesitaba un buen baño.
—Amber... eres la única que puede ayudarnos—me suplica, como si supiera el motivo por el cual hemos estado luchando junto a Marge por instinto, pero de seguro lo sabe porque ha estado escuchando a hurtadillas detrás de las paredes— no podemos cerrar el lugar porque necesitamos el dinero. Por favor—implora, como un niño que pide una paleta a su padre— ayúdanos...
Jamás he sido egoísta con ciertas cosas. Cuando alguien necesita ayuda soy la primera en estar allí, pero de verdad me aterraba hacer dos cosas siendo que la primera apenas se me daba bien y la segunda me salía horrible hasta con un simple arroz blanco. De todas formas, por una extraña razón terminé por acceder. Y entonces Marge y su esposo comenzaron a celebrar, pero sólo duró por unos pocos segundos mientras me abrazaron: después volvieron a sus lugares para trabajar.
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Un internado ¡Patas Arriba!
JugendliteraturAmber ya ha dado con el límite de la rebeldía e irresponsabilidad para sus padres. Para ellos los números rojos en cualquier lista que tenga que ver con su hija ya es común: rojos en su lista de estudios, rojos en su tarjeta de crédito... Sin duda y...